Como ya he compartido en otros artículos, estoy a cargo del Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia, una unidad de atención integral especializada para acompañar a mujeres que denuncian violencia de pareja y delitos sexuales en el Distrito Nacional. Es una dependencia de la Procuraduría General de la República y el propósito es darle sostenibilidad al complejo proceso penal que enfrentan las mujeres que valientemente se atreven a poner una denuncia de violencia de género.

El local está ubicado en la Ciudad Colonial, en una edificación antigua como las típicas de esa zona. Al llegar al espacio en el año 2007 encontramos un árbol centenario en el centro del hermoso patio interior, allí estaba majestuoso, vigilante y siendo testigo de las historias que entre esos muros se habrán tejido por años y años.

La impresión que tuvimos en aquel entonces fue que él nos recibía y nos daba la bienvenida a este lugar. Nosotras de igual modo le guiñamos un ojo y a partir de entonces se convirtió en esa presencia omnipotente que te recuerda que tu mundo no termina aquí, que trasciende, que eres pequeña, diminuta frente él y todo su simbolismo.

Fueron muchas veces en que algunas de nosotras del equipo técnico del Centro, luego de haber sentido esa impotencia que sientes cuando te encuentras de frente con una terrible historia de violencia y solo nos sentábamos frente a él como esperando respuesta, como esperando consuelo.  O cuando no llegaban las decisiones esperadas frente a situaciones concretas vinculadas al trabajo y los procesos, y al mirarlo en su grandeza el mensaje recibido era “paciencia, espera, solo espera”. Algunas de nosotras hemos requerido abrazarlo para recibir su energía cuando el agotamiento mental nos ha vencido producto del trabajo o de situaciones personales difíciles. También como parte de las terapias que ofrecemos en el Centro, el árbol ha participado, hemos realizado rituales grupales de conexión con él y ha despertado en las mujeres el amor y el respeto por la naturaleza y todo lo que en ella habita.

Las mujeres también cuentan sus historias de cómo al llegar, este ser vivo las mira y acoge con cariño y ternura, como un padre que protege y cuida, se hacen fotos con él, entablan conversaciones unas con otras en su regazo y una de ellas que es artista, creó en su base el jardín que simula la entrada a la casa que es el árbol, es una mujer creativa que construyó con sus manos y materiales reciclados, la puerta de entrada, una ventana, un banco, un columpio y mariquitas de ojos grandes y puntos negros rondando a su alrededor. Desde entonces le ha dado más vida al árbol y todas nos hemos sentido como en casa junto a él.

Al final le despedimos en agradecimiento por el sostén, la protección y el consuelo recibido en estos años, agradecimiento por nosotras, por las mujeres que atendemos y todas las personas que han habitado este lugar.

Desde hace algunos años la junta de vecinos del área ha estado en diligencias con las instituciones correspondientes para cortar el árbol pues sus raíces afectan al sistema sanitario y ha ido impactando la estructura de sus casas. En principio nos exigían, nos reclamaban hasta que llegamos a un dialogo sin resultados.

Con el paso de los años y el peso, la inclinación, aunque imperceptible para nosotras que convivimos con él, se ha ido agrandando, convirtiéndose en un elemento de riesgo para la edificación y sobre todo para las personas que trabajamos en este lugar. Pero este proceso no ha sido fácil pues nos movemos entre la responsabilidad de cuidarnos y el deseo de no perderlo y alterar todo el ecosistema que se ha generado a su alrededor.

Una mañana, alguna de nosotras se percató de unos agujeros grandes que tenía el árbol en la parte frontal del tronco, al revisarlo con detenimiento recorriéndolo en la amplia circunferencia descubrimos que estos agujeros estaban por montones en la parte posterior, parece que, desde hace algún tiempo, alguien había decidido envenenarlo sin que nos diéramos cuenta. Hicimos el reporte de la situación y fue cuando se iniciaron los aprestos para cortarlo por el peligro en el que estábamos pues sus ramas comenzaban ya a ahuecarse.

Frente a la inminente privación de este compañero de vida y reponiéndonos al sentimiento de pérdida, decidimos honrarlo en respeto y alegría para dejarlo ir con la dignidad que merece.

Las mujeres del grupo de Crecimiento hicieron un ritual de despedida junto a él y una de ellas le escribió un poema. De igual modo el grupo de Escritura Creativa hizo lo propio con sus creaciones en palabras. Por último, el personal del Centro nos reunimos con él y compartimos la experiencia personal vivida con o a través de él, compartiendo anécdotas, emociones, sensaciones y el significado que para cada una tiene este momento. Al final le despedimos en agradecimiento por el sostén, la protección y el consuelo recibido en estos años, agradecimiento por nosotras, por las mujeres que atendemos y todas las personas que han habitado este lugar.

En una hermosa sincronía, el segundo día de los trabajos de tala del árbol estábamos cumpliendo 18 años de ofrecer este servicio y haber inaugurado este espacio para acompañar a las mujeres sobrevivientes de violencia, lo cual nos abre simbólicamente a un nuevo momento con su savia y sus raíces transformadas en nuevos comienzos.

Solange Inmaculada Alvarado Espaillat

Psicóloga y Terapeuta Familiar

Psicóloga y Terapeuta Familiar en su consultorio privado desde 1999. Directora del Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia de la Procuraduría Fiscal del Distrito Nacional. Autora de dos libros para la Procuraduria Fiscal del Distrito Nacional y una publicación personal: “Violencia contra la Mujer, Modelo de Intervención Integral” “Heroínas en Lienzos, Palabras y Sueños” "Guía Práctica para la Familia Actual, de mi consulta y mis vivencias"

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