Después de concluidas las hostilidades de la Revolución Constitucionalista iniciada en el mes de abril del año 1965 en el país, la Sociedad Dominicana hacia esfuerzos por volver a su normalidad cotidiana en todos los órdenes, confirman diversos historiadores, así como publicaciones periodísticas, videográficas y cinematográficas depositadas en el archivo general de la Nación.
Apuntalan las fuentes consultadas que la mayor preocupación en ese momento correspondían a las económicas, como es lógico, y posteriormente las alimenticias, sanitarias, las de transporte, alojamiento, educativas, y allá, en un lugar profundo del espectro de necesidades humanas, las culturales.
Aunque las acciones culturales estaban distantes de la principal que eran las económicas, ambas no dejaban de estar vinculadas estratégicamente, pues los grupos políticos en permanente antagonismo ideológico, requerían de la creatividad artística para reclamar mejores condiciones de vida para cada habitante del país, o para consentir que quien dirigía el gobierno de turno, lo hacía de manera eficiente.
Esa dinámica funcional facilitó el crecimiento intelectual y creativo de nuevos talentos, que unidos a la versatilidad que durante y después de la dictadura habían demostrado veteranos de la expresión estética, prohijó una fecunda generación de seres humanos en condición de propiciar un movimiento cultural vanguardista, como ya habían vivido algunas naciones, y otras hacían los aprestos de rigor, como la nuestra, para disfrutar de tan nobles bondades expresivas.
Las artes plásticas y la literatura se hacían sentir con renovados bríos desde los escenarios de la Revolución Constitucionalista, trasladando sus experiencias a los contertulios que venían como un torbellino buscando nuevas formas expresivas, a través de la fotografía, la música, el cine, la danza, el canto y el teatro.
El espíritu de libertad expresiva, y la rebeldía ante el sistema político de muy baja aceptación social del momento, contribuyeron en mayor medida a transformar la concepción clásica y oprimida que hasta llegado ese punto de inflexión histórico, tenían los artistas nacionales.
Se unían a esas interacciones, ideas y conceptos llegados de otras latitudes geográficas del mundo que provocaban fusiones expresivas dejando características puntuales en la formación intelectual de las nuevas camadas artísticas criollas.
Desde 1965 hasta el 1980, transcurren quince años de sólida formación cultural en el país, bajo la egida transformadora de los poetas, ensayistas y artistas plásticos de la Generación de Postguerra. Esa herencia cultural es retomada vigorosamente por la generación ochenta, cuyo núcleo originario parte del taller literario César Vallejo, unidad expresiva perteneciente a la Dirección de Extensión Cultural de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD).
Ese esfuerzo literario surge de la impronta creadora del gestor y propulsor cultural, Poeta Mateo Morrison, quien en la ocasión desempeñaba las funciones de subdirector de la referida Dirección de Cultura.
El Poeta y Premio Nacional de Literatura, junto a Julio Cuevas, José Mármol, Dionisio de Jesús, Miguel A. Jiménez, Federico Sánchez, Juan Byron, Roberto Rimoli, Mayra Aleman, Tomas Castro, José Siris, Rafael García Romero, Reynaldo Disla, y Roberto Reyes, dejaron constituido el taller el 13 de enero del 1979.
Resulta justo destacar que de ese grupo, Juan Byron y José Mármol fueron el primero y segundo coordinadores. La poeta Ilonka Nacidit Perdomo es la única mujer que ha ocupado tan importantes funciones en el taller.
Después de más de cuarenta años de amplia producción literaria, además de Mateo y Mármol, considero que los Maestros Cuevas, Zapata, Chahin, Ilonka, Tomas Castro, y Miguel Antonio Jimenez, deben estar en la lista a tomar en consideración para el otorgamiento del importante Premio Nacional de Literatura del año 2026 y siguientes.
Además del taller literario César Vallejo, la Universidad Estatal del país aperturo ese mismo año de 1979, la carrera de técnicos en artes cinematográficas, que posteriormente derivaría en la Escuela de Cine, Televisión y Fotografía que en el año 2000, pasó a formar parte de la reinstalada Facultad de Artes.
Se suma a esos hechos trascendentes de principios de la década 80, la creación de la Cinemateca Nacional, adscrita a la Secretaría de Educación. El esfuerzo conjunto de Agliberto Meléndez, Omar Narpier, y Adelso Ortega, dio lugar a su apertura el 16 de noviembre de 1979.
Casa de Teatro, fundada en 1974 por el intelectual y gestor cultural Freddy Ginebra, desarrollaba una intensa actividad cultural que propició el crecimiento de nuevos talentos creativos, y se constituyo en el hogar de múltiples artistas del teatro, la plástica, la música, y la fotografía, que por sus posiciones políticas frente al régimen de ese momento, no tenían acceso a salas y espacios estatales. Sin duda alguna, la historia del arte dominicano en su máxima extensión no puede ser escrita dejando de lado ese centro de luz cultural.
El grupo cultural Nuevo Teatro, cuyo germen había partido desde el año 1969, bajo las orientaciones de Rafael Villalona, Delta Soto y Ángel Hache, es otra propuesta que forma parte de los impulsos que gestan la gran transformación cultural que se exhibe posteriormente durante toda la década 80 y unos años después.
En 1968 nace en Santiago de Los Caballeros, en el ambiente académico de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, el grupo fotográfico Jueves 68, liderado por los fotógrafos profesionales Wifredo García y Domingo Batista.
Posteriormente ese grupo tendría una escisión, dando lugar a la creación de Fotogrupo, bajo las orientaciones ejecutivas del Maestro Wifredo García, y cuyas sesiones de trabajo se desarrollaban en el local de Casa de Teatro en la Ciudad Colonial.
Lo que nació como un diminuto esfuerzo literario del poeta Morrison en la Dirección de Extensión Cultural de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), se combinó empaticamente con otras acciones que estaban en proceso, o se habían creado con anterioridad, para definitivamente coincidir convertidas en un extraordinario esfuerzo de desarrollo cultural durante toda la década de los años 80.
Podemos coincidir o diferir de la personalidad y la creación intelectual del poeta Mateo Morrison, pero lo que nadie vinculado a la cultura en el país puede regatearle es su innegable aportación que en calidad de gestor cultural ha dado y continúa ofreciendo para consolidar el crecimiento de la sociedad dominicana.
Hasta nuestro próximo encuentro virtual, amigos lectores.
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