Para comprender la actitud adoptada por el Padre Castellanos ante Trujillo y su régimen en el año 1933, preciso es destacar que la entereza humana, cívica y sacerdotal de este puertoplateño y dominicano de excepción, fue una constante definitoria de su vida y de sus actuaciones a lo largo de sus 59 años de existencia.
Su coterráneo puertoplateño, el distinguido jurista e intelectual Sebastián Rodríguez Lora, diría de él, en admirable elogio, recordando sus años de párroco en San Felipe: “…era vehemente hasta el delirio, impaciente como todos los que conservan en los sótanos del espíritu lo que Ortega y Gasset llamó “el fondo insobornable”, sus ojos reflejaban la inquietud de quien lleva clavada al alma un par de espuelas…raudo el paso, como si temiera que se le acabase el tiempo, como una tromba humana, pasaba mudo y pensativo y sudoroso, camino al correo, aquel hombre que tomó la vida en serio y la convirtió en estoico privilegio de obligaciones”.
Como “elemento prestante del nacionalismo dominicano”, le catalogaría el Listín Diario, en abril de 1922, al tiempo de afirmar que su actitud “era estar siempre velando por la honra nacional”.
Y Don Vetilio Alfau Durán, que tanto llegaría a intimar con él, hasta convertirse en su fiel amigo y confidente, diría en justiciera ponderación de sus calidades excepcionales, que fue en su época “la más erecta montaña del clero dominicano".
1.- Hitos de una vida ejemplar.
Nació este gran patriota y sacerdote ilustre en Puerto Plata el 6 de agosto de 1875. Brilló como periodista, jurista, polemista, orador sagrado, legislador y político en el sentido más genuino de tan noble quehacer.
En plena adolescencia, comenzó su formación sacerdotal bajo la paternal y sabía tutela de Monseñor Fernando Arturo de Meriño, con quien mantuvo relación filial y a quien profesó siempre gratitud imperecedera, dejando páginas admirables sobre su personalidad y trayectoria.
Inició el ejercicio de su ministerio sacerdotal en momentos especialmente accidentados y convulsos tras la caída del tirano Ulises Heureaux, el 26 de julio de 1899.
Correspondiendo a los hondos reclamos del patriotismo, y como parte de lo que entendió siempre su vocación integral, asumió la representación ante el Congreso Nacional por la Provincia de Puerto Plata, en las elecciones generales del 19 de noviembre de 1899, en que resulta electo a la presidencia Juan Isidro Jimenes. Ocupa nuevamente la curul en el año 1903, en momentos en que asume la Presidencia Alejandro Woss y Gil.
Era un Congreso unicameral conformado entonces por solo 24 miembros, formando parte el Padre Castellanos de la Comisión de Instrucción Pública. Fue desde ella que hizo valer su voz a través de un informe disidente contra el Proyecto de Ley de Estudios presentado en el Congreso por Hostos y sus discípulos, quienes abogaban, bajo el influjo del laicismo, por la separación entre la Iglesia y el Estado.
Ya entonces comenzó a descollar su figura como agudo periodista y polemista en defensa de los derechos de la iglesia, asumiendo la dirección del Boletín Eclesiástico y fundando el periódico el “El Criterio Católico”, desde el cual hizo frente a la campaña que vertían sus oponentes a través del periódico “El Nuevo Régimen”, dirigido por la acerada pluma del connotado jurista e intelectual Rafael Justino Castillo.
Fue, especialmente, a partir del año 1904, cuando la singular estatura patriótica del Padre Castellanos comenzó a manifestarse, siendo apenas un joven sacerdote. Era un periodo de encarnizada guerra civil entre los seguidores de Juan Isidro Jiménez y Carlos Morales Languasco, quien ocuparía la Presidencia entre el 19 de junio de 1904 y el 12 de enero de 1906.
Era la etapa de la “diplomacia de las cañoneras”, del “gran garrote” y el “Corolario Roosevelt”, donde las grandes potencias cobraban sus empréstitos e imponían sus designios a base de chantaje militar.
