“Emigra quien no puede quedarse”, Silvio Torres Saillant

Empecé mi vida de migrante a los dos años cuando salí del país con mi padre, Arsenio Hernández Fortuna, y mi madre, Yluminada Medina Herasme, cual protagonistas de una película de James Bond como les conté en una crónica anterior. Vivir cuando niña en la Europa del Este de los años ’70 marcaría mi vida de muchas maneras que agradezco todavía hoy. Primero porque, los países de la llamada “cortina de hierro” comunista priorizaban el cuidado, la educación y los espacios para los niños y niñas y yo pude beneficiarme de toda esa maravilla como también les comenté cuando les hablaba de mis inicios en el movimiento feminista. Además, otro acontecimiento fundamental en mi vida, el nacimiento de mi hermano Aníbal, tuvo lugar en Hungría durante nuestra estadía de cinco años en esa región de Europa.

Pero creo que lo que más me marcó de vivir en Budapest y en Praga tan chiquita fue que me enseñó a vivir con la diferencia. Aprendí no sólo a comunicarme en otros idiomas sino también a adaptarme a los cambios y ver lo diferente a mí con curiosidad. Claro que el húngaro y el checo no son idiomas que se pueden utilizar con frecuencia fuera de Hungría y lo que es hoy la República Checa (de hecho, los olvidé por falta de uso). Pero, como me han explicado personas expertas en psicología y educación temprana, la experiencia de haberlos aprendido entrenó mi cerebro de una manera que me hizo más fácil estudiar otros idiomas después. También me marcó sentirme diferente pero bienvenida en países donde todavía era excepcional ver personas negras o latinas. Y poder vivir, estudiar y jugar en lugares tan distintos a lo poco que conocía hasta ese momento me enseñó que la diferencia puede ser sinónimo de libertad y de apertura.

Pero eso no significa que fue fácil. Todavía recuerdo el primer día de la escuela en Praga cuando dos profesoras del pre-escolar me recibieron con mucho amor en la escuela pública que nos tocaba. Yo iba agarradita de la mano de cada una mientras me presentaban a las otras niñas y niños del curso y les pedían que me dijeran algo de bienvenida. Todo eso lo deduje con mi mente infantil de cinco años en base al lenguaje corporal y la entonación que les escuché porque, acabadita de llegar de Budapest, no hablaba ni una palabra de checo. Y lo que más recuerdo es que, a pesar de mi corta edad, pensaba: “Aquí vamos otra vez, ahora a aprender otro idioma, a conocer gente nueva y empezar desde cero”.

Ya de adulta he vivido también la experiencia de la migración estudiando y trabajando en Estados Unidos por mi propia cuenta. He tenido que deshacer y volver a empezar mi vida muchas veces. Por eso me siento tan identificada con el tema y no podía dejar de abordarlo esta semana. ¿Por qué? Porque antes de ayer, 18 de diciembre, se conmemoró el Día Internacional del Migrante y hoy 20 de diciembre en República Dominicana celebramos el Día del Dominicano Ausente o Residente en el Exterior establecido por el Poder Ejecutivo en el 1987. Por esa misma razón estudié el tema al inicio de mi carrera como cientista social y por iniciativa de mi amigo y profesor José (Pepe) Itzigsohn, soy parte del equipo de autores, junto con él, Carlos Dore Cabral y Obed Vásquez, de uno de los artículos más importantes sobre migración transnacional usando el caso de la emigración dominicana a los EEUU.

También por eso trato de asistir a los eventos sobre migración que están a mi alcance. Por ejemplo, como cuando fui a la puesta en circulación de la segunda edición dominicana del icónico libro El Retorno de las Yolas de Silvio Torres Saillant (Editorial Universitaria Bonó) en junio del 2019 y a la conferencia del mismo título que organizó el Instituto Superior Bonó el día anterior. Torres Saillant, pionero de la comunidad académica dominicana en Estados Unidos, destaca en el libro que la emigración dominicana a otras latitudes (igual que la inmigración de otros países al nuestro) es, fundamentalmente, de naturaleza económica: “Sépase que la gente normalmente no abandona su tierra de manera voluntaria. Se desgaja de su cálido terruño, sus paisajes familiares, su lengua, su cultura y sus amores compelida por la urgencia material. Emigra quien no puede quedarse”. Sin embargo, esa emigración ha generado experiencias y conocimientos nuevos que han ensanchado la dominicanidad más allá de la República Dominicana; experiencias y saberes con los que todavía nos cuesta conversar en nuestra media isla.

