El libro es uno de los inventos más trascendentes de la humanidad. Ha popularizado el conocimiento científico, la cultura y la educación. Aunque su origen se remonta a unos 3,000 años antes de Cristo, fue la Biblia, de Gutenberg, en 1455, el primer libro impreso en papel. Según el reconocido escritor italiano Umberto Eco: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, que luego de inventarse no se ha hecho nada mejor; y ha superado la prueba, del tiempo”.
La mayoría de los libros son fuentes primarias y confiables de conocimiento científico: contienen datos, formas de pensar y valores; muchos son resultados de rigurosos procesos de investigación, y tienen un acabado final gracias a una cuidadosa revisión y edición. En ellos se exponen puntos de vista de manera amplia, lo que fortalece el pensamiento crítico y reflexivo; y la libre circulación de ideas. Son soportes estables, fijan la memoria histórica y sustentan los avances del conocimiento humano. Su lectura favorece la concentración, la memoria, el aprendizaje; y el uso correcto del lenguaje. Además promueven la empatía y ayudan a disminuir el estrés y el insomnio. No en vano la sabiduría popular ha sintetizado en la frase: “Leer te lleva a otro mundo”. Trascienden modas y cambios tecnológicos, y siguen siendo la base de la educación escolar.
Un ejemplo lo ofrece la ciencia de la salud mental con el DSM-5 o Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales; y libro titulado Pensar rápido, pensar despacio, de Daniel Kahneman, premio nobel de económica; ambos son guías que contienen los conocimientos y evidencias más recientes en esta disciplina.
En el plano literario, el libro preserva los valores y que nos identifican como pueblo, como clamor del poeta Pedro Mir, en Hay un país en el mundo, el enfoque universal del humanista de Pedro Henríquez Ureña, la visión poética de Aida Cartagena Portalatín, y muchos otros más.
Hoy vivimos en una etapa marcada por la influencia de las redes sociales. La frase “una fotografía vale más que mil palabras” ha perdido fuerza, pues una imagen o un video pueden manipularse fácilmente. A diferencia de los libros —físicos o digitales—, la información que circula en redes suele ser rápida y poco verificada, con riesgo de contenidos falsos o superficiales. Incluso la inteligencia artificial, aunque facilita la orientación, la síntesis y la búsqueda en grandes volúmenes de información, depende de la calidad de sus fuentes y de la precisión con que se le formule la consulta. Y aunque existen más de cuarenta tipos de Inteligencia Artificial, pero ninguna puede reemplazar la Inteligencia humana o la lectura de un buen libro.
La escritura y la lectura de un libro significan para muchas personas, vías o técnica de desarrollo intelectual y hasta de supervivencia. Ya lo estableció Kahneman que mediante la lectura se fortalece la mente lógica y racional, y se aprende que lo que percibimos e intuimos no es todo lo que existe. Que la realidad es más compleja.
Estudios de neurociencia y abundantes evidencias revelan las consecuencias negativas que tienen las pantallas en el proceso de enseñanza-aprendizaje y en el desarrollo mental e intelectual de los estudiantes. Por ello, más de ochenta países se han propuesto impulsar la consigna más libros y menos pantallas, especialmente en centros educativos y hogares.
Por tales razones, es tiempo de nuestras autoridades se sumen a la campaña Más libros y menos pantallas y establecer por ley estas recomendaciones científicas; e invitamos a todos a apoyar activamente la próxima Feria Internacional del Libro, para acercarnos al interesante universo de las publicaciones, que estará dedicado al gran historiador e intelectual dominicano don Frank Moya Pons. Así validamos la expresión del maestro Pedro Henríquez Ureña, quien dijo. “Si las artes y las letras no se apagan, entonces tendremos seguro nuestro porvenir”.
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