En tales circunstancias, en la tarde 11 de febrero de 1904, un crucero de la marina de guerra norteamericana, situado en el placer de los estudios, enfiló sus cañones hacia las tropas acantonadas en Villa Duarte disparándoles inmisericordemente. Alegaba tener para tan inadmisible proceder injerencista la autorización del presidente Morales Languasco.
Fue entonces cuando comenzó a trascender, con especial resonancia, en todo el orbe patrio, el patriotismo rectilíneo del Padre Castellanos.
En la ocasión, hizo circular un suelto con su firma, haciendo manifiesta su viril protesta contra aquella afrenta, a raíz de lo cual se vio precisado a sufrir los rigores del ostracismo, permaneciendo tres años en Cuba, entre 1904 y 1907, regresando a su ciudad natal de Puerto Plata para ejercer su ministerio sacerdotal en la Parroquia San Felipe.
Allí ejerció su misión sagrada hasta el año 1912, en que nueva vez, ante su actitud de protesta contra el Gobierno de los Victoria, debió tomar de nuevo la cartera del proscrito, esta vez por menor tiempo, retornando nuevamente a su patria en 1913.
Pero fue en el marco de la primera intervención americana cuando sus arraigadas convicciones patrióticas alcanzaron su más alto relieve. Había correspondido al Padre Castellanos presidir los trabajos de la Asamblea Constituyente de 1916 que, a decir de notables juristas, ha sido una de las constituciones más completas que se ha producido en nuestro devenir constitucional. La misma fue anulada por las botas interventoras, en reedición de un capítulo amargo y recurrente en nuestra accidentada y dolorosa historia latinoamericana.
En las páginas del periódico “El Eco Mariano” mantuvo el Padre Castellanos su intransigente repulsa contra la intervención americana de 1916. Afirmaba sentirse “hondamente apesadumbrado y, como una protesta contra ese hecho opresor y humillante, enluta sus columnas que continuarán así, mientras están de duelo la justicia, el derecho, la vergüenza nacional y el decoro patrio”.
En agosto de 1922, fiel a los postulados de su nacionalismo irreductible, puso de manifiesto, nueva vez, las fibras más hondas y sensibles de su patriotismo. Al saber que se gestaba el Plan Peynado para la desocupación de la República por las tropas interventoras elevó su más enérgica protesta, pues el mismo implicaba aceptar los actos jurídicos y demás disposiciones del gobierno interventor.
Expresó en la ocasión: “no puedo callar; me consideraría criminal y mi conciencia me atormentaría si no hiciera constar públicamente que rechazo con todo el vigor de mi ser y con todo el fuego de mi patriotismo el PLAN PEYNADO. Debo ser consecuente con mi pasado que está libre de pecado contra la Patria. Protesté en 1904 contra el bombardeo de Villa Duarte; en 1916 contra el Plan Wilson y el Plan Harding, Ahora estoy obligado a protestar contra el Plan Peynado, que no es obra de liberación sino de eterna esclavitud para el pueblo dominicano, que es digno de mejor suerte”.
El 15 de agosto de 1922 se llevó a cabo la Coronación Pontificia de la imagen de Nuestra Señora de la Altagracia, siendo arzobispo de Santo Domingo monseñor Nouel. Correspondía al Padre Castellanos, de acuerdo con el programa elaborado, pronunciar el sermón de orden en tan solemne ocasión, pero en coherencia con su convicción patriótica se rehusó a hacerlo.
Él mismo diría, en su libro de notas, citado por Don Vetilio Alfau Durán, que la razón de su negativa se debió a la pretensión de imponerle una especie de censura previa a fines de que no dijera “nada que pudiera mortificar a los norteamericanos”. Afirmaría, al respecto, que “prefería callar si no le era lícito pedirle a la Santísima Virgen de la Altagracia que nos hiciera el milagro de la absoluta liberación del pueblo dominicano”.
Presidió el Partido Nacionalista, pero en 1929 presentó su renuncia a este inconforme con el derrotero que tomaban las cosas en el país en la agonía del régimen de Horacio Vásquez, retirándose definitivamente de la vida política.
