La obra El oficio de pensar. Diálogos filosóficos (2 vols., AGN, S. D., 2025), del Dr. Andrés Merejo, una de las voces nuestras mejor acreditadas de la cultura de las humanidades dentro y fuera de la República Dominicana y, en particular, del quehacer filosófico dominicano del presente, tiene dos méritos notables. El primero es la devolución al pensamiento filosófico occidental, y es significativo que se haga desde nuestro país, de la frescura y la hondura aurorales que tuvo en las calles, empedradas o polvorientas, de la antigua Atenas; el segundo, el hecho de constituir una cuerda tendida entre la labor filosófica en lengua española que tiene lugar en los tiempos que corren en América, en España y en nuestro país.
Frescura y hondura, en el sentido de que espontaneidad y profundidad alternan en ella a partes iguales. La frescura viene dada por el hecho de que la complejidad de los temas abordados en cada uno de los diálogos que la constituyen no ahogan las imágenes, las metáforas, e incluso el asomo, en ciertos casos, de un fino sentido del humor. Pero, sobre todo, porque no se trata de secos cuestionarios contestados en frío, sino de interacciones dialógicas en las que, entre un asunto y otro, puede emerger una digresión o una pregunta imprevista. Cada diálogo es un corpus filosófico viviente y en desarrollo, en el que se van levantando capas, una tras otras, que, por lo general, desembocan en una pieza dialógica dotada de sentido de la totalidad.
La hondura deriva del riguroso orden lógico a que nos tiene acostumbrado Maestro A. Merejo, cuya obra total tiende al sistema. Antes de llevar a cabo cada entrevista el reconocido Profesor universitario y gestor cultural, realiza un detenido estudio de las obras de sus entrevistados potenciales. Es fácil apreciarlo por la manera directa en que se dirige a sus interlocutores, citando a veces, incluso, pasajes específicos, de sus obras, e incitándoles a contrastar estos o aquellos planteamientos con la actual encrucijada de la humanidad, con el ambiente espiritual de nuestro tiempo o con la situación concreta de su país de origen.
De estas dos cualidades del onceavo libro de A. Merejo se deriva una tercera valía no menos importante. Se trata de una obra de amor. Se necesita mucha generosidad para, siendo él, como es, un pensador in stato fasciendi, mirar, ver y justipreciar a otros, de su mismo nivel o no. Y aún más, para, desde la posición privilegiada que él detenta en términos de reconocimiento internacional como pensador y humanista, apostar por la proyección hacia esos mismos escenarios de sus colegas nativos. Con este libro, el hacer filosófico dominicano del presente se internacionaliza y, al propio tiempo, adquiere la posibilidad de ponerse a la altura de los tiempos respecto a la producción filosófica de la iberosfera del presente.
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