A raíz del escándalo que provocó el rapto y asesinato de Jesús de Galíndez parecía sensato pensar que la bestia había escarmentado, que había aprendido una lección y que no volvería a aventurarse en semejantes empresas. Raptar a un extranjero en un país extranjero (en la misma ciudad de Nueva York) tenía serias consecuencias. Había desafiado al imperio y el imperio había mostrado su disgusto. O por lo menos fingió disgustarse. Sacó los dientes, emitió un gruñido. Pero la bestia no se lo tomó muy en serio. Lo de Galíndez fue sólo el comienzo, una especie de ensayo. Apenas un año después estaba tramando cosas peores.

Ahora tenía un secuaz llamado Johnny Abbes, un incondicional que lo secundaría y quizás sugeriría o inspiraría las más arriesgadas empresas criminales dentro y fuera del país, alguien que como él no tenia freno ni sentido de la prudencia. Ahora el escenario de sus más sonadas fechorías se trasladaría al exterior. No se trataba ya de eliminar a un exilado incómodo. Atentaría de la manera más agresiva y atrevida contra mandatarios extranjeros. Así, en el curso de unos pocos años, los últimos de su vida, al tiempo que cometía en el país las peores atrocidades, la bestia intentó en algún momento derrocar el gobierno de Fulgencio Batista en Cuba, intentó matar al presidente de Costa Rica, mató al presidente de Guatemala y estuvo a punto de matar al de Venezuela.

El brazo de la bestia en el extranjero

Lo de Batista fue algo muy episódico, coyuntural.Trujillo estaba molesto porque el dictador cubano se negaba a expulsar a los numerosos exilados dominicanos que había en Cuba. El gobierno de Batista era mucho menos intolerante que el de la bestia, reprimía a sus opositores, pero permitía hasta un cierto punto las actividades de los exilados antitrujillistas para mantener una fachada democrática, sobre todo frente al imperio. Trujillo le prestó entonces ayuda económica y militar a un grupo de subversivos cubanos que procuraban tumbar el gobierno de Batista, pero la ayuda fue a parar a manos de los guerrilleros de Sierra Maestra, a manos de la gente de Fidel Castro, con la que Trujillo simpatizaba menos que con Batista. A partir de entonces Batista y la bestia unieron inútilmente sus fuerzas contra el pujante movimiento insurgente. Más adelante Trujillo le vendería al ya tambaleante gobierno cubano un cargamento de armas que no pudo cobrar. Batista fue destronado en enero de 1959 y las armas de Trujillo fueron de nuevo a parar a manos de los ahora triunfantes guerrilleros de Fidel. Para peor, Batista cometió el error de asilarse en la República Dominicana y lo pagó caro. Bien caro. A él le cobraría Trujillo las armas que había vendido a su gobierno, se cobraría la deuda y el rencor y el desprecio que le tenía, lo humillaría, lo esquilmaría como a una oveja.

El atentado contra José Figueres, el presidente de Costa Rica, fue algo extraño y relacionado además indirectamente con Batista. Trujillo empleó a unos exiliados cubanos que con anterioridad había pensado usar precisamente en contra de Batista cuando intentaba derrocarlo. Tres facinerosos de la peor calaña.

El presidente Figueres era un acérrimo crítico y enemigo de la bestia y había acogido a un nutrido grupo de exiliados antitrujistas en Costa Rica. Los ayudaba además abiertamente, les daba apoyo logístico y protección. De hecho brindaba ayuda a los refugiados antitrujillistas de todos los países del área. Entre los más destacados líderes dominicanos del exilio a los que había dado albergue se encontraban Juancito Rodríguez, Miguel Ramírez Alcántara, Horacio Ornes Coiscou y Juan Bosch. Por otra parte, Costa Rica formaba parte de un grupo de países cuyos gobernantes buscaban ponerle fin a los regímenes dictatoriales de la región.

Nada de lo anterior, por supuesto, le hacía gracia a Trujillo. De modo que un buen día decidió quitar a José Figueres del medio. En el proyecto criminal, aparte de los facinerosos cubanos, estuvo involucrado el gobierno nicaragüense presidido por Luis Somoza Debayle y el maligno y devoto servidor de la bestia Felix W. Bernardino, que servía de enlace con el gobierno de ese país y tenía estatus diplomático.

Los facinerosos viajaban con papeles falsos, nombres falsos, pasaportes de otros países. Todo lo necesario en el mundo de la intriga y el espionaje. En Nicaragua se reunieron con Bernardino para afinar los detalles del complot.

El plan, como dice Crassweller, consistía en entrar a Costa Rica, realizar de alguna manera el atentado contra José Figueres y escapar en avión a Nicaragua, donde Bernardino los pondría supuestamente a salvo bajo un paraguas diplomático y los sacaría después del país.

Las cosas no salieron, sin embargo, como se esperaba. Según dice Crassweller, los sicarios llegarían por diferentes vías a Costa Rica, se hospedarían en un hotel y tratarían de reunirse con José Figueres en una audiencia privada en la que intentarían darle muerte. Se trataba aparentemente de un plan suicida que no resulta nada convincente.

Lo cierto es que las autoridades de Costa Rica tenían informaciones más o menos precisas sobre el complot y le habían dado seguimiento. El 17 de mayo de 1957, a los pocos días de la llegada de los tres aventureros a Costa Rica, fueron detenidos por las autoridades.

Todos portaban armas y estaban en posesión de cinco mil dólares en billetes de un dólar, aparte de documentos que los incriminaban, y no tardarían en confesar a la policía sus tenebrosos propósitos.

Uno se llamaba o decía llamarse Jesús González Carta, a quien apodaban «El Extraño», hombre violento que moriría después de muerte violenta en Miami. Otro era Herminio Díaz García (futuro guardaespaldas de un conocido mafioso italiano de La Florida). Al tercero, Ernesto Puigvert Thron, por ser de ascendencia francesa le llamaban «El Francesito», y estaba felizmente casado con una dominicana o por lo menos casado. Estos nombres pueden ser no obstante tan reales como supuestos. Lo cierto es que estos oscuros personajes estaban íntimamente ligados al régimen de la bestia. Todos fueron juzgados y condenados a penas muy poco severas de prisión. Al cabo de algunos años estaban en libertad, salieron sin mucho apuro de Costa Rica y pudieron continuar su carrera de criminales.

Su apresamiento por parte de las autoridades de Costa Rica, quizás fue lo más afortunado que pudo pasarles. De haber tenido éxito el plan y haber salido con vida y de haberse trasladado según lo acordado a Nicaragua, probablemente la bestia los hubiera invitado a volver al país.

Lo más probable es que la idea de la bestia era esa: traerlos al país para agradecerles por su valiosa colaboración y partirles discretamente el pescuezo. 

(Historia criminal del trujillato [1171])
Robert D. Crassweller, «The life and times of a caribbean dictator».

Pedro Conde Sturla

Escritor y maestro

Profesor meritísimo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), publicista a regañadientes, crítico literario y escritor satírico, autor, entre cosas, de ‘Los Cocodrilos’ y ‘Los cuentos negros’, y de la novela histórica ‘Uno de esos días de abril.

Ver más