La falta de formación profunda en el conjunto de las ciencias sociales, la filosofía y la historia, conduce a textos históricos dominicanos plagados de prejuicios ideológicos, sobre todo el hispanismo ingenuo, el racismo visceral, la defensa de los intereses de los sectores dominantes y el desprecio por los más pobres que conforman la mayoría de la sociedad. Ya comenzando el siglo XX los pesimistas cargaban contra el pueblo campesino por el atraso de nuestra sociedad, cuando de hecho eran en gran medida esos intelectuales corresponsables de la explotación sufrida por los más pobres. Bosch se valió del término pueblitas para referirse a esa minoría explotadora en 1940.
El reduccionismo por repetir lo que dicen los papelitos, volver a copiar los textos del siglo XIX, y hasta la propaganda trujillista, convierte a una parte del quehacer histórico en un discurso chovinista, racista y machista. La emergencia de autores formándose en la solidez de universidades europeas, estadounidenses y el doctorado en Historia del Caribe de la PUCMM permite tener esperanza de que la situación descrita comience a cambiar. Algunos de los grandes historiadores del siglo XX, posteriores al trujillato, muestran un gran nivel en su producción profesional, pero son los menos.
En el campo que me compete, la filosofía, su historia enfrenta los mismos problemas que la historia sobre los pueblos, Estados, sociedades y culturas. La cuestión no es aplicable al caso dominicano porque la filosofía con rigor profesional está muy atrasada, ya no comparativamente con la experiencia de Alemania, Francia o Inglaterra, sino incluso con México o Argentina. Nuestro atraso en filosofía es producto de la destrucción de las posibilidades de desarrollo material de la sociedad colonial española en nuestra isla por voluntad de los monarcas Carlos I, Felipe II y Felipe III.
La enajenación del cultivo del pensamiento riguroso era consecuencia de las condiciones salvajes de existencia de los siglos XVII y XVIII en nuestra isla y en el XIX el control de los hateros, con un modelo productivo precapitalista primitivo, que nos condujo a volver al dominio español en 1809 y 1861, con una independencia “efímera” que salió buscando la mejor oferta de sometimiento y una separación de Haití en 1844 bajo el control político y militar de los hateros que no creían en independencia alguna. Razón tuvieron los dominicos en cerrar la Real y Pontificia Universidad Santo Tomás de Aquino, primera del continente americano, en 1801.
La periodización de la historia de la filosofía es una de las cuestiones más interesantes, tanto como en la historia general, ya que la designación de las etapas devela criterios y prejuicios de quienes lo hacen. Enrique Dussel señala sobre el caso de nuestro continente. “Existen muchas obras sobre la historia de la filosofía o de las ideas en América Latina, Sin embargo, hay pocas que se hayan abocado explícitamente a estudiar la cuestión de la periodización de una tal historia. Y, porque la periodización es una cierta división arbitraria de la historia -es decir, necesita un árbitro o tribunal-, podría parecer que es cuestión secundaria esto de la periodización. No obstante, como la exposición de toda historia supone analizar por partes el todo del continuo histórico, la manera de dividir supone dos niveles. Por una parte, los criterios de la periodización, y, por otra, los supuestos de dichos criterios. Frecuentemente tanto los criterios como sus supuestos quedan en el ámbito de lo implícito, pero nunca dejan de tener vigencia. Puede que el historiador de la filosofía no explique sus criterios o supuestos, pero de todas maneras existen”. Ninguna clasificación es “objetiva”, ni inocente. Detrás de cada denominación de periodicidad hay una ideología.
Un caso digno de estudio. La designación de Edad Media en los manuales de historia que estudian nuestros alumnos es una aberración. Primero porque fue un fenómeno exclusivo de las sociedades europeas más occidentales, sobre todo las que tenían acceso al Atlántico y el Mediterráneo occidental. Considerarlo como un periodo “en medio” de un periodo “antiguo” y otro “moderno” es evidente que fue pensado desde la “modernidad”. Sobre la Edad Media, que los historiadores con más formación económica denominan feudal, por el modelo de producción existente, se le asigna epítetos como “edad oscura”. Dicha oscuridad es una tontería cuando nos damos cuenta de que las universidades occidentales y las grandes bibliotecas son productos medievales, incluso el origen y desarrollo inicial de la burguesía es propio del periodo feudal.
