José Cestero: el pintor de la imaginación popular

A principios de los años ochenta, cuando comencé a frecuentar con regularidad la cafetería del Conde, conocí a varias personalidades del arte dominicano. Sin embargo, uno de los que más me impresionó —por su cultura, afabilidad, cercanía y empatía— fue José Cestero.

José Cestero encarna, en el imaginario popular de la calle El Conde, la figura artística por excelencia: lector apasionado de Dostoievski, Gogol y Sábato, fue un profundo conocedor de la pintura universal y dominicana, y amigo entrañable de creadores como Ramón Oviedo. Con su sabiduría natural, tejía un universo propio, donde los fantasmas, emparentados con el universo atormentado de Van Gogh,(indigentes, enajenados mentales, perros realengos), nacían de sus amistades, lo acompañaban y conversaban con él como parte de su cotidianidad.

Gracias a su imaginación prodigiosa, supo acercarse de manera fecunda y creativa a las mejores obras literarias. Desde su lectura del Quijote, logró traducir visualmente sus pasajes más emblemáticos, dando origen a una exposición que reinterpretaba al Caballero de la Triste Figura desde una mirada caribeña. Lo mismo haría con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, transformando Macondo en una cartografía pictórica poblada de símbolos, fantasmas y realidades que parecían brotar de la tierra misma.

Pero más allá de ese diálogo con la literatura, la memoria visual de José Cestero —acompañada siempre de un giro muy criollo, profundamente enraizado en lo local— supo evocar, como pocos, el alma de la Zona Colonial. Convirtió sus calles, sus portones, sus personajes y su luz particular en materia de creación plástica. Pintó la calle El Conde como un territorio simbólico, en permanente tránsito entre lo real y lo imaginario.

Otro aspecto relevante en el universo cromático de José Cestero es la expresión formal y analítica que sustenta su obra. Esta se construye a partir de una gama colorística caribeña, marcada por tonalidades cálidas, la luz intensa del trópico y las líneas características de su lenguaje pictórico. Así, su estilo se consolida en una estructura visual cuyo fundamento esencial es el dibujo y los colores que adquieren una dimensión fragmentada y dispersa, con un trasfondo caótico. En este sentido, sus trazos no responden únicamente a una lógica racional, sino que emergen desde una perspectiva intuitiva, lo que confiere a su obra un carácter lírico y espontáneo, porque mediante una metáfora visual —particularmente en sus autorretratos— José Cestero consigue tender un puente entre su universo interior y la identidad cultural de la República Dominicana, integrando así la búsqueda cromática con una poética del ser.

Lo que nuestro autor postula como realidad poética no es solo un aspecto de la vida urbana, sino el universo atormentado de unos seres errantes, ausentes y perdidos. De ahí la ambigüedad estética de sus temas, obsesiones y manías.

Sus maestros —Yoryi Morel, Gilberto Hernández Ortega, José Gausachs, Domingo Liz, Silvano Lora y José Vela Zannetti— sembraron en él una sensibilidad que germinó en un lenguaje pictórico único, capaz de fundir lo popular con lo simbólico, lo cotidiano con lo mítico. Esta hibridez —entre el gesto académico y la espontaneidad del alma criolla— es parte de lo que hace su obra tan perdurable.

José Cestero es, sin duda, el pintor de la imaginación popular, el cronista visual de la ciudad secreta que habita en la memoria de quienes han recorrido El Conde con los ojos del alma. José Cestero no es solo un excelente pintor por su técnica o su sensibilidad, sino porque hizo del arte una forma de memoria, una forma de compañía, una forma de vida.

Plinio Chahín

Escritor

Poeta, crítico y ensayista dominicano. Profesor universitario. Ha publicado los siguientes libros: Pensar las formas; Fantasmas de otros; Sin remedio; Narración de un cuerpo; Ragazza incógnita;Ojos de penitente; Pasión en el oficio de escribir; Cabaret místico; ¿Literatura sin lenguaje? Escritos sobre el silencio y otros textos, Premio Nacional de Ensayo 2005; Hechizos de la hybris, Premio de Poesía Casa de Teatro del año 1998; Oficios de un celebrante; Solemnidades de la muerte; Consumación de la carne; Salvo el insomnio; Canción del olvido; entre otros.

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