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El Greco, El Entierro del conde de Orgaz, 1586

La capilla de la Concepción de la iglesia de Santo Tomé de Toledo guarda uno de los más fascinantes tesoros de la pintura universal, El Entierro del conde de Orgaz. La obra de Doménikos Theotokópoulos, pintor de origen griego establecido en Toledo que pasó a la historia con el nombre de El Greco, deslumbra no solo por su belleza y su monumental tamaño (4.8 por 3.6 metros), sino también por numerosas historias y detalles muy poco conocidos

El lienzo representa un milagro ocurrido durante el entierro de don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de la villa de Orgaz, un hombre caritativo y benefactor de la parroquia. Supuestamente San Agustín y San Esteban bajaron del cielo para colocar con sus propias manos el cuerpo en la tumba, pronunciando esta frase al terminar: “Tal galardón recibe quien a Dios y a sus Santos sirve”.

Rompiendo los esquemas establecidos El Greco crea una composición en la que de manera casi surrealista une dos mundos opuestos, el terrenal en la parte inferior y el celestial en la superior. El colorido y la luz ayudan a delimitar la frontera entre ambos. Los plateados con toques dorados y rojos del cielo claro contrastan con la sobriedad del negro y los tonos metálicos en la tierra apenas iluminada con seis antorchas que sostienen algunos de los presentes en el entierro.

La mirada del espectador asciende desde el cuerpo inerte del difunto deteniéndose en la imagen del ángel en el centro que lleva en manos una pequeña figura borrosa, casi transparente, el alma de don Gonzalo, en una especie de “plano secuencia espiritual” hasta llegar a la figura de Cristo. Para muchos el cuadro, pintado en el siglo XVI, es uno de los primeros antecedentes visuales del lenguaje cinematográfico contemporáneo.

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Detalle del ángel con el alma

La obra fue encargada en plena Contrarreforma con unos requisitos precisos para que las imágenes sagradas fueran claras y fáciles de reconocer por los fieles. Y para eliminar cualquier duda, el artista acompaña cada figura con un detalle identitario: San Esteban con una vestidura que representa la escena de su martirio, San Pedro con sus llaves en la mano, San Juan Bautista arropado con la piel de camello, Moisés con las tablas de la ley, Noé con el arca, el Rey David con su arpa, entre otros personajes.

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Detalle de la parte superior

Al misticismo celestial se le opone el realismo terrenal en la parte baja de la composición. Hay más de una docena de retratos de personalidades destacadas de Toledo, sacerdotes, nobles, humanistas, juristas, miembros del cabildo contemporáneos de El Greco, quienes supuestamente presenciaron el milagro, aunque tres siglos después de haber sucedido. Entre ellos están el párroco Andrés Núñez, quien encargó la obra; Francisco de Pisa, estudioso del milagro; Antonio de Covarrubias, legista y catedrático de la Universidad de Salamanca; su hermano Diego de Covarrubias, jurista y político. Algunos incluso se atreven a reconocer entre los personajes al propio Miguel de Cervantes, que en esos años vivió en Toledo.

Cada uno tiene expresión propia. Unos siguen la ceremonia fúnebre con atención, otros dirigen su mirada al cielo, algunos están distraídos. Solo dos nos miran directamente a los ojos: el propio El Greco, que se autorretrató para quedar inmortalizado en un episodio de tanta relevancia en la historia toledana y su hijo Jorge Manuel, que actúa como una especie de narrador silente, señalando con la mano hacia donde se debe dirigir la atención. Lleva un pañuelo en la cintura, un lugar insólito elegido por el autor para firmar su obra. Como si fuera un graffiti moderno, la inscripción dice "Domenikos Theotokopoulos epoiei" ("lo hizo Domenikos Theotokopoulos", su nombre original en griego, reafirmando así sus raíces).

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Detalle de la parte inferior

Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz fue un noble nacido aproximadamente en 1256, cuando Orgaz era un señorío y no un condado. Así que, a pesar del nombre del cuadro, nunca fue conde. El reconocimiento llegaría siglos después, en 1529, cuando Carlos V “subió de categoría” a uno de sus descendientes por lealtad durante la guerra de las comunidades de Castilla.

Cual sea su título, don Gonzalo ocupó importantes cargos. Fue notario mayor de Castilla, alcalde mayor de Toledo, mayordomo de la corte real. Además de su labor política relacionada con la Corona, fue un gran mecenas y se destacó por las numerosas obras de caridad. Fundó el Hospital de San Antonio Abad, creó el convento de San Agustín, construyó varias iglesias, entre ellas la de Santo Tomé, que sería lugar de su enterramiento. Cuando murió en 1323 la parroquia estaba en reformas que finalizaron cuatro años más tarde. Entonces, cuando su cuerpo fue trasladado a la Capilla de la Concepción, se produjo el milagro presentado en el cuadro.

