“Ya yo no acepto las cosas que no puedo cambiar. Yo estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”. Angela Davis
Ejemplo 1: La encuesta nacional sobre agresiones sexuales contra las mujeres publicada por CIPAF a propósito del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, encontró que casi una de cada 5 mujeres (18.6%) han sido víctimas de una agresión sexual y 4 de cada 10 (40.4%) conoce una víctima de agresión sexual.
Ejemplo 2: La República Dominicana tiene la segunda tasa más alta de feminicidios de América Latina después de Honduras; una tendencia macabra que continúa, como vimos hace poco, con el terrible asesinato y violación de Paula Santana como volvieron a denunciar sus familiares en el evento feminista del domingo pasado conmemorando el 8 de marzo.
Ejemplo 3: El informe de Barómetro de las Américas para nuestro país muestra que ha vuelto a aumentar la proporción de personas que piensa que los hombres son mejores líderes políticos que las mujeres. Esa proporción había bajado de manera consistente hasta un 34% en el 2019 pero fue de un 41% en el 2023.
Ejemplo 4: Los resultados de otro estudio publicado por CIPAF sobre los estereotipos machistas en los medios de comunicación indican que las mujeres son consultadas como fuentes solo en el 21% de las noticias (en el 79% de las noticias se consulta a hombres) mientras que casi 8 de cada 10 personas (77%) invitadas a un programa de radio o televisión son hombres y solo dos son mujeres.
Ejemplo 5: El equipo de moderación del debate entre los candidatos a la senaduría del Distrito Nacional incluyó el tema de la supuesta “ideología de género” en las preguntas y los candidatos de los partidos conservadores aprovecharon para referirse al tema pero no supieron explicar qué significa.
Acaba de pasar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, y los ejemplos que les acabo de compartir son solo algunos de los muchos indicadores nacionales, locales y de la vida diaria que nos muestran lo mucho que todavía nos falta como sociedad para que las mujeres seamos realmente consideradas como seres humanos con deberes pero también con derechos.
Estos ejemplos nos muestran también que seguimos siendo una sociedad marcada por el machismo y que muchos hombres (y algunas mujeres) siguen creyendo que las mujeres somos propiedad de o debemos sacrificarnos siempre por las demás personas: el marido, la familia, la iglesia, la comunidad… Y que por eso es un peligro cuando las mujeres queremos tener nuestros propios proyectos, sueños y deseos incluso cuando son tan básicos como el de querer seguir vivas. Cuando eso ocurre y mucho más cuando denunciamos este tipo de desigualdad, hay gente que nos acusa de “feminazis”, “amargadas”, “locas” y muchos insultos más que no puedo repetir aquí. Y, por supuesto, nunca falta quien nos acusa de odiar a los hombres o querer “destruir la familia”.
El problema es que los modelos de familia y de sociedad que tenemos en la cabeza han estado basados en la violencia y el control. No solo de la mayoría de los hombres sobre la mayoría de las mujeres sino también de padres y madres sobre sus hijos e hijas (como tantas veces ha mostrado la antropóloga Tahira Vargas) y de unos grupos sobre otros. Nos es difícil imaginar sociedades y familias donde el poder sea compartido o donde se valore la comunicación y la colaboración. Por ejemplo, todavía nos cuesta apreciar a los hombres que no quieren controlar a las mujeres ni discriminar a nadie como les decía en mis columnas sobre los varones dulces. Y todavía vemos la forma de ser de las otras personas (cómo se visten, de quiénes se enamoran, si tienen o no tienen hijos/as) como amenazas para la forma de ser nuestra cuando una cosa no tiene nada que ver con la otra.
Este autoritarismo se cuela y corroe también nuestra democracia donde nos da trabajo hasta incluir a los partidos pequeños y sus propuestas. También, nos cuesta ver la capacidad de autocontrol y la ecuanimidad como cualidades positivas. Todavía mucha gente ve a quien habla más alto, a quien más “se hace respetar”, a quien “no se deja coger de pendejo” como el modelo de liderazgo… a menos claro que eso lo haga una mujer porque entonces es una “marimacho” o una “histérica”.
Los grupos conservadores y muchas personas en los medios de comunicación aprovechan esta cultura tan autoritaria que tenemos para seguir repitiendo estos mensajes machistas porque realmente creen que los hombres son superiores a las mujeres o porque les generan más popularidad. En el caso de la prensa, tal y como plantea el estudio de CIPAF: “Los medios de comunicación y del entretenimiento son actores principales en la transmisión de mensajes, reproducción de hábitos y costumbres. Su accionar moldea la forma en que vemos al mundo”.
Por ejemplo, cada vez que un periódico decide publicar que un hombre mató a una mujer “por motivos pasionales” refuerza la idea de que los hombres no se pueden controlar y que es una tragedia excepcional. El reciente feminicidio de Paula Santana y los más de 200 feminicidios que tenemos al año nos muestran que es lo contrario. Pero seguimos enseñándoles a los varones (en la casa, en los medios, en la publicidad, en los grupos de amistades) que las mujeres deben ser de su propiedad. Eso nos lo recuerdan muchos feminicidas cuando les dicen a sus víctimas “si no eres mía, no serás de nadie” antes de asesinarlas. Y suena extremo pero también lo reforzamos todos los días sin darnos cuenta como cuando les dicen a los hombres cosas como “¿suya caballo?” o “controla a tu loca” refiriéndose a sus parejas femeninas.
En el caso de los grupos conservadores y religiosos fundamentalistas, lo que han hecho es hacerle una lavada de cara a estos mensajes machistas usando el invento de la “ideología de género”; una estrategia que han estado utilizando desde finales de los años ’90 como reacción a las ganancias de las mujeres en las conferencias de la ONU de esa década. Pero esta estrategia se ha hecho mucho más conocida y recalcitrante en los últimos años incluyendo también un ataque frontal a la comunidad LGTBQ+, especialmente a las personas trans y no binarias.
Igual que los que les mencioné al inicio, estos son ejemplos de lo que el sociólogo catalán Manuel Castells llama la “identidad reactiva” o “de resistencia”. O sea, cuando un grupo se siente atacado pero en vez de crear propuestas o proyectos nuevos de sociedad (como sí hacen los movimientos con “identidad proyecto” como el feminista, ambientalista y otros) lo que busca es volver al pasado en el