El modelo de turismo masivo, que mide el éxito a través de la cantidad de turistas y los dólares que entran a la economía y engrosan el Producto Interno Bruto, está muy enraizado en la República Dominicana, pero no es la mejor opción si se pretende el bienestar general de las comunidades destino y el menor impacto negativo al medioambiente.

La tendencia global es a cualificar este fenómeno social para responder a la creciente demanda del nuevo turista de interacción con los pueblos, la cultura y disfrutar de los recursos naturales sin dañarlos.

Pedernales, objeto del proyecto de desarrollo turístico desde el Gobierno, está sin embargo en riesgo de caer en la trampa de las malas tentaciones.

En el horizonte se ven señales poco halagüeñas, pese a que las autoridades han articulado desde los primeros días de 2021 un discurso sobre turismo sostenible y han enfatizado en que no repetirán los costosos errores de planificación de otros polos porque –dicen- han comenzado de cero con un plan maestro a mano.

Nada se pierde, entonces, si temprano nos sentamos a la mesa para la autocrítica y desenredar nudos.

El bienestar general no significa posibilidad de un salario de sobrevivencia en un resort o en un aeropuerto, ni cuántos cruceristas lleguen al puerto Cabo Rojo, Pedernales. Es mucho más que siempre mejoría monetaria y algunas infraestructuras.

No es sinónimo de desarrollo que un tropel de personas, sin diagnóstico o estudios de factibilidad a mano, solo movidas por ilusiones construidas por campañas de relaciones públicas y un efecto-contagio, haya caído en “invertir dinero” en el uso  indiscriminado de suelo con la fiebre de comprar y vender, convertir viviendas en Airbnb, instalar restaurantes, abrir centros de diversión, hoteles y otros negocios. Tampoco que unos cuantos turistas transiten un par de horas por el pueblo.

Tiene que ver con el estado de la educación, la salud, viviendas dignas, agua potable permanente en los grifos de las viviendas, electricidad, calles asfaltadas, carreteras de calidad; recolección, adecuado tratamiento y disposición de desechos sólidos y aguas residuales (no hay sistema de alcantarillado de aguas sanitarias y pluviales, ni planta de tratamiento); promoción de la cultura local, acceso a entretenimiento, la felicidad…

El desbalance entre ciudad Cabo Rojo y los municipios Pedernales y Oviedo es demasiado grande, y así no fue que hablamos. Hay un boquete de vulnerabilidad que se ensancha con las horas para entrada libre de la prostitución adulta e infantil, el tráfico y consumo de drogas, inseguridad, promiscuidad, enfermedades infecto-contagiosas, desorden territorial y el caos generalizado.

Se necesita, por tanto, repensar el paradigma turístico dominante para permitir la participación real de la comunidad en tanto artífice de su destino. Nadie defenderá mejor sus intereses que ella misma.

Por el lado del Gobierno, la responsabilidad de equilibrar la carga. Los turistas y visitantes son muy importantes, pero nuestra gente –esa que les acoge- debería estar en primer lugar.

Y eso no se logra con envalentonamientos por borrachera de un poder efímero y relegamiento de la comunidad a la negativa condición de espectadora para priorizar actores mediáticos de la capital que están lejos de ser dolientes y a larga darán la espalda para seguir sus objetivos particulares. Las comunidades permanecen y sufrirán las consecuencias de malas decisiones de otros.

En lo local se generaliza la queja de que la población se entera de la llegada de cruceros, el mismo día, a través de los medios de la metrópoli. De igual modo, comunitarios denuncian que hay restricciones para el acceso a las instalaciones de Cabo Rojo y asomos de privatización de las playas. El río está sonando mucho; parece que agua lleva.

La reconstrucción de la única carretera que tenemos disponible, Barahona-Pedernales (124 km), esa que semeja un trillo y serpentea peligrosamente entre montañas, va a cuentagotas.

En el tramo Barahona-Enriquillo (49), iniciado en 2012 (Danilo Medina), dan "un pasito para alante y otro pasito para atrás”. El de Enriquillo-Pedernales (74) lo  comenzaron durante el primer cuatrienio del presidente Luis Abinader, quien prometió que sería inaugurado en 2024, pero –conforme la declaración del director ejecutivo del Fideicomiso ProPedernales, Sigmund Freund, al programa televisual Aeromundo del domingo 2 de marzo de 2025- los avances están en un 60%.

O sea, el tormento va para la largo. Si se asume el discurso del funcionario y alto dirigente del oficialista Partido Revolucionario Moderno, faltaría mínimo un año y medio, salvo que se trabaje 24/7 los siete días de la semana, con múltiples frentes, que sería lo ideal porque se trata de una vía fundamental para el desarrollo de los pueblos que existen al oeste de Barahona. Lo mismo con la conexión con Duvergé, a través de la carretera de la bauxita, por Sierra de Baoruco.

En la primera rendición de cuentas de su segundo cuatrienio, el 27 de febrero de 2025, ante la reunión conjunta de diputados y senadores, el presidente Luis Abinader habló duro sobre los logros del proyecto turístico en Cabo Rojo, sobre todo, la llegada de cruceristas, pero dejó en el terreno de los silencios obras prometidas no iniciadas y el estado actual de la vital carretera del sur.

Es momento de evaluar y quizá resintonizar con el originario discurso de turismo sostenible y desarrollo integral de Pedernales y demás provincias de la región Enriquillo (Independencia, Baoruco y Barahona). El problema no es solo de pobreza monetaria.

Tony Pérez

Periodista

Periodista y locutor, catedrático de comunicación. Fue director y locutor de Radio Mil Informando y de Noticiario Popular.

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