María Antonia Moreno Lunas nos recuerda un fragmento de la Odisea que comenta Susana Fortes en su novela Nada que perder: “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son solo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: ‘Aguanta, corazón’. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”.

Pero… ¿qué pasa cuando no hay dioses que nos den suerte estando de nuestro lado? Marguerite Yourcenar intentó responder esta pregunta al escribir su novela Memorias de Adriano. En efecto, en su cuaderno de notas a dichas Memorias, Yourcenar cita a Gustave Flaubert: “Cuando los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, hubo un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre”. A lo que agrega la escritora: “Gran parte de mi vida transcurriría en el intento de definir, después de retratar, a este hombre solo y al mismo tiempo vinculado con el todo”.

En verdad, los seres humanos nunca han estado solos. Las investigaciones etnográficas revelan que los grandes “dioses moralizantes” propician o surgen de la cooperación humana en las grandes sociedades caracterizadas por su complejidad social.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando el hombre no escucha ni acata los mandatos de Dios? Para los judeocristianos, la respuesta la encontramos en el libro del Éxodo. Dios ordena a Moisés hablar con el Faraón y pedirle dejar salir al pueblo hebreo y le dice: “Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón de modo que no dejará ir al pueblo" (4: 21). Ante las maravillas realizadas por Aarón y Moisés, el Faraón se burla de ellos. Vienen luego las plagas, pero el corazón del Faraón se endurece una y otra vez.

Si partimos del libre albedrío, es obvio que no es Dios quien endurece el corazón del Faraón pues, si así fuese, no podría pedirle cuenta de sus actos. En realidad, es el Faraón el que endurece su propio corazón contra los mandatos de Dios y, en consecuencia, es responsable de dicho endurecimiento. ¿La lección bíblica? Quien endurece su corazón no logra escuchar los mandatos de Dios pues tiene los oídos sordos. Quien cree en Dios sabe que, por más que nos golpee el mundo, con fe, como Job, debemos resistir la tentación de dejarnos arrastrar por el dolor, la ira y el deseo de venganza, con la esperanza de ser salvado.

Quien en Dios no cree reclama, sin embargo, el derecho de gozar de su propia crueldad contra los malos. E invierte la enseñanza canónica como haría Cicerón al decir: “A mí, en verdad, me parece que tiene el corazón endurecido el que no busca en el dolor y los tormentos del culpable algún alivio a su dolor y algún consuelo a sus tormentos”. Los creyentes fieles, en oposición, ante el mal, solo debemos exclamar, como el derrotado Ulises: “Aguanta, corazón”.

Eduardo Jorge Prats

Abogado constitucionalista

Licenciado en Derecho, Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM, 1987), Master en Relaciones Internacionales, New School for Social Research (1991). Profesor de Derecho Constitucional PUCMM. Director de la Maestría en Derecho Constitucional PUCMM / Castilla La Mancha. Director General de la firma Jorge Prats Abogados & Consultores. Presidente del Instituto Dominicano de Derecho Constitucional.

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