Tohuí nació en la Ciudad de México, lejos de la China de sus ancestros, un día de junio de 1981. Supongo que fue un excelente distractor para que la gente se olvidara de la inflación infame y demás problemas económicos, políticos, existenciales, que habrían de repetirse durante muchos sexenios, pero ese no es el punto…
Había que llamarlo de algún modo. Sus padres habían llegado en 1975, cortesía del gobierno asiático que, al parecer, tiene la costumbre de obsequiar pandas desde la época de Marco Polo (para que te acuerdes de mí y no solo de tus «lindos» vecinos del norte, parecía leerse entre líneas). La esposa del presidente convocó entonces a un concurso para encontrarle un nombre al nuevo ciudadano del Zoológico de Chapultepec. Alguien sugirió Tohuí, palabra que los rarámuris usan para referirse a los niños. Era el primero que nacía en cautiverio y fuera de su lugar de origen, por eso querían festejarlo. Además, serviría como amuleto para que la historia del hermano mayor, Xen-Li, que había muerto al poco tiempo de nacer, no se repitiera.
Después, se echó a andar la aplanadora mediática que incluía no una canción, sino dos, y que, claro, sonaba en todas las radios. Los curiosos pueden escucharlas en las redes; una la cantaba Yuri y la otra, una nenita de apellido Hoffman. Cuál era la más cursi. Cuestión de gustos. Cualquier mexicano que haya crecido en aquellos años las debería recordar. La primera iba así: «Pequeño panda, que aún no andas y ya queremos verte jugar», y la segunda ya lo menciona por su nombre: «Tohuí panda le pusieron al pandita del amor, Tohuí panda ya lo llaman sus papitos desde hoy».
Como decía, el gobierno chino jugaba a la geopolítica con sus animales autóctonos, pero en un momento se volvieron una especie amenazada y, en lugar de obsequios eternos, empezaron a darlos a préstamo.
Ahora bien, el pasado 25 de noviembre, el zoológico de Beauval de Francia se despidió de un par de ellos. Huan Huan y Yuanzi habían llegado en 2012, pero regresaron a su tierra antes de lo previsto, que si problemas de salud, que si era mejor que volvieran a respirar el aire chino.
Lo divertido fue planear el viaje de vuelta, que fue casi tan complicado como el nacimiento y la crianza del panda mexicano. Hubo discusiones binacionales, reuniones interminables; era necesario conformar la comitiva, configurar la logística, detallar las estrategias, etcétera, etcétera. Por ejemplo, leo que los osos fueron escoltados hasta el aeropuerto por un nutrido cortejo policial de no sé cuántas patrullas. Si bien no viajaron en la codiciada sección VIP, sino en la bodega y bajo los efectos de un coctelazo de sedantes, con ellos iba su médico de cabecera, es decir, el veterinario que solía cuidarlos en su antigua casa, Benjamin Lamglait. El especialista estaba, por supuesto, compungido, lloroso, por la partida de Huan Huan y Yuanzi, pero ante los achaques de la edad, nada como regresar a los orígenes. Eso sí, para mitigar la tristeza (¿de él, de los animalillos?) llevaron 80 kilos de bambú Made-in-France, precisa la nota. ¿Son muchos o pocos? Si nos sentimos aburridos, podríamos hacer un cálculo: 9000 kilómetros de distancia, multiplicado o dividido por las 12 horas de vuelo del trayecto, da un resultado de…
¿Sería vano aclarar que el panda es muy popular en todo el planeta? ¿Esta popularidad es una prueba de la eficacia de la diplomacia china? Por lo menos en Francia dejaron descendencia, unas gemelas de 4 años que ya empiezan a ser las consentidas de los visitantes. Mientras que en México, el efecto Tohuí no solo sirvió para el comercio de discos, también se vendieron camisetas, gorras, peluches, fotos, además de una prole tremenda, ya que más tarde se percataron de que era hembra…
En fin, presa del esnobismo, diré que, como Borges, prefiero al tigre, impecable en su oro feroz: «Hasta la hora del ocaso amarillo, cuántas veces habré mirado al poderoso tigre de Bengala», se pregunta el argentino. Sin embargo, ¿quién le quitará el encanto a esos seres de pelaje negriblanco, por más bobos que parezcan…?
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