Para entender por qué nuestras ciudades no funcionan para la gente, primero debemos regresar a las ideas de Hannah Arendt y Jane Jacobs, dos autoras que revelaron la esencia del espacio público y la vida urbana. Arendt nos advirtió que la ciudadanía solo florece cuando existe un espacio público donde las personas puedan aparecer, actuar y convivir como iguales. Jacobs, desde el terreno mismo de las calles, demostró que la seguridad, la convivencia y la vitalidad urbana nacen de barrios caminables, aceras vivas y la mezcla de usos que genera comunidad.

Jan Gehl retomó esas ideas y las llevó al terreno de lo cotidiano, convirtiéndolas en algo práctico. Nos recordó que una ciudad funciona óptimamente cuando es dignamente habitable para la persona que camina, descansa, conversa y vive en ella.

No es casual que Naciones Unidas haya incorporado estos principios en su Guía Global de Espacios Públicos, señalando que el diseño urbano centrado en la persona es esencial para la salud, la seguridad, la equidad y el desarrollo sostenible. La República Dominicana necesita asumir este marco sin dilación y convertirlo en política de Estado. Solo así nuestras ciudades podrán transformarse en ciudades para la gente como parte de un verdadero plan país.

Nuestra realidad: ciudades que expulsan a la gente

A pesar de las tantas referencias internacionales y del consenso académico sobre lo que hace que una ciudad sea habitable, en la República Dominicana hemos construido entornos urbanos que expulsan al ciudadano en vez de acogerlo. En nuestras principales ciudades las aceras son estrechas o inexistentes, la sombra es un privilegio, los cruces son inseguros y el automóvil domina cada decisión de diseño. En muchos barrios, caminar no es una opción, es un riesgo. Y cuando el espacio público se degrada, no solo se deteriora la estética de la ciudad, también se erosiona la vida cívica.

La inseguridad, la contaminación, el ruido y la falta de espacios verdes no son casualidad. Son señales de un modelo que nunca puso a la persona en el centro. Mientras en el mundo se avanza en otra dirección, haciendo las ciudades más amigables, caminables, accesibles y humanas; las nuestras se transforman en corredores vehiculares cada vez más hostiles, donde la vida cotidiana se reduce a sobrevivir el tráfico, evitar hoyos y escombros, y estar en guardia para no ser atropellados.

Todo esto no es producto de la falta de diagnósticos ni de la ausencia de ideas. Existen estudios, talleres, propuestas y esfuerzos aislados. Lo que falta es continuidad, coordinación y visión de Estado. Lo que falta es un pacto urbano que trascienda gobiernos y alcaldías, que establezca un rumbo común para el país entero. Mientras cada administración comience desde cero, lo público seguirá fragmentado y nuestras ciudades seguirán siendo espacios de exclusión en vez de convivencia.

El camino posible: un sistema de gobernanza para ciudades habitables

 Las ideas de Arendt, Jacobs y Gehl convergen en una verdad sencilla: una ciudad solo sirve a su gente cuando protege su espacio público, activa sus calles y se diseña desde la escala humana. Pero nada de esto será sostenible en la República Dominicana si no se crea un sistema de gobernanza que trascienda las alcaldías y los ciclos políticos.

El mayor aporte de Hannah Arendt a nuestra reflexión está en su concepto del espacio político. Sin instituciones fuertes que garanticen continuidad, cada avance urbano se perderá con el próximo cambio de autoridades. Esto es exactamente lo que nos ha ocurrido por décadas.

Por eso el país necesita una autoridad metropolitana de movilidad y espacio público que coordine, regule y ejecute por encima de las estructuras municipales. Una entidad con rango legal, autonomía técnica y metas nacionales a 20 o 30 años. Una gobernanza integrada que unifique transporte, aceras, parques, iluminación, arborización y planificación urbana bajo un mismo marco.

Cuando hay voluntad, todo es posible

 Existen ejemplos de ciudades en el mundo que enfrentaban problemas más complejos que los nuestros y lograron transformarse al recuperar su espacio público. Seúl demolió una autopista y devolvió un río a la ciudadanía. Medellín creó plazas y parques donde antes solo había miedo. Barcelona liberó calles para convertirlas en espacios de convivencia. Copenhague apostó por plazas, paseos y escala humana como política de Estado. Buenos Aires revitalizó su centro con simples intervenciones peatonales. Todas demostraron que, cuando se prioriza a la gente y existe voluntad sostenida, la ciudad cambia y la vida cambia con ella.

Nada de esto será posible si lo pensamos por partes. La transformación de nuestras ciudades solo funcionará cuando se entienda como parte de un proyecto mayor, integrado a la educación, la movilidad humana, la convivencia y la vida cívica que hemos planteado en los artículos anteriores.

Ciudades para la gente no es un cliché, es una pieza esencial del engranaje donde entran la educación, la movilidad humana y otros tópicos que veremos más adelante, todos necesarios para articular un verdadero Plan País que conciba la República Dominicana como un todo, con una visión común y sostenida más allá de los ciclos políticos. Si no lo integramos, cada avance se perderá; si lo asumimos como propósito nacional, podremos construir una nación más habitable, más digna y humana. Ese es otro paso necesario y urgente. Y debemos exigirlo.

Giovanni D'Alessandro

Ingeniero Industrial

Ingeniero Industrial, Maestría Administración de Empresas Esposo y padre de tres profesionales Activista social y asiduo tuitero

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