Ningún episodio del siglo XIX ha sido más revestido de ropajes legendarios que la llamada Revolución Haitiana. En la conciencia de ciertos autores anglosajones —en especial los discípulos de C. L. R. James y los apologistas del afrocentrismo militante—, esta gesta ha sido elevada a la categoría de epopeya universal, donde un pueblo esclavizado, armado apenas de valor y machetes, habría derrotado al poderío militar europeo, humillando incluso a Bonaparte. Tal es el mito.

En estas narrativas, la insurrección desencadenada tras la llegada de Victor Emmanuel Leclerc en 1802 se presenta como una Iliada tropical, un drama de héroes homéricos. Así lo ilustran las obras de Laurent Dubois, Philippe Girard y David Geggus, eco que resuena también en la prosa de los haitianos Beaubrun Ardouin, Antoine Métral, Jean Dorsainvil y Jean Price-Mars. Todo aparece nimbado por la leyenda.

He aquí dos ejemplos donde late con fuerza ese relato convertido en catecismo:

  • Robin Blackburn, en The American Crucible: Slavery, Emancipation and Human Rights (2011), resume así el ideario:
    Las fuerzas haitianas infligieron la derrota más completa que haya sufrido un ejército europeo en América antes del siglo XX. Las ambiciones de Napoleón en el hemisferio occidental murieron en el campo de batalla de Saint-Domingue”.
  • Emilio Cordero Michel, en La revolución haitiana y Santo Domingo (1968), acentúa ideas similares:
    El pueblo haitiano, constituido por antiguos esclavos, fue capaz de derrotar al ejército más poderoso del mundo en ese momento, el ejército de Napoleón, y con ello asestó un golpe mortal al sistema esclavista en el Caribe.”

Pero Fustel de Coulanges, que era contemporáneo  de J.G.García,  advirtió que “la historia no se escribe con emociones, sino con pruebas”. Esta sentencia condena el uso ideológico del pasado y devuelve a la historia su dignidad de ciencia: fundada no en pasiones, ni resentimientos, ni anhelos de redención, sino en la verificación crítica, el examen documental y el juicio desapasionado. Así, el archivo reemplaza al altar, y el análisis al panfleto.

Sólo despojando al hecho histórico de su ropaje lírico, enfrentándolo con la severidad de los datos, podrá la historia prevalecer sobre el mito. Es deber del historiador serio distinguir con firmeza la distancia entre una historia como redención simbólica y una historia anclada en pruebas. La primera se nutre de imágenes y emociones; la segunda, del testimonio fáctico y el rigor lógico.

Por ello, el historiador dominicano —celoso de la verdad y defensor de la memoria nacional— debe resistir los encantos de los mitos importados y oponerse a toda historia militante que reduce el pasado a consignas. Porque la verdad no admite acomodos, y la historia deformada no es ciencia, sino propaganda.

La derrota francesa en Saint-Domingue no fue, como se suele presentar, consecuencia del genio militar de los jefes insurgentes, ni del influjo de una mística libertadora. La verdad —atestiguada por los informes de Leclerc, Rochambeau y las memorias de Pamphile Lacroix— es distinta.

Factores de la derrota napoleónica en Saint-Domingue (1803):

