Francisco Javier Veloz Molina, hijo de los sancarleños Juan Pablo Veloz Victorino y Adela Molina Echavarría, hermano de la religiosa Altagracia Angélica Veloz Molina (sor Leticia), directora del colegio Serafín de Asís y padre del polifacético Marcio Veloz Maggiolo, publicó en 1967 su fantástica obra La misericordia y sus contornos (1894-1916) con la editorial Arte y Cine.

El libro, que describe como una “narración de la vida y costumbres de la vieja ciudad de Santo Domingo de Guzmán”, comienza con una cita del escritor francés Víctor Hugo que no me gustaría dejar pasar: “La vida, el infortunio, el aislamiento, el abandono, la pobreza, son otros tantos campos de batalla que tienen sus héroes, oscuros es verdad, pero a veces más grandes que los héroes ilustres”.

El texto define muchas de las historias que relata. Impregnado de descripciones, parece asemejarse a un plano urbanístico que detalla las locaciones y construcciones vernáculas del sector capitalino. Sector que para la época tenía el nombre de La Misericordia y que en la actualidad corresponde a las calles Palo Hincado, Arzobispo Portes, Gabriel García, Arzobispo Nouel, El Conde, hasta llegar a Ciudad Nueva, que comienza a describir desde los tiempos en que tenía apenas 6 años.

De sesenta y siete narraciones, en siete de ellas: Juan Francisco Pereyra, maestro de maestros, La maestra Zoila Fuentes viuda Perdomo, La segunda universidad de La Española y de América, El colegio San Luis Gonzaga y su ubicación, Escuela La Trinitaria y La mujer dominicana a grandes rasgos, rememora la vida escolar. En otros los aborda de forma tangencial.

En la narración titulada Juan Pereyra, maestro de maestros, valora el ejercicio docente del profesor de clarinete de reputados alumnos que más adelante se destacaron en la vida social y política dominicana, como lo fueron José de Jesús Ravelo, Alejandro Woss y Gil y el mismo Francisco Veloz.

Detalla la vida rutinaria en que vivía la juventud que, aún en edad escolar no asistían a ninguna escuela, sobre todo las jóvenes:

“El hogar era un santuario donde la señorita, después de las faenas del día, si no frecuentaba ninguna escuela, (los padres celosos, previsores, a cierta edad, resolvían que la niña no debía seguir asistiendo a clases para evitar contacto con los jóvenes que pudieran enamorarlas) tenían sus horas para cambiarse en la tarde, poco antes de la cena, pasada la cual se sentaban en la sala a conversar, tejer, bordar o inventar algo para entretenerse hasta que llegaba la hora fatídica de irse a la cama para dormir…”[1]

En el libro aparecen varias fotografías que ilustran sus narraciones. Una de ellas es de su cuñada Enriqueta Maggiolo, cuyos versos dedicados a la Revista fémina el 15 de julio de 1920 no tiene desperdicio y ejemplifica bien lo anteriormente citado:

Haz abierto tú el caos

en la que se encontraba

sumergida nuestra

humilde mujer.

¡Quiera el cielo que sea

tu honrosa vida, sea larga…

¡Feliz y llena de ambrosía!

Recuerda a las profesoras Vicioso, las cuales ejercieron el magisterio muchos años en la ciudad capital. Una de las hermanas, la profesora Vitalia Vicioso Sánchez, es la autora del libro Alfabetizador dominicano Teresita. Uno de los pocos ejemplares que sobreviven, lo posee la Biblioteca Pedro Henriquez Ureña, en exclusión de préstamo, bajo la categoría de Patrimonio Cultural, donación de la biblioteca de la escritora María Suncar.

La maestra Carmen Lustrino que en un bohío de tabalas de palma cobijado de yaguas tenía “La escuela del pedazo”, allí, según sus cálculos recibían la enseñanza de primeras letras unos 40 niños, cantidad asombrosa para la época y el tipo de construcción.

Se rezaba a la hora de entrada como de salida, es decir, cuatro veces al día, la profesora acompañaba su oficio con el de lavandera, por lo que muy a menudo, al llegar a clases, los jovencitos encontraban a la maestra frente a la batea de ropa. Se usaba el libro Mantilla no. 1 y otras cartillas con el abecedario. “… nos llamaba uno a uno para darnos la lección. ¿Dónde está su puntero? Era lo que preguntaba. ¿aquí, maestra respondía uno. -pues empiece; marque aquí-. También les prevenía:

“Tiene cinco fuetazos el que falte esta tarde y una hora hincado mañana… Tenía una correa de suela, colgada de la pretina de la falda, adherida a una soguita, con tres aberturas al final; el tres de basto, el guallo colgado a la vista en un rincón nos hacía reflexionar. Los castigos más benignos eran los buches de agua, para hacernos callar, pues a menudo se tragaba uno el agua, siguiendo, a la vista de la maestra, con los buches abultados, haciendo creer que el castigo se estaba cumpliendo”.[2]

 [1] Ibíd., p. 71

[2] Ibíd., p. 84

Duleidys Rodríguez Castro

Educadora y Filósofa

Duleidys Rodríguez Castro es filósofa egresada del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó. Posee una maestría en Filosofía en el Mundo Global por la Universidad del País Vasco. Es coleccionista especializada en historia de la educación dominicana. Desde hace 17 años se desempeña como profesora de Literatura.

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