Dussel afina el problema con relación a la filosofía de esa mal denominada Edad Media, la llamada escolástica, producto de las universidades y el esfuerzo intelectual de varias órdenes religiosas. Señala él que “La primera escolástica fue la filosofía hegemónica en el mundo europeo latino; fue una filosofía creativa y nueva. La segunda escolástica, en cambio, dejó pronto de ser hegemónica -con respecto a la filosofía articulada a la burguesía emergente, y tales fueron la filosofía del ego cogito de Descartes y de la tabula rasa del empirismo inglés-, y decayó hasta ser una filosofía secundaria, no creativa, de puro comentario. Por su parte, la tercera escolástica es ya un fenómeno interno (y por ello externo a la civilización moderna y a la sociedad burguesa triunfante) a la iglesia católica, periférica, de la filosofía contemporánea europea o norteamericana”. La segunda, empobrecedora en todos los órdenes, salvo excepciones como la Escuela de Salamanca del siglo XVI, obedeció a la equivocada reacción del liderazgo de la Iglesia Católica Romana frente a la Reforma Protestante. Mientras los reformados se integraron de lleno con la burguesía, los católicos romanos se cobijaron en las monarquías más atrasadas de Europa. Los grandes pensadores dominicos y franciscanos de la primera escolástica se convirtieron en “textos cuasi sagrados” y que únicamente se podían comentar, sin invención, sin creación crítica frente a la realidad.
Por esos motivos se destaca el sermón de Montesinos en Santo Domingo en 1511. Su valor frente al poder político y económico de Castilla en la isla y la radicalidad de su antropología, nada tiene que ver con la escolástica del segundo periodo. Y por extensión hay que destacar la riqueza de la escuela de Salamanca en el siglo XVI, sobre todo la figura de Francisco de Vitoria y la labor pastoral e intelectual de Bartolomé de las Casas en América. Por eso la Teología de la Liberación, movimiento intelectual del cristianismo de alto nivel, el más relevante en el siglo XX fuera de Europa, tiene en Montesinos y la comunidad de dominicos en Santo Domingo su punto de partida histórico.
Dussel enfatiza la importancia que tiene los procesos de diferenciación en las tradiciones intelectuales en cuanto esfuerzos por abordar lo real. “…las determinaciones que producen la diferenciación entre (diversas escuelas filosóficas) no son sólo, ni principalmente, exigencias intrínsecas del discurso filosófico. Son exigencia de realidad. Es decir, la "realidad" ha cambiado y por ello han de expresarse filosóficamente otras cosas desde otra praxis. Estas cosas y praxis son los criterios últimos de la definición de las épocas. En efecto, la filosofía es un hacer (…) un producir un discurso. Todo producir se encuentra dentro de una totalidad práctico-productiva. Quiero decir que la producción del discurso ideológico no es un reino totalmente independiente de su tiempo, sino que siempre cumple una función bien determinada. Esta función es, nada menos, la de dar última consistencia a la formación ideológica o a las estructuras simbólico- culturales de una época”. Tanto para la filosofía, como para la historiografía y todo el espectro de las humanidades y las ciencias sociales, es una obligación, si se desea hacer ciencia y no ideología, asumir críticamente la búsqueda de lo real y el develamiento de las metodologías de que nos valemos.
Con el bajo nivel educativo que tenemos en la sociedad dominicana y el constante embrutecimiento de la mayor pate de nuestra juventud por las redes sociales, y también de los adultos, es difícil imaginar una mejora en la investigación científica, incluidas las ciencias sociales, y el desarrollo de la reflexión crítica y racional. No pierdo la esperanza, ni mi compromiso por superar ese deplorable estado del pensar en nuestro medio, ya que hemos estado en peores circunstancias y superado muchos obstáculos. No obstante, ni antes, ni ahora, la preocupación por la ciencia o el pensamiento racional es significativo en la población mundial. Lola López Mondéjar, citando a Satin y Magnani, señala que “acceder a la conciencia reflexiva es, pues, un lujo de la conciencia por parte de ciertas especies de cerebro grande, y no su capacidad definitoria”. Y entre los homos sapiens son una ínfima minoría la que la cultiva. ¡Seamos realistas!
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