  1. La traición al decreto de abolición de la esclavitud
    El 29 de agosto de 1793, los comisionados llegados de Francia, Felicité Sonthonax y Etienne Polverel, abolieron la esclavitud en Saint-Domingue. Esta decisión fue refrendada por la Convención Nacional de París  en 1794. Al llegar Leclerc, los generales negros —Dessalines, Christophe y Pétion— se incorporaron provisionalmente al ejército francés bajo promesa de mantener la libertad y sus rangos. Pero tras la captura y deportación de Toussaint Louverture, y el intento de restaurar el régimen esclavista, los líderes negros rompieron con Leclerc y lo enfrentaron abiertamente. En su remotísimo exilio de Santa Elena, Napoleón reconocería su error:
    Si hubiera conservado a Toussaint Louverture y lo hubiera confirmado en su autoridad, habría conservado la colonia. Con sus tropas, habría tomado Jamaica, tal vez incluso los Estados Unidos.”
  2. El azote de la fiebre amarilla
    Según Lacroix, de los 38,000 soldados enviados a Saint-Domingue, unos 35,000 murieron, principalmente por fiebre amarilla, disentería, paludismo y enfermedades tropicales. La tasa de mortalidad superó el 90%. No eran reclutas improvisados, sino veteranos de las guerras europeas. Pero los laureles de Marengo de poco valían en las ciénagas caribeñas. La muerte de Leclerc, el 1 de febrero de 1803, simbolizó el fracaso de la expedición. Geggus estima que las bajas francesas fueron entre 35,000 y 40,000, incluso superiores a las de Waterloo. Los insurgentes habrían perdido hasta 80,000 hombres, entre combates y epidemias.
  3. La sublevación de polacos y alemanes
    La expedición de Leclerc incluyó 5,000 polacos y 3,000 alemanes. Muchos de estos soldados, provenientes de regiones oprimidas de Europa, se solidarizaron con la causa esclava y desertaron. Entre el 30% y 50% de los polacos cambiaron de bando, así como un número menor de alemanes. Esto contribuyó a la desmoralización y ruptura del frente francés.
  4. El bloqueo naval británico
    Inglaterra desempeñó un papel clave en la derrota francesa. Con el control marítimo del Caribe —especialmente desde Jamaica— impidió el abastecimiento de tropas, pertrechos y medicinas. Aunque en ese momento aún regía el Tratado de Amiens, la marina británica operó con eficacia implacable:
  • Patrullaje constante de las costas de Saint-Domingue.
  • Intercepción de refuerzos desde Francia o sus colonias.
  • Corte de suministros médicos y alimentarios.
  • Obstrucción de comunicaciones entre Cap-Français y París.
  • Negativa de evacuación sanitaria.
  • Bloqueo formal tras la reanudación de la guerra en mayo de 1803.

La consecuencia fue triple: aniquilamiento físico, desmoralización moral y rendición estratégica. La caída no se produjo ante Dessalines, sino ante el almirante británico Sir John Duckworth, el 30 de noviembre de 1803. Rochambeau capituló ante la flota inglesa, no ante las columnas de Vertières. Los términos de la rendición fueron pactados por franceses y británicos; ningún haitiano participó.

La Francia napoleónica no fue completamente desalojada de la isla: la parte oriental —antigua colonia española cedida por el Tratado de Basilea (1795)— siguió bajo control del general Louis Marie Ferrand hasta 1808. No fue Dessalines quien expulsó a Francia del Este, sino Juan Sánchez Ramírez, en la gloriosa batalla de Palo Hincado (7 de noviembre de 1808), cerrando el ciclo del dominio francés en Santo Domingo.

Historia o ideología

¿Por qué esta narración documentada ha sido reemplazada por relatos épicos y visiones infundadas?

La historiografía dominicana ha oscilado entre dos corrientes:

  • Una vertiente documentalista, fundada por José Gabriel García, que estudió proclamas, tratados, cartas y memorias. En su estela marcharon Américo Lugo, César Herrera Cabral, Peña Batlle, Emilio Rodríguez Demorizi.
  • Otra, de cuño revisionista y prohaitiano, ha intentado convertir la historia en herramienta de luchas ideológicas contemporáneas.

En sus Leçons de méthode historique, Fustel de Coulanges afirmaba con severidad:

“El historiador no es libre de imaginar: está sujeto al documento. La historia no se inventa; se prueba.”
Y advertía:
“El mayor obstáculo para la verdad histórica es el espíritu de sistema. Nada es más peligroso que una teoría anterior al estudio de los documentos.”

José Ortega y Gasset completaría la reflexión con una sentencia lapidaria:

“La verdad no está en las opiniones, sino en las cosas mismas.”

La historia no debe ser discurso moralizante ni artificio de reconciliación forzada. La tarea del historiador es enseñar lo que fue, no lo que se desearía que hubiese sido. 