Nuevos signos ominosos se cernían sobre la República con el arribo al poder de Trujillo. En aquellas difíciles circunstancias puso de manifiesto una vez más la firmeza de su carácter y su defensa apasionada de la libertad. Su actitud hacia el régimen fue de velado repudió. No transigía con sus ya incipientes métodos dictatoriales ni la temprana lisonja que alimentaban la egolatría del dictador en ciernes.
Sabía que el régimen se oponía a su designación para ocupar el solio Arzobispal; no obstante, su notable entereza humana, intelectual y apostólica fue calibrada a profundidad por el Nuncio Apostólico de Su Santidad en la República Dominicana y Haití, monseñor José Fietta, con quien sostuvo una entrevista en Cabo Haitiano en marzo de 1931.
De ella dio cuenta a su amigo el notable historiador Vetilio Alfau Durán en carta personal que le enviara el 31 de marzo, expresándole:
“(…) Está llegando la hora de la justicia amigo mío… Le repito: la Iglesia es muy sabia y procede con calma; pero se hace sentir cuando es necesario…El Nuncio me llamó a Cabo Haitiano. Quiso conocerme por dentro y me conoció. Él quedó muy contento de mi entrevista y yo mucho. Me recibió y me trató como si hubiera sido un viejo compañero. No me dijo lo que piensa hacer; porque es un gran diplomático; pero se ve que está preparando su plan…”
El 12 de octubre de 1932, ya en retiro monseñor Nouel y ante el fallecimiento de monseñor Armando Lamarche, quien fungía como Administrador Apostólico de la Arquidiócesis de Santo Domingo, le correspondió a monseñor Castellanos sustituir a este último, asumiendo la más alta responsabilidad eclesiástica en la República Dominicana.
Tres días antes de asumir funciones diría en carta a su amigo Vetilio: “…ahora he visto que tengo legítimas simpatías en el país. Ahora estoy recibiendo flores; pero sé que hallaré muchas espinas… ¡El Señor me asista!”.
¡Y qué tantas y punzantes! Su integridad de patriota y pastor no se avenían con el estado de cosas existentes y el régimen de Trujillo, consciente de esta realidad, no cesaba en sus empeños de hostilizarlo. Se mantuvo prácticamente confinado en el Palacio Arzobispal, amén de que su delicada salud empeoraba considerablemente.
2.- La entereza del Padre Castellanos ante Trujillo
Fue en el año de 1933 cuando sus relaciones con el régimen se tornaron cada vez más tirantes. Dos hechos fundamentales, ocurridos con apenas días de separación, dejaron al descubierto ante el dictador la personalidad indoblegable de aquel pastor ilustre.
El 21 de enero de 1933 fue invitado a Santiago, con motivo de la festividad de Nuestra Señora de la Altagracia. Ya en proselitismo abierto para la repostulación del tirano, se pretendió manipular la situación, esperando que su brillante oratoria se volcara en elogios hacia el autócrata en el acto organizado en la explanada que había fungido de escenario a la Exposición Nacional de Santiago de Los Caballeros en 1927.
Al hablar en la ocasión ante Trujillo, refiere Don Vetilio Alfau: “lo hizo de tal manera que sus oyentes, a las primeras palabras que brotaron del másculo orador, quedaron como anonadados, presas de un temor indescriptible, como si su vista inmóvil, interrogante, contemplara atónita la inminencia de una catástrofe”.
Monseñor Castellanos dedicó a la Virgen todas sus alabanzas, pero no se refirió al tirano. Más aún, a fines de evitar que su voz se confundiera con la algarada de la multitud, se negó a utilizar micrófono. El tirano y sus aduladores no le perdonarían aquella manifestación de firmeza.
Penosamente, no ha sido posible obtener el texto escrito de la resonante filípica, pero tres días después, el diario oficialista “La Opinión”, expresaba su malestar en los siguientes términos:
“Mal uso que hacen algunos de la respetabilidad de su posición espiritual. Últimamente, en ocasión de un memorable acontecimiento público, hemos tenido ocasión de observar ciertas cosas que no podemos dejar pasar sin severo comentario. Lo primero fue ver como algún personaje, haciendo un mal uso de la respetabilidad a que obligan ciertas “posiciones espirituales”, convirtió lo que debía haber sido sólo sagrada cátedra de encauzamiento espiritual y de purificación de sentimientos en una tribuna laica, pronunciando palabras de impulsivas admoniciones que, ni pueden ser jamás dignas de aquel a quien parece se pretendían dirigir, ni eran tópico adecuado para la ocasión en que fueron pronunciadas”.
