Soy una persona rutinaria. ¡Las amo!.

Despertarme a la misma hora, seguir una secuencia clara de pasos cada mañana, saber qué sigue y cuándo, eso me da paz en un mundo donde tantas cosas escapan de nuestro control, mantener una rutina me permite desconectarme del caos exterior, y al igual que yo, hay miles de personas.

Hubo un tiempo en que todo encajaba, pero esto ha cambiado. Todo hay que hacerlo rápido para intentar sobrevivir el tráfico.

Mientras tomo leche con café, imagino la cantidad de gente en la misma situación. Una mano abrocha la camisa, la otra repasa la agenda del día, zapatos puestos a brincos, muchas veces sin limpiar. En los semáforos, las mujeres completamos el maquillaje con el pinta labios en una mano y el pie sobre el freno, basta un toque en el parachoques para que el labial se transforme en una pintura abstracta. Situaciones cotidiadas que harían que Picasso tuviera competencia. Los hombres no lo tienen más fácil.  Hay que presentarse bien acicalado, tanto para la sociedad, como para la salud mental.

Y mientras todo esto ocurre, el tráfico comienza a hacer lo suyo. Aumentan los entaponamientos y con ellos el estrés. El cuerpo entra en alerta: la presión arterial se eleva, la digestión se hace lenta, las defensas en pausa. El estrés deja de ser un episodio puntual para convertirse en un estado habitual. Aquí, el trafico no solo es físico, es también emocional y fisiológico. La ansiedad que genera no es una exageración, sino una respuesta natural.

Cambiar de carril se vuelve un acto hostil: se señaliza con esperanza, pero el conductor de atrás acelera para impedir el paso como si estuviera defendiendo su honor. Más estrés, más tensión.

Mi padre dice que siempre hay que ver el lado positivo de las cosas. Así que he hecho una lista de mis canciones favoritas para escuchar en medio del caos y de esta forma, entre bocinazos y frenazos, cambios de carril y de humor, intento reconectarme.

Hoy día, incluso los momentos de esparcimiento deben ser meticulosamente planificados. Salir a despejar la mente con familiares o amigos, requiere coordinación y logística, porque perder una reservación de un restaurante se siente como un pecado. Las reuniones sociales se posponen, los encuentros se cancelan. Y sin darnos cuenta, hemos normalizado que nuestra vida social, parte fundamental para la salud mental, y el bienestar físico se deterioren.

Al llegar a casa, muchos no tienen la energía, para moverse. Llega el aumento de peso, cambios en la dinámica familiar, el insomnio muchas veces convierte en compañero. Este ciclo se ha vuelto la nueva rutina.

En una entrevista publicada en Disruptiva (2022), el psicólogo clínico Gustavo Paniagua Serrano explica que “el caos vehicular […] puede de igual manera incidir en el desempeño de las personas en todos los ámbitos de la vida”. Además, advierte que “si ya existen condiciones como la ansiedad o el estrés crónico, estas pueden agravarse”. Su análisis revela una verdad incómoda: el tráfico urbano no solo retrasa, también enferma.

Por suerte, existen maneras de aliviar esta realidad, y no, no solo se trata de respirar profundo, se trata de reentrenar la mente y el cuerpo para resistir el entorno que habitamos. Esto se logra con una política estatal destinada a orientar la población, utilizando los recursos que poseemos en las instituciones donde ya existen departamentos de salud mental.

La psicología comunitaria, aunque desempeña un papel importante para la sociedad, sigue siendo un concepto extranjero en nuestras políticas públicas. El acceso a la información, las conversaciones sobre cómo podemos afrontar esta realidad son igual de necesarias como rediseñar la estructura de la ciudad desde un lugar de empatía hacia el ciudadano.

Mientras tanto, comparto algunas herramientas que pueden marcar la diferencia.

  • Terapia cognitivo-conductual (TCC): ayuda a reformular pensamientos catastróficos como “esto nunca va a mejorar” o “voy a perder el control”.
  • Mindfulness en movimiento: respirar conscientemente en un semáforo puede convertirse en un acto de resistencia emocional.
  • Exposición gradual: útil para quienes desarrollan fobias, como el miedo a túneles o a quedarse varados.
  • Psicoeducación colectiva: campañas que fomenten una convivencia vial más humana.
  • Terapias breves en línea: opciones accesibles y efectivas.

El tráfico no solo es una enfermedad urbana, tambien social, por la tanto cuidar la salud mental es parte del tratamiento.

No podemos hacer que los en taponamientos  desaparezcan mañana, pero si trabajar cómo respondemos ante ello, recordando que la calma no es un lujo, es un derecho que debemos cuidar.

Merliz Rocio Lizardo Guzman. Aprendiz de la conducta Humana.

Merliz Rocio Lizardo Guzmán

Aprendiz de la conducta humana. Merliz Rocío Lizardo Guzmán. Hija del escritor y profesor universitario Luis F. Lizardo Lasocè y de la doctora en medicina Idaliz Guzmán Suárez. Licenciada en psicología en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, con estudios relacionados en la Universidad de NYU y Hackensack, New Jersey donde cursó estudios en PTSD, además, Maestría en Sexualidad Humana. Actualmente es Profesora, por más 15 años en el área de psicología de la UASD y Terapeuta del Hospital Marcelino Vélez Santana. Asesora de estrategia de Marketing empresarial de grandes empresas nacionales y multinacionales.

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