.Notas y referencias

  1. De alguna manera, los cálculos del historiador Geggus coinciden con las informaciones primarias recogidas en sus memorias por Lacroix.

. Cuadro 1: Datos según Pamphile de Lacroix (1819)

Concepto Número estimado
Tropas desembarcadas ≈ 38,000
Muertos por enfermedad ≈ 35,000
Sobrevivientes finales ≈ 3,000

Interpretación: Lacroix, testigo y oficial de la expedición, subraya que más del 90 % de los soldados perecieron principalmente a causa de la fiebre amarilla (“vómito negro”) y otras enfermedades tropicales

📊 Cuadro 2: Datos según David Geggus (siglo XXI)

Concepto Número estimado
Tropas francesas desembarcadas ≈ 31,000
Bajas francesas (en total) 35,000 – 40,000
Tropas insurgentes haitianas ~22,000
Bajas insurgentes haitianas
Referencias bibliográficas

J ames, C. L. R. (2000). Los jacobinos negros: Toussaint L’Ouverture y la revolución de Haití (Trad. de Raúl Larra). Buenos Aires: Ediciones IPES.
  Dubois, L. (2007). Avengers of the New World: The Story of the Haitian Revolution [Los vengadores del Nuevo Mundo: la historia de la Revolución haitiana] (Trad. no oficial circulante en ámbitos académicos hispanohablantes). Cambridge, MA: Harvard University Press.
  Dubois, L. (2012). Haiti: The Aftershocks of History [Haití: Las réplicas de la historia]. Nueva York: Metropolitan Books.

  rdouin, B. (1853–1860). Études sur l’histoire d’Haïti (11 tomes). Paris: Dezobry et Magdeleine.
(Obra fundacional escrita por el político e historiador haitiano Beaubrun Ardouin; cubre la Revolución con espíritu liberal y criollo.)

  Janvier, L. J. (1884). L’Égalité des Races. Paris: Librairie Cotillon.
(Uno de los primeros ensayos ideológicos sobre la significación universal de la Revolución haitiana.)

  Price-Mars, J. (1928). La Vocation de l’élite. Port-au-Prince: Imprimerie de l’État.
(Crítica profunda a las élites haitianas por su desconexión del alma popular, en parte heredada de la Revolución.)

  Bellegarde, D. (1933). Histoire du peuple haïtien. Port-au-Prince: Imprimerie de l’État.
(Visión nacionalista de la historia haitiana, que enmarca la Revolución como mito fundacional de la nación negra libre.)

  Brutus, E. (1946). Révolution dans Saint-Domingue. Port-au-Prince: Editions de l’État.
(Una obra poco conocida, pero de gran valor documental y reflexión crítica sobre el proceso revolucionario y sus actores.)

Manuel Núñez Asencio

Lingüista

Lingüista, educador y escritor. Miembro de la Academia Dominicana de la Lengua. Licenciado en Lingüística y Literatura por la Universidad de París VIII y máster en Lingüística Aplicada y Literatura General en la Universidad de París VIII, realizó estudios de doctorado en Lingüística Aplicada a la Enseñanza de la Lengua (FLE) en la Universidad de Antilles-Guyane. Ha sido profesor de Lengua y Literatura en la Universidad Tecnológica de Santiago y en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, y de Lingüística Aplicada en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Fue director del Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Tecnológica de Santiago y fue director del Departamento de Español de la Universidad APEC. Autor de numerosos textos de enseñanza de la literatura y la lengua española, tanto en la editorial Susaeta como en la editorial Santillana, en la que fue director de Lengua Española durante un largo periodo y responsable de toda la serie del bachillerato, así como autor de las colecciones Lengua Española y Español, y director de las colecciones de lectura, las guías de los profesores y una colección de ortografía para educación básica. Ha recibido, entre otros reconocimientos, el Premio Nacional de Ensayo de 1990 por la obra El ocaso de la nación dominicana, título que, en segunda edición ampliada y corregida, recibió también el Premio de Libro del Año de la Feria Internacional del Libro (Premio E. León Jimenes) de 2001, y el Premio Nacional de Ensayo por Peña Batlle en la era de Trujillo en 2008.

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