Por eso es importante recordar que, desde hace mucho tiempo, las ciencias sociales dominicanas han entendido la importancia de la migración como factor crucial de nuestra realidad. Lumbreras como el mismo Silvio Torres Saillant, Carlos Dore Cabral, José Israel Cuello, Wilfredo Lozano, Rubén Silié, José del Castillo, Ginetta Candelario, Ramona Hernández, Gina Gallardo Rivas, Franc Báez Evertz, Tahira Vargas, Lorgia García Peña, Mukien Sang Ben, Francisco Cáceres y Marcos Morales han estudiado la migración en nuestro país o desde suelo dominicano a Estados Unidos, España, Italia, Suiza y muchos otros lugares. También lo hacen colegas de otros países basados aquí estudiando la inmigración a RD o nuestra emigración en las múltiples ciudades y países a los que ha llegado nuestra diáspora incluyendo a Alejandro Portes, José Itzigsohn, Sherri Grasmuck, Patricia Pessar, Peggy Levitt, Bridget Wooding, Alicia Sangro Blasco, Luis Guarnizo, Ninna Sørensen, Laura Oso Casas, Allison Petrozziello, Samuel Martínez y Dennise Brennan.

Y ahora una nueva generación de sociólogos, sociólogas y profesionales de otras ciencias sociales amplía nuestros conocimientos sobre el tema con apoyo de instituciones académicas como FLACSO, el Instituto Superior Bonó, OBMICA, la UASD, INTEC, PUCMM y organizaciones oficiales como la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE), el Instituto de Dominicanos y Dominicanas en el Exterior (INDEX) y el Instituto Nacional de Migración (INM). Por ejemplo, es el caso del estudio Las Políticas Migratorias en la República Dominicana (1912-2018) de Farah Paredes, Aris Balbuena y Rossana Gómez y ahora estoy leyendo Casa, carro y negocio: La aspiración de migrar en el noroeste rural dominicano de Reyna Bartolomé y Pedro Valdez-Castro; ambos publicados por el INM.

El arte dominicano también ha sido testigo de lo crucial que es la migración para nuestro país. Por ejemplo, las dos primeras películas más populares de nuestro cine contemporáneo, Pasaje de Ida (1988) y Balbuena (1995), son sobre la emigración dominicana a Puerto Rico y Estados Unidos. Y películas más recientes como Perico Ripiao (2003), Cristo Rey (2014), La Gunguna (2015), Carpinteros (2017), Malpaso (2019) y Perejil (2022) incluyen en su trama la inmigración haitiana a RD, la frontera o la relación entre ambos países. Otro caso es el de la música donde varias de las canciones más famosas en diferentes géneros se refieren a la migración como Volvió Juanita (1984) de Milly, Jocelyn y Los Vecinos, Visa para un Sueño (1989) de Juan Luis Guerra y 440, Dios salve al viajero (1993) de Toque Profundo, Un día en Nueva York (1995) de Los Hermanos Rosario o La Travesía (2006) de Joe Veras.

Y los estudios recientes nos muestran cómo el fenómeno sigue evolucionando. En lo que respecta a la emigración, los datos recogidos en 111 naciones por el Instituto de Dominicanos y Dominicanas en el Exterior, indican que más de 2.8 millones de personas dominicanas vivían en el extranjero en diciembre del 2022. La mayoría reside en EEUU (2.4 millones) y España (188,308) seguidos por Italia, Canadá y Chile. Un dato importante es que nuestra diáspora es predominantemente femenina: las mujeres son el 53.8% y el 55.4% del total tiene 34 años o menos. En lo que respecta a la inmigración, la población inmigrante es también joven pero mayoritariamente masculina (58.3% son hombres) según los resultados de la 2nda Encuesta Nacional de Inmigrantes de la ONE del 2017 que es la investigación más reciente. Con respecto al país de origen, la mayoría sigue siendo de nuestro país vecino de Haití (87.2%) pero también ha aumentado la presencia de inmigrantes provenientes de Venezuela (4.5%).

La migración seguirá siendo uno de nuestros temas fundamentales y su importancia está aumentando aún más, tanto en RD como en el resto del mundo, debido a la crisis del cambio climático. Es un proceso que puede iniciar por razones económicas, políticas, ambientales o de otro tipo. Pero después de que inicia genera fenómenos nuevos. Como dijo mi estudiante Austin Kim al analizar la hermosa novela Dictee (Dictado) de la escritora estadounidense de origen coreano Theresa Hak Kyung Cha, ser parte de una diáspora implica “negociar diferentes idiomas, recuerdos y definiciones de lo que es ser una persona”. Hoy que celebramos a la comunidad dominicana en el exterior es importante recordar que somos un país de migrantes. Recibimos y enviamos migrantes y eso marca todo lo que somos y todo lo que hacemos. Nuestra vida será más sencilla y nuestras políticas más efectivas cuando asumamos esa realidad.