Su testamento establecía que la villa de Orgaz estaría entregando una contribución anual a la iglesia de Santo Tomé para el sustento de los pobres y las celebraciones conmemorativas de su santo protector.  La cuota incluía dos carneros, dieciséis gallinas, dos cargas de leña, dos pellejos de vino y ochocientos maravedíes (antigua moneda española). Esto se cumplió cabalmente durante más de dos siglos, pero en 1551 los vecinos decidieron dejar de cumplir la voluntad de un señor que ni habían conocido. En 1564 se inició un juicio que terminó en 1569 a favor del párroco don Andrés Núñez. Los habitantes de Orgaz tuvieron que pagar lo que se había acumulado en todos los años de atraso y el dinero recaudado se invirtió en hacerle unas mejoras a la iglesia, que incluían la creación de una pintura para perpetuar el milagro ocurrido el día del entierro del señor Orgaz.

Pero antes el párroco tuvo que conseguir el visto bueno de la Iglesia. Siguiendo las normas del Concilio de Trento, estaba prohibido representar milagros no reconocidos por un papa con el fin de erradicar las supersticiones y falsas creencias tan criticadas por Martín Lutero y sus seguidores. En 1583 el Papa Gregorio XIII otorgó el reconocimiento oficial del milagro de San Agustín y San Esteban y así fue como El Greco, feligrés de la parroquia de Santo Tomé, recibió el encargo de representarlo.

El 18 de marzo de 1586 el pintor firmó el contrato que todavía se conserva en al Archivo Histórico Provincial de Toledo: “En el lienzo se ha de pintar una procesión, (y) cómo el cura y los demás clérigos que estaban haciendo los oficios para enterrar a don Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de la villa de Orgaz, y bajaron San Agustín y San Esteban a enterrar el cuerpo de este caballero, el uno teniéndolo de la cabeza y el otro de los pies, echándole en la sepultura, y fingiendo alrededor mucha gente que estaba mirando, y encima de todo esto se ha de hacer un cielo abierto de gloria …”.  Como de costumbre, se establecía el plazo de la entrega mas no el precio por la obra. Éste se ponía después de la negociación entre los tasadores de ambas partes, algo que a El Greco le costaba asimilar. De hecho, casi todos los encargos que le hicieron terminaron en un pleito.

En la primera tasación la iglesia valoró la obra en 227 ducados. Además se requirió quitar “algunas ynpropiedades que tiene que ofuscan la dicha ystoria y desautorizan al Christo” (sic). Los tasadores de El Greco valoraron el cuadro en 1200 ducados “conforme a la grandeza e arte de la escriptura del dicho quadro y ystoria que tiene, que la estimativa del es tan grande que no tiene prescio ni estimación, pero que atendiendo a la miseria de los tiempos y a la calidad que en ellos tienen semejantes obras se deve dar por el travajo e ocupación e yndustria e arte e costa e tienpo gastado” (sic).

El precio le pareció excesivo al párroco que intentó a renegociar, pero el resultado de la segunda tasación fue más alto aún, estableciendo el monto en 1700 ducados. Para evitar las demoras tuvo que intervenir el Consejo Arzobispal que decidió retornar al primer precio y El Greco finalmente aceptó los 1200 ducados que, aproximadamente, serían unos 200000 euros en la actualidad.

Y así un milagro no presenciado sigue atrayendo miradas, sigue suscitando interpretaciones. Para algunos es una visión mística del alma, para otros una crítica velada al poder eclesiástico, pero más que nada es una declaración artística que desafió su tiempo y que sigue siendo un ejemplo de cómo el arte puede contar milagro y ser uno por sí mismo. Y allí sigue, entre los muros de Santo Tomé, cautivando al visitante curioso que quiera mirar más allá del cuadro y descubrir sus secretos.

Elena Litvinenko de Vásquez

Historiadora del arte

Elena Litvinenko es licenciada en Historia y Teoría del Arte, con grado de maestría en Bellas Artes y especialización en Pedagogía y Psicología de Educación Superior. Es egresada del Instituto Estatal de Artes de Kiev (Ucrania). Ha llegado al país en 1986 y se ha dedicado a la carrera docente, impartiendo diferentes asignaturas relacionadas con la Historia del Arte, Arquitectura, Artes Aplicadas, Diseño gráfico, Moda, Museología y Museografía en las principales universidades del país: UASD, APEC, INTEC, Universidad Católica Santo Domingo entre otras. Es autora de varios libros, artículos, folletos, cursos didácticos y programas. Ha impartido cursos especializados y diplomados en varias instituciones culturales del país y ha participado como ponente en conferencias científicas y simposios realizados en el país y el extranjero. Es miembro fundadora de la Asociación Dominicana de Historiadores del Arte ADHA y forma parte de su junta directiva.

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