Y agregaba, en entendible alusión al Padre Catellanos: “ha tiempo que venimos pensando que hay ciertos cargos espirituales para los cuales todo hombre no está preparado, aun cuando posea virtud, competencia y carácter. Se necesitan, imprescindiblemente, otras virtudes capitales. Se necesita suavidad en la palabra y en el espíritu, mansedumbre, amplia comprensión de la humana naturaleza, y sobre todo, un renunciamiento completo de las predisposiciones en relación con la vida pública nacional, sea adversas para algunos, sean indebidamente simpáticas para otros.
Hay ciertos cargos que son o deben ser un apostolado de mansedumbre antes que todo. La actitud de la acritud, de las asperezas, de la intransigencia, de la crudeza, no deben ni pueden ser la actitud de quienes han sido encargados de una alta misión espiritual”.
El segundo y más álgido desencuentro entre el Padre Castellanos, Trujillo y sus acólitos ocurriría en la tarde del 24 de febrero de 1933, en la Capilla de los Inmortales, de la Catedral Primada de Santo Domingo, en la ocasión en que pronunciaba Trujillo el panegírico ante el féretro de Don Francisco J. Peynado.
El servilismo al uso no reparó en la solemnidad del momento y el lugar y, a poco de iniciar el orador, prorrumpieron en encendidos aplausos los amaestrados cortesanos. La reacción del Padre Castellanos no se hizo esperar. “Su voz atronadora, llenado los ámbitos del templo”, a decir de Don Vetilio, ordenò con imperio: “ – SILENCIO! EN LA CASA DE DIOS NO SE APLAUDEN MORTALES”.
Tornó su vista al orador, quien había detenido su lectura, y con gesto firme le indicó:” ¡SIGA!”.
Estas actitudes de independencia no eran toleradas por el tirano. No cesaron las maniobras, que resultaron infructuosas, muy especialmente ante el Nuncio Apostólico, para reemplazar a monseñor Castellanos. Fuentes fidedignas establecen que estuvo lista su orden de deportación, la cual fue dejada sin efecto gracias a que Arturo Logroño, gran amigo del Padre Castellanos, intercedió ante Trujillo razonándole en torno a la inconveniencia política que tan impremeditada actuación le depararía en vísperas de una repostulación presidencial y en sus relaciones con la iglesia.
Fracasado el intento, Trujillo ordenó entonces pasar una ley en el Congreso Nacional en fecha 10 de marzo de 1933 mediante la cual se nombraba a monseñor Alejandro Nouel, arzobispo Vitalicio de Santo Domingo, dejando explicita tal disposición que se “…reconoce al Dr. Adolfo Alejandro Nouel como arzobispo vitalicio de Santo Domingo, mientras viva, por haber contribuido a mantener las más estrechas y cordiales relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado y le fija una pensión como Ex. Presidente de la República”.
A monseñor Castellanos, en represalia, le fue retirada la subvención que recibía el Arzobispado para el sostenimiento de sus gastos. No obstante lo cual, hizo lo indecible para no plegarse ante los designios del tirano.
Su ya frágil salud se fue deteriorando considerablemente y el 21 de enero de 1934, día de nuestra Señora de la Altagracia, entregó al altísimo su último aliento.
Cuando cuatro décadas después de su muerte, acaecida el 21 de enero de 1974, por Resolución del Ayuntamiento de Santo Domingo, fue erigida una calle con su nombre, el destacado intelectual mocano Don Julio Jaime Julia, al pronunciar el discurso alusivo a la ocasión, dijo del Padre Castellanos: “era un hombre entero, un carácter hecho de una sola pieza sin desfallecimientos, ni caídas, una voluntad combativa y vencedora de las fuerzas negativas del mundo”.