A todos nos ha pasado.
Sabemos cuál sería la decisión más racional, eficiente y conveniente… pero, aun así, terminamos haciendo lo contrario. Queremos ahorrar, pero gastamos en cosas innecesarias. Queremos comer saludable, pero cedemos a la tentación de un postre. Queremos planificar con tiempo, pero dejamos las tareas para último momento. Esto no es simplemente cuestión de falta de disciplina: refleja cómo nuestro cerebro procesa la información y toma decisiones en un mundo lleno de estímulos y opciones.
Desde los años 2000, la economía conductual ha mostrado que los seres humanos no deciden de manera perfectamente racional, como asumían los modelos económicos tradicionales. Comprender esto nos permite analizar por qué nuestras buenas intenciones a menudo no se traducen en acciones concretas.
Según Thaler y Sunstein (2008), las personas utilizamos atajos cognitivos —conocidos como sesgos conductuales— para tomar decisiones rápidas ante la sobrecarga de información diaria. Estos sesgos no son errores en sí mismos; más bien son mecanismos adaptativos que nos permiten decidir con menor esfuerzo y rapidez. Sin embargo, aunque nos ayudan a simplificar la vida cotidiana, también pueden desviarnos de elecciones óptimas o alineadas con nuestros objetivos a largo plazo.
Quiero hacerlo, pero no lo hago no es una contradicción moral, sino un reflejo de cómo pensamos y actuamos en la vida cotidiana
El Centro de Competencia (2023) explica que los sesgos surgen de la interacción entre dos sistemas de pensamiento:
- Sistema 1: rápido, intuitivo y emocional, que nos permite responder de inmediato a situaciones cotidianas.
- Sistema 2: más lento, analítico y deliberativo, que requiere esfuerzo consciente y tiempo para evaluar alternativas.
Ambos sistemas son necesarios: el primero nos ayuda a actuar de manera eficiente en la vida diaria, mientras que el segundo nos permite tomar decisiones más reflexivas y estratégicas. Sin embargo, el Sistema 1 suele dominar, lo que nos lleva a respuestas automáticas que, en ciertas ocasiones, pueden ser irracionales o contrarias a nuestras metas.
Entre los sesgos más comunes se encuentran:
- Sesgo del presente: Damos mayor importancia a recompensas inmediatas que a beneficios futuros, lo que nos lleva a postergar decisiones importantes.
- Sesgo de statu quo: Preferimos mantener las cosas como están, aun cuando un cambio podría mejorar nuestra situación.
- Sesgo de confirmación: Tendemos a buscar información que respalde nuestras creencias y evitamos datos que las cuestionen.
- Exceso de confianza: Sobreestimamos nuestra capacidad para prever resultados, subestimando riesgos o dificultades.
Estos patrones explican por qué, aun con buenas intenciones, no siempre actuamos en función de lo que consideramos mejor. Por ejemplo, una persona que planea ahorrar parte de su salario a menudo lo posterga, pensando que “el próximo mes será mejor momento”. Lo mismo ocurre cuando intentamos comer más saludable, pero cedemos a un postre, cuando planeamos hacer ejercicio y lo dejamos para más tarde, o cuando queremos reducir el tiempo frente a redes sociales y terminamos navegando durante horas.
Este desfase entre intención y acción se conoce como intention–behavior gap (Sheeran, 2002), y es un concepto central para entender por qué las decisiones humanas rara vez son completamente racionales.
Aplicar la economía conductual permite cerrar la brecha entre nuestras intenciones y nuestras acciones mediante pequeños cambios en el entorno
Para reducir la brecha entre intención y acción, Thaler y Sunstein (2008) proponen los nudges, intervenciones que modifican el contexto de decisión —la llamada “arquitectura de la elección”— para facilitar comportamientos más beneficiosos sin restringir la libertad de elección.
Algunos ejemplos prácticos de nudges incluyen:
- Inscribir automáticamente a las personas en un plan de ahorro, con posibilidad de salirse si lo desean, lo que incrementa la tasa de participación sin coerción.
- Colocar frutas y alimentos saludables a la altura de los ojos en cafeterías o supermercados para incentivar su consumo de manera sutil.
- Diseñar recordatorios automáticos para citas médicas, pagos de servicios o vencimientos importantes, reduciendo la probabilidad de olvido.
Estos pequeños cambios demuestran que la arquitectura del entorno influye directamente en nuestras decisiones. Aplicar la economía conductual no se limita a experimentos o políticas públicas; también nos permite comprender cómo funcionan nuestras elecciones en la vida cotidiana y cómo podemos facilitar que se alineen con nuestras intenciones.
Los ejemplos anteriores muestran que intervenciones simples pueden tener un impacto significativo en nuestra vida diaria. Un entorno cuidadosamente diseñado puede ayudarnos a tomar decisiones que reflejen mejor nuestras metas y valores, desde hábitos de alimentación hasta planificación financiera o salud.
Al entender cómo funcionan los sesgos y cómo interactúan los sistemas de pensamiento, podemos crear estrategias que conviertan las buenas intenciones en acciones concretas, reforzando la consistencia entre lo que queremos hacer y lo que realmente hacemos.
“Quiero hacerlo, pero no lo hago” no es una contradicción moral, sino un reflejo de cómo pensamos y actuamos en la vida cotidiana. Comprender los sesgos y la arquitectura de las decisiones nos permite identificar obstáculos que separan nuestras intenciones de nuestras acciones y aplicar soluciones prácticas, tanto a nivel individual como colectivo.
Pequeños cambios en el entorno pueden marcar la diferencia en hábitos de ahorro, alimentación, ejercicio o cumplimiento de responsabilidades. Y es la economía conductual quien nos ofrece herramientas clave para cerrar la brecha entre “el querer y el hacer”.
Referencias
- Carmona, J. (2021). Economía del comportamiento y política pública. Editorial Académica.
- Centro de Competencia. (2023). Guía sobre sesgos cognitivos y toma de decisiones.
- Sheeran, P. (2002). Intention–behavior relations: A conceptual and empirical review. European Review of Social Psychology, 12(1), 1–36.
- Thaler, R., & Sunstein, C. (2008). Nudge: Improving decisions about health, wealth, and happiness. Yale University Press.
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