La figura de Enriquillo, cacique de Bahoruco y símbolo de la resistencia indígena antillana, ha sido presentada durante siglos como el emblema de la dignidad del hombre oprimido frente a la conquista. Sin embargo, su representación ha oscilado entre la verdad histórica y la recreación literaria, entre el hombre de carne y hueso y la edificación del mito nacional.

La novela de Manuel de Jesús Galván de 1882, aunque de incuestionable valor literario y patriótico, filtra a Enriquillo a través del romanticismo decimonónico, movimiento cultural que floreció en Europa durante el siglo XIX como reacción a la Ilustración y el neoclasicismo, que se caracterizó por priorizar los sentimientos, la individualidad y la emoción sobre la razón.

La novela lo convierte en un héroe noble, cristiano, casto, resignado y obediente a los valores de la civilización hispánica, un modelo moral útil para la ideología del momento en una búsqueda de reconciliación entre el pasado indígena y la herencia española. Ese Enriquillo no es el rebelde insurgente ni el estratega que desafió a la Corona por años, sino una figura domesticada, moldeada por los ideales conservadores y clericales del siglo XIX. “Galván, Manuel de Jesús. (1882). Enriquillo. Santo Domingo: Imprenta de García Hermanos”.

Para comprender su grandeza, es necesario analizarlo en el contexto de su tiempo: un niño marcado por la violencia y el despojo de su familia, educado y bautizado por frailes en el convento de Verapaz, bajo la tutela de los franciscanos. Según Bartolomé de las Casas, Enriquillo fue “de los más discretos e ingeniosos de los indios que en aquella tierra hubo”, formado bajo enseñanza cristiana, sin perder su conciencia de justicia frente al abuso de los encomenderos. Desde la marginalidad, Enriquillo inauguró el pensamiento de la libertad en América. Las Casas, Bartolomé de. Historia de las Indias, libro III, ca. 1552–1561.

Redimensionar su figura es un deber histórico frente a la verdad mutilada

Guarocuya no pertenece solo al pasado taíno, sino a la historia universal de los que se alzaron en nombre de la justicia. “Según el historiador Franklin Franco Pichardo, 1992, en Historia del pueblo dominicano, ‘la rebelión de Enriquillo constituyó uno de los primeros desafíos al orden jurídico y político colonial en América”.

De este modo, el personaje histórico, el hombre que supo articular una resistencia con base en derechos violados, con sentido jurídico y político, fue reducido a un símbolo literario de sumisión cristiana y virtud romántica, en una reconstrucción coherente con el pensamiento colonial residual y con la visión eurocéntrica dominante en la élite intelectual del siglo XIX dominicano. Esta obra fue concebida en un contexto postrestaurador (1875–1882), cuando el pensamiento nacionalista buscaba reconciliar la identidad dominicana con su pasado colonial, bajo el influjo del romanticismo español y la moral católica. A pesar de que no fue una manipulación de mala fe, estuvo marcada por el influjo hispanista y la justificación del orden social existente, en pleno proceso restaurador.

En consecuencia, Enriquillo ha sido leído durante generaciones no como precursor de la autodeterminación antillana, que durante más de diez años resistió con éxito a las fuerzas coloniales, utilizando tácticas de guerra irregular y acuerdos temporales con tribus aliadas. Sino como una especie de “salvaje bonachón” que pide justicia, pero no autonomía. Pero un examen más riguroso revela a un hombre de visión política, cultural y jurídica, cuyas acciones anticiparon los movimientos independentistas, las luchas por la dignidad humana y los principios de resistencia legítima.

En el siglo XX, a partir de autores como Juan Bosch, Pedro Henríquez Ureña y Franklin Franco, se comenzó a restituir el carácter político y emancipador de Enriquillo, en medio de un debate social marcado por los vínculos de una doble identidad. Se reconoció entonces que su levantamiento constituyó la primera resistencia organizada con sentido de legitimidad en el Nuevo Mundo. De tal modo, su mestizaje no proviene de la sangre, sino de la cultura.

Guarocuya proviene de la nobleza taína, nieto de Anacaona, reina de Jaragua, y de Caonabo, célebre jefe que resistió ferozmente la conquista. Enriquillo representa la unión de la herencia indígena y la educación española; bautizado y criado bajo tutela cristiana, conoció la cultura del colonizador desde dentro, comprendiendo sus códigos, su lengua y su lógica de poder.

Entre 1519 y 1533 encabezó la primera insurrección prolongada y estratégica del Nuevo Mundo, adelantándose a siglos a las tácticas de guerra de guerrillas. Su resistencia puso en jaque a la Corona española y culminó con un hecho insólito: la firma de un tratado de paz, lo que lo convierte en precursor de los tratados iberoamericanos y del principio del derecho de autodeterminación. “Véase Luis Arranz Márquez, Enriquillo, un rebelde indio en La Española, Revista de Indias, vol. 52, no. 196, 1992.”

Su trascendencia lo sitúa junto a figuras como Hatuey, taíno de La Española, del cacicazgo de Jaragua que emigró a Cuba, mártir de la primera resistencia anticolonial (1511-1512); Guaicaipuro, defensor del territorio y de la autonomía indígena en Venezuela (1560-1568); y Túpac Amaru II, líder de la insurrección peruana de 1780-1781 con un programa político de avanzada. Todos son eslabones de una misma cadena histórica, la de la libertad americana.

Enriquillo encarna la primera conciencia jurídica y política del continente. Su figura simboliza la dignidad del hombre americano que se enfrenta al poder imperial con inteligencia, estrategia y sentido de justicia. No fue un simple rebelde resentido, fue el primer libertador, el primer diplomático indígena, el primer estratega de la resistencia americana, el creador de la guerra de guerrillas y el primer indígena que obliga a la Corona a firmar un Tratado de Paz.

Enriquillo, más que un personaje histórico, es un arquetipo de la resistencia digna: el primer americano que entendió que la libertad también podía reclamarse por el derecho, no solo por la espada.

Redimensionarlo no es un acto literario, sino un deber histórico frente a la verdad mutilada. Así, entre la historia y el mito, entre el héroe real y el símbolo manipulado, sobrevive Enriquillo como espejo de la América que aún busca justicia bajo su propio nombre.

 

José Miguel Vásquez García

Abogado

Egresado como Doctor en derecho de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Autor del libro de derecho “MANUAL SOBRE LAS ACTAS Y ACCIONES DEL ESTADO CIVIL”. Especialista en materia electoral y derecho migratorio Maestría en derecho civil y procesal civil Maestría en Relaciones Internacionales Maestría en estudios electorales Cursando el Doctorado en la Universidad del País Vasco: Sociedad Democracia Estado y Derecho. Coordinador de maestría de Derecho Migratorio y Consular en la UASD Maestro de grado actualmente en la UASD Ex consultor Jurídico de la Junta Central Electoral 2002-2007 Abogado de ejercicio. Delegado político nacional del PRD 2012-2020

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