Siempre he creído en la erótica de la arquitectura. Los edificios se aman y se odian, su tectónica puede desplegar mensajes de sensualidad y de erotismo. Me viene a la memoria aquella arquitectura mambo de la modernidad de la Cuba prerevolucionaria cuyo mejor ejemplo en Santo Domingo es el edificio Feris del arquitecto Vetilio Rivera Caminero construido en 1948 y ubicado en la calle El Conde, sus curvas acompasadas definen el diseño y, obviamente, su sensualidad. Y a nivel internacional el icónico edificio de FranGehry, Fred and Ginger en Praga, donde dos volúmenes se abrazan en un complicado pase de baile.

La calle El Conde está llena de sensualidad arquitectónica. Desde la arquitectura mambo de Vetilio y la curva del Copello, de Guillermo González, hasta los alféizares abombados que soportan las bellas ventanas en zigzag del edifico Gonzalez Ramos, de Humberto Ruiz Castillo, sin olvidar las torres esquineras del Baquero, del puertorriqueño Benigno Trueba, y la del Palacio Consistorial, de Osvaldo Báez, en El Conde podemos encontrar pasión y erotismo en sus edificios.

Pero la historia del beso es otra.

Hace unos años realizaba cada cuatrimestre unos recorridos con mis alumnos de arquitectura de la UNPHU por El Conde como parte de una estrategia de enseñanza para que conocieran, en la realidad, la mejor muestra de arquitectura dominicana concentrada en una calle. Disfrutaba de estos recorridos al ver el asombro de los muchachos que descubrían unos edificios que, además de tener un diseño de gran calidad, eran parte de nuestra historia.

El Conde siempre me ha fascinado, desde cuando siendo un niño disfrutaba de las caracajadas mecánicas del Santacló de La Margarita. Siendo ya arquitecto redescubrí de nuevo las arquitecturas de El Conde a través de las iniciativas del Grupo Nuevarquitectura en la defensa de las obras de Guillermo González, principalmente de aquel mítico Hotel Jaragua, demolido en 1985 y que nos llevó a estudiar otras obras de Guillermo como el edificio Copello ubicado en la esquina de El Conde con Sánchez en la Ciudad Colonial. Para el VII Foro de Investigación en Arquitectura, Conservación y Usos del Patrimonio, celebrado en el 2008, escribí un ensayo que titulé El Conde, un kilometro de historia, ese ensayo me motivo a iniciar mis recorridos con los estudiantes.

Después pude hacer una serie de artículos en Diario Libre, Redescubrir El Conde, con el apoyo solidario de Inés Aizpún y acompañado de Marvin del Cid, quien documentó de manera extraordinaria cada trabajo de las 14 entrega que hicimos. En esa ocasión me di cuenta del beso.

El Palacio Consistorial, su renovación, realizada por Osvaldo Baez en 1913, se refleja de algún modo, en la obra de los catalanes Auñón y Ortíz, del Hotel Conde de Peñalba, conocido también como El Palacio de la Esquizofrenia, por su cafetería que ha sido el espacio de contertulia de esos “locos” artistas, pintores, poetas, novelistas y de las vibrantes peñas del Gordo Oviedo. Colocados diagonalmente en la esquina de El Conde con arzobispo Meriño, los edificios más que coquetearse se dan un beso. Tímido y cauteloso. Sólo perceptible cuando los observamos cuidadosamente y con sensibilidad.

Los balcones avanzan diagonalmente acercándose en una acción que podemos llamar “coqueteo arquitectónico”.

El diálogo candoroso entre estos dos palacios es un hito importante en la Ciudad Colonial de Santo Domingo. Es un beso que se da bajo la sombra de los grandes árboles del Parque Colón y de la mirada añosa y bondadosa de la Catedral de Santo Domingo que parece aprobar esa hermosa relación entre un Palacio colonial reverdecido en 1913 y una esbelta arquitectura de 1940.

Omar Rancier

Arquitecto

Omar Rancier es arquitecto. Fundador del Grupo Nueva Arquitectura. Decano de la Facultad de Arquitectura y Artes de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña (UNPHU). Tiene un blog de temas arquitectónicos llamado Penélope. http://rancier-penelope.blogspot.com

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