Hay momentos en la vida de una nación en que se impone una pausa. No para quedarnos atrapados en la nostalgia, sino para mirar con lucidez lo que dio fruto, lo que sembró esperanza, lo que dejó huella. En un país joven como el nuestro, no hay tarea más urgente que formar a la juventud. No solo para que estudie o trabaje, sino para que sueñe con dignidad, sirva con propósito y sepa que esta tierra también le pertenece.
En tiempos de incertidumbre y desencanto, hay que recordar lo que ha funcionado. Y una de esas iniciativas que transformó vidas —y puede transformar muchas más— fue el Servicio Militar Voluntario Juvenil.
Un programa que no imponía castigos, sino que abría caminos. Que no adoctrinaba, sino que orientaba. Que no excluía, sino que acogía con disciplina, identidad, cultura y valores.
Entre 2001 y 2003, más de diez mil jóvenes dominicanos vivieron esa experiencia. Recibieron instrucción física, formación cívica, talleres de arte, historia patria, primeros auxilios, orientación vocacional y liderazgo. Más aún: se reencontraron con su lengua, su música, sus símbolos, su raíz. Porque forjar carácter también es reconocerse parte de algo más grande que uno mismo.
No fue un experimento. Fue una política pública seria. Y funcionó
Yasmín, con apenas 16 años, volvió del programa con el uniforme planchado, la espalda erguida y una nueva luz en los ojos.
“Mi hija regresó con otra actitud. Respeta los horarios, habla con seguridad y hasta me ayuda sin que se lo pida”, cuenta doña Claribel, su madre, vendedora de empanadas.
Años después, Yasmín ingresó a la universidad para estudiar Contabilidad.
“En la universidad nadie te persigue. Pero yo ya tenía los hábitos. Sabía organizarme, levantarme temprano, tomar decisiones. Ese programa me enseñó a cumplir”, dice con convicción.
Luis Miguel, otro egresado, fue más directo:
“Yo estaba en todo lo malo. Pero ahí entendí que podía cambiar. Aprendí a respetar, a tener metas. Me gradué en INFOTEP como electricista. Ahora trabajo, estudio y mantengo a mi familia. Ese fue mi punto de partida.”
No son casos aislados. Son miles. Padres, madres, maestros y comunidades vieron con sus propios ojos cómo jóvenes sin rumbo empezaban a construir un proyecto de vida.
Eso es prevención.
Eso es inversión social.
Eso es una apuesta inteligente por el futuro.
Hoy, según cifras de EDUCA, más de 800 mil jóvenes dominicanos ni estudian ni trabajan.
¿Qué estamos esperando?
Proponemos retomar y expandir esta iniciativa, dotándola de mayor alcance, profundidad y corazón. No como medida improvisada, sino como política nacional de formación ciudadana y cultural, a partir del tercer año de bachillerato.
Un Servicio de Formación Voluntaria con Disciplina Cívico-Militar y Cultural, coordinado por el Ministerio de Educación, el Ministerio de Defensa, INFOTEP, las Escuelas Vocacionales y, sobre todo, con el respaldo activo de las organizaciones culturales, artísticas y comunitarias del país.
Porque no se forma un buen ciudadano sin enseñarle a amar su historia, su idioma, su arte, su literatura.
La cultura no es adorno. Es columna vertebral del alma nacional.
El programa sería voluntario, sí, pero con internamientos formativos que moldeen actitudes y aptitudes. Que forjen carácter. Que cultiven vocación. Que inspiren servicio. Que preparen a nuestros jóvenes para ser buenos patriotas, vecinos solidarios, trabajadores responsables y guardianes de la memoria colectiva.
No es militarización.
Es identidad.
No es autoritarismo.
Es sentido de pertenencia.
No es castigo.
Es formación con libertad y propósito.
Recuperar este modelo no sería un regreso al pasado, sino un acto de fe en el porvenir. Sería decirle al país, con voz firme y corazón abierto, que no renunciamos a nuestra juventud. Que creemos en ella. Que estamos dispuestos a invertir en su futuro con formación, disciplina, afecto y raíces.
Mientras algunos repiten con desdén que “la juventud está perdida”, nosotros afirmamos con esperanza que la juventud está esperando.
Esperando dirección.
Esperando confianza.
Esperando herramientas para reconstruir el país desde adentro: con coraje, con amor, con fe… y con cultura.
Como dijo Yasmín, hoy licenciada en Contabilidad:
“Yo no sabía que amar a la patria también se aprendía. Pero sí, se aprende. Y no se olvida.”
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