Parto de dos cuestiones que ya he planteado en esta columna en diferentes ocasiones estos dos últimos años.
Los seres humanos somos diversos en todos los aspectos, es el resultado de la riqueza genética de nuestra especie y de la singularidad de las experiencias formativas de cada uno. En ese hecho radica una de las mayores riquezas de nuestra vida social. Nuestra vida social es el resultado de la interacción libre y creativa de lo diverso que somos. La singularidad es nota distintiva en cada ser humano.
Que la desigualdad en términos socioeconómicos y políticos son el resultado de estructuras políticas y modelos económicos implementados para favorecer el poder de minorías y explotar a mayorías para que generen riquezas que incrementan las fortunas y el poder de unos pocos. La desigualdad por tanto es un resultado buscado por quienes tienen poder para doblegar la voluntad de los más y concentrar el poder político, económico y social en los menos.
En síntesis, mientras la diversidad es un bien para el bienestar de todos, la desigualdad es un mecanismo que empobrece a los más para beneficio de los menos, es por tanto una patología social que debe ser superada.
La desigualdad es un dato que muestra la historia de las sociedades humanas desde que surgieron formas de dominación grupal, especialmente cuando se articularon los primeros Estados en Egipto, Mesopotamia, el Valle del Indo, la Dinastía Qin en China, el Estado Maya o el Inca. Los más antiguos hace unos 6 mil años.
Los Estados se formaron, junto a otros factores, mediante el control de los excedentes de alimentos producidos por cerca del 90% de sus poblaciones que eran agricultores y pastores. Se gestionaba el poder mediante el hambre, mientras las élites políticas, administrativas, militares y religiosas tenían buenas reservas de alimentos, los productores de los mismos eran mantenidos a nivel de sobrevivencia para garantizar su control físico.
Un hecho común al surgimiento de los Estados fue el uso intensivo de la mano de obra ociosa durante los tiempos muertos de la producción agrícola en construcciones monumentales para afirmar el poder de los dominadores e infraestructura de riego. La expresión del poder era la propiedad de los terrenos fértiles y los campos de pastoreo. En toda la historia del género humano hasta el siglo XIX el substrato del poder siempre estuvo en la propiedad del suelo pasando de las propiedades comunales a la propiedad privada, y esta de pequeños propietarios a los grandes terratenientes u oligarcas.
Con la modernidad capitalista el poder se apoyó más en mercancías, metales preciosos, producción industrial y el sector financiero, hoy avanzamos hacia el control de tecnología y los espacios virtuales. Sin importar los medios, las formas de poder siempre mantienen mayorías bajo control restringiendo su calidad de vida y participación en el curso de la vida social.
Las minorías, en todos los casos, acumulan volúmenes de riquezas inmensos. En cálculos recientes el 1 % más rico de los adultos posee alrededor del 45-50 % de la riqueza mundial total. Por ejemplo, la fortuna de Jeff Bezos (el de Amazon) es mayor que el PIB de muchos países, como ejemplo, mientras el PIB de República Dominicana es 124 mil millones dólares, en el 2024, la fortuna de Bezos es de 241 mil millones de dólares. Un solo hombre tiene más riqueza que 11 millones.
¿Cómo superar la desigualdad? Doy algunos puntos a consideración.
Si la desigualdad es resultado de procesos estructurales, alcanzar niveles de igualdad requiere modificar las estructuras económicas y de poder político que sostienen el actual orden. Si las actuales estructuras benefician a las minorías que tienen el poder no podemos ingenuamente pensar que serán ellos los que modifiquen el statu quo. Eso no ha ocurrido nunca en la historia del género humano.
Es un hecho que las grandes reformas para arrebatar a las minorías privilegios y mejorar las condiciones de grupos más amplios se ha hecho mediante violencia. Es otro hecho que quienes logran arrebatar mediante la violencia el poder a grupos dominantes tienden a convertirse ellos mismos en grupos privilegiados de los beneficios que brinda controlar los mecanismos económicos y políticos de una sociedad. La violencia, en sí misma, es un mecanismo de construcción de nuevas élites de poder. Derrocados los poderosos anteriores, las nuevas élites en el poder serán quienes posean los mecanismos de generar violencia.
Uno de los resultados de los mecanismos que generan desigualdad es que alienan la conciencia de las mayorías tornándolas ciegas a las estructuras que los oprimen y regularmente convirtiéndolos en defensores de quienes los explotan. En la antigüedad operó para lograr esos fines muchas ideas religiosas, en la modernidad la propaganda política y en la actualidad las redes sociales.
No es posible superar las estructuras de desigualdad sin el esfuerzo comunitario de organizarse, dialogar y educarse. Eso ya lo sabía Platón hace más de dos milenios y pensadores contemporáneos, como Dussel, por ejemplo, lo enfatizan. La vida en sociedad para superar la desigualdad requiere la participación activa y consciente de todos los miembros de cada comunidad. Delegar esa responsabilidad en liderazgos políticos o económicos mantiene los mecanismos de desigualdad.
Ni la violencia, ni la delegación, son auténticos mecanismos de reducción de la desigualdad.
La evasión al compromiso de organizarse socialmente y profundizar en los análisis críticos de los procesos sociales y económicos de la sociedad es un respaldo a las minorías que controlan y explotan.
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