Entrando al 2025, -año jubilar, tiempo de perdón-, nuestra visión de la realidad,
necesariamente está ligada a la Iglesia. Somos cristianos católicos y nuestra vida se
ha desarrollado a la par de un devenir donde dicha, entrega, luz, dolor, martirio,
desviaciones, desencuentros y reencuentros, errores y aciertos, han encabezado una
barca que sigue navegando porque es la barca de nos dio Dios, y ningún ser humano,
ninguna maldad ni poder externo o interno podrá contra ella.
En el transcurso de esa historia accidentada y gloriosa vemos puntos cimeros que
conforman una cadena de luz que nos mantiene a flote, sobreviviendo a los errores y
pecados que hemos cometido como personas y como institución.
Siempre he pensado que si no fuera por esa ascensión milagrosa de Mario Bergoglio
a la silla de Pedro, no sé hacia dónde hubiera caminado mi fe. En el 2013, el cardenal
Bergoglio con 76 años, venía de una labor estoica enfrentando dictaduras, autoritarismos y corrupción en un país, Argentina, que era una gran contradicción: riquezas naturales, inimaginables por un lado, y pobreza vergonzante por otro.
Bergoglio se había definido como un hombre humilde y fuerte, que habiendo alcanzado el puesto más alto en la iglesia argentina, convivía con los pobres de los barrios, con los desechados, con los sin esperanza practicando la Doctrina Social de la Iglesia de la cual era un sustentador de primera. En los círculos de poder, tanto oficial como eclesiástico, era visto por muchos como un estorbo. Los pobres lo seguían como en las escenas que narra el Nuevo Testamento.
Cuando ya se retiraba fue elegido Papa y adoptó como nombre Francisco en honor al
pobrecito de Asís, cambiando el aire de dinastía que proyectaba el papado. Entonces ese “olor a oveja” que debían tener los verdaderos pastores, cundió por la Iglesia Universal resucitando los valores que Jesús nos había enseñado. Los grandes puestos, las altas categorías que contradecían al verdadero cristianismo fueron “puestos en su lugar” y el cambio fue tal que muchos afirmaban temerosos, “Lo van a agredir”.
Pero “Cuando Dios permite las pruebas, también provee el consuelo”1, y el mundo
comenzó a hablar de él. Él, que no discriminaba, que unificaba religiones, que
dialogaba con todos, que oía a los despreciados y apartados. Los gobernantes lo
buscaban para que ese “olor a oveja” limpiara sus imágenes y propusiera caminos de
paz y reconciliación; los no creyentes, averiguaban su palabra cada día para tomar el
pulso de la humanidad, del planeta, del universo. Su frase “Dios nos ama con amor
de padre”, unía razas, religiones, distintas formas de ver al Altísimo…
¡Francisco!, no había que decir más nada; el de los zapatos remendados, el de sólo
una túnica blanca, el que vive en Santa Marta, el de la sonrisa abierta, el que lava los
pies al delincuente, el de los sufrimientos corporales que no le impiden viajar a países
remotos para presentar a Cristo.
Hoy, con 88 años y un sobrepeso probablemente causado por la cortisona, ese
hombre santo, héroe en silla de ruedas, es empujado hacia la Puerta Santa del
Jubileo, del perdón absoluto para todos, y al abrirla pide a Dios que desde las grandes
potencias tecnológicas, hasta los pueblos primitivos, todos miren a lo alto buscando
respuestas en el Todopoderoso.
Su presencia, su accionar, logró conmoverme cuando débil y llena de defectos, mi
esperanza se esfumaba. Hoy, fortalecida, encuentro la respuesta cuando Francisco
afirma:
“Soy un pobre desgraciado al que Dios le tuvo mucha misericordia” 2
1. San Pablo Apóstol. 2 Corintios 1:4
2. Entrevista con Bernada Llorent. https://www.youtube.com/watch?v=xpBf-enOde4
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