El genocidio de Gaza es un horror, una vileza, una locura. Es el triunfo del fanatismo y de lo irracional. Es la derrota de la humanidad toda, y no solo de los gazatíes o de los sionistas. Es la derrota de lo humano y lo justo. Es el triunfo de la guerra y de las catástrofes que ella genera. Es el triunfo del odio y la derrota del buen juicio. Es una vergüenza, no solo para Israel y las élites mundiales, sino para toda la humanidad.
Gaza está siendo borrada del mapa en tiempo real, en vivo y a la vista de todos. Las élites que gobiernan el mundo ven todo, pero no hacen nada. Bueno, en verdad, unos son indiferentes, pero otros, la mayoría, son aliados de Israel. Unos apoyan a Israel, como Estados Unidos, y Europa, enviándoles armas, y en las decisiones de las Naciones Unidas, y otros, como Rusia, China y muchos países árabes, con su espantosa y cruel indiferencia. En esta desgracia, la indiferencia es demencial, espantosa, cruel y cómplice.
La indiferencia de China y Rusia es complicidad. ¿Cómo es eso de que Rusia y China nada pueden hacer para presionar a Israel a detener el genocidio? Gaza está siendo demolida, y lo está siendo sola, sin apoyo de nadie. Y lo peor, convertida en la narrativa israelí, que es asumida por muchos con poder de decisión, en culpable. Gaza es el típico caso de la víctima culpabilizada. La víctima convertida en victimaria.
El mundo ve el genocidio, el nuevo holocausto, el horror, y pocos se conmueven. Peor aún: muchos apoyan el genocidio, lo gozan, se alegran, sobre todo aquellos autoproclamados cristianos, que de cristianos tienen muy poco. He visto, penosamente, a "cristianos", apoyar con mucho entusiasmo la matanza de niños, mujeres y ancianos en Gaza. Estos, usando indebidamente el nombre de Dios, proclaman que ese genocidio se está ejecutando porque Israel es el pueblo de Dios, una mentira proclamada por siglos, que incautos y perversos se las han creído, unos por ignorantes y otros por justificar los crímenes.
Dios no es un Dios de guerra, de exterminio, de matanzas. Es vergonzoso no conmoverse por lo que está pasando en Gaza. También es muy penoso, porque esa indiferencia es una expresión lamentable de la degradación del alma humana. Llegar al extremo de no conmoverse ni avergonzarse de nada es haber perdido la condición de ser humano. Una persona no me puede decir que es cristiana y apoyar ese genocidio o verlo con indiferencia. Es cualquier cosa, pero cristiana no lo es.
Gaza arde y sangra. Sangra en los miles y miles de niños que han muerto y seguirán muriendo. Sangra en cada anciano muerto, en cada madre y en cada periodista alcanzados por los misiles israelíes. Mientras tanto, desde la República Dominicana, uno ve ese genocidio con dolor e impotencia. A veces uno no quisiera ver nada, porque el dolor es grande y el daño emocional que causa es más grande aún. Pero no, hay que seguir viendo, denunciando, hablando y escribiendo de Gaza y de su dolor, que es mi dolor y el dolor de muchos millones. Estamos convocados a seguir levantando nuestras voces en contra del genocidio. Gaza necesita la voz y la pluma de cada uno de nosotros. El silencio no es una opción para los seres humanos dignos y que se conmueven ante el dolor de sus semejantes.
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