Quien considera que no ha disfrutado la vida como lo sugiere el inconsciente, generalmente lo pondera en una etapa de su vida que lo vive, lo sueña y lo piensa a paso de tortuga o a vapor; por lo que debería considerar disfrutar su muerte, para que no se vaya en blanco en torno al hedonismo que siempre envuelve el vivir mucho más que el morir, respecto al placer.

Planteándolo en términos llanos, para que no se haga mucho esfuerzo en pensarlo si fuera el propósito, que no tengo, personalmente. Nadie dice o muy pocos lo pregonan: Voy a disfrutar mi muerte como he disfrutado de la vida.

A rasgos posibles, casi siempre se entiende el vivir como el despilfarro en cualquier orden, en cada tiempo postulado como decálogo a seguir consciente o inconscientemente; con la muerte todo se ve del color del vecino y no lo digo por joder, es para ser coherente con que todos los ejemplos que no se asumen con cierto placer, se dice que es negro. ¿No debería cambiarse el color? El afán de entender lo que nos aprovecha lúdicamente es el sumo placer (la salud, el viajar, el gastar, la fe como salvavidas) después de que se ha acabado con la vida de los otros o la propia por diferentes vías, tanto material como espiritual… con cuchillito de palo, construido artesanalmente, como se decía.

Como no me he disfrutado la vida a la manera del despilfarro, quiero disfrutarme la muerte con deferencia (no se atrevan a creerlo del todo) sin preocuparme obsesivamente: “¡Oh, Dios! Ya me moriré (donde más), en Santo Domingo con aguacero”, y no es un exceso de pesimismo extraído de literatura que ya no está tan de moda, sino extraído de la experiencia personal o epocal.

Nunca como ahora el dominicano es más optimista. Lo transpira de buena o mala manera, y quien le dice lo contrario, prepárese a enfrentarse a cualquier cristiano, convertido o no, por crisis personales, por prácticas religiosas mal manejadas y por cansancio.

No se atreva quien nunca se ha visto la nariz (ni para sacudírsela) a hablarle de mesura. Mesura y control en gastos personales o lo que dirige en el buen sentido de la práctica de la vida. Todo el que hace lo que le da la gana con lo propio o lo ajeno siempre le brota el optimismo cual mar Caribe. Y para que no se piense mal de estas líneas, estoy de acuerdo con lo que cada quien haga.

A nuestra clase dirigencial el optimismo representativo le brota hasta por los poros; de ahí que cuando se camina por las calles, como en estas fechas, y ve la alegría en las caras y sus procederes, no nos deja sin aliento, porque hace rato que no se tiene.

El optimismo de nuestros conciudadanos no tiene precio cuando se trata de su prisa, de sus asuntos, tanto en una fila bancaria como en instituciones administrativas públicas o privadas. Estamos como el mundo y su máximo representante, las redes sociales, locos por el disfrute de la vida en playas blancas, viajes, con dinero a borbotones y… ¡Que viva la vida desenfrenada porque es una sola y que yo estoy de acuerdo, aunque me acueste con las gallinas!

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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