La lucha ideológica es parte de la convivencia social de una comunidad política. Digamos que le es connatural a la comunidad política el que diversos sectores se enfrenten en posiciones opuestas y que uno y otros se acusen mutuamente de representar o bien una amenaza para la sobrevivencia de la comunidad política o bien la garantía de un mundo posible mejor. Frente a esta dicotomía no queda más que enarbolar los propios principios como salvación y garantía del bienestar social o, en su mejor caso, de garantía para la sobrevivencia y las ideas del otro como perdición o destrucción del estatus quo. En definitiva, el enemigo político resultaría ser la amenaza a la sobrevivencia de la colectividad o la postura propia la garantía necesaria para la continuidad de la comunidad política.
En la península ibérica, antes de la colonización, la élite mantuvo su lucha ideológica interna, esta última relacionada con motivos religiosos, y frente a los estratos sociales. Así la separación entre «cristianos viejos» y «cristianos nuevos» tenía como propósito distinguir entre los considerados «puros» (de sangre) y los que recién se habían convertido al cristianismo, pero que en sus venas llevaban una mancha de sangre mora. En definitiva, la pureza sanguínea determinaba la calidad de los individuos y, en consecuencia, la hibridación (racial y cultural) a la que fueron sometidos durante varios siglos de presencia musulmana se miraba con recelo. Estas diferenciaciones de calidad de los individuos sometían, inmediatamente, a los individuos a una jerarquización social en la que se diferenciaban y atribuían roles estereotipados a grupos humanos; de esta forma, quien tuvo el poder se consideraba como el baremo de clasificación y estratificación de las demás grupos que constituían la comunidad política y adjudicaba una serie de limitaciones (de ser, labores, sociales) a quienes no participaban de los rasgos de los así considerados superiores.
Lo mismo se llevó al «Nuevo Mundo», con la novedad de que la abrumadora utilización de los esclavos indígenas y africanos dilató las diferenciaciones sometidas el criterio religioso. En lo adelante, el criterio racial o fenotípico imperó como elemento ideológico de diferenciación. Ya no se trataba, para el colonizador blanco, de mostrar su línea sanguínea sino que el color de piel y la posición de poder impuesta (la de amo frente al esclavo) le bastaban para sostener su calidad como persona. Se diluyó el criterio de la pureza de sangre, pero no desapareció, solo se transformó en un nuevo criterio de diferenciación social y, por tanto, en estrategia ideológica para distinguir a mansos y cimarrones.
La convivencia social bajo el régimen colonizador no fue todo lo homogénea que se pretende pintar. Hubo laxitud, hubo conquistas, hubo mezcla impuesta tanto racial como cultural. Un entramado y complejo de violencias sistémicas hicieron presencia, pero también se crearon mecanismos de movilidad social como también se instauraron respuestas radicales a la condición imperante. De todos modos, el resultado es una mezcolanza de cuestiones jurídicas, de conflictos raciales, de sectorización de la estratificación social, de ideas legitimadores de cierta superioridad basadas en la raza y los rasgos fenotípicos de grupos humanos sobre otros grupos humanos. En todo ello hay constantes y rupturas según los contextos y los procesos históricos de cada región.
Una vez conquistadas las independencias, el nacimiento de las nuevas naciones latinoamericanas si bien quebró el sistema colonial no quebró el sistema ideológico que se impuso durante los siglos anteriores. Las ideas continuaron y, en muchos casos, fueron asumidas por los mismos habitantes criollos que, si bien no eran considerados españoles (aunque fueran blancos e intelectualmente tan preparado como los de la metrópoli) su condición de no nacidos en la metrópolis los llevó a ser considerados como ciudadanos de segunda. Sabemos ya que estas mismas élites latinoamericanas y caribeñas proyectaron al interno de las nuevas repúblicas los mismos conflictos raciales y las luchas ideológicas que habían heredado desde la colonia.
En nuestro país observo un marcado interés por la clasificación de los individuos según ideologías que, en muchas ocasiones, dilata la cuestión de lo heredado en términos raciales y culturales. Hoy se asume la distinción entre patriotas y traidores a la patria según el discurso hacia la cuestión racial y su presencia hoy. Continuamos en la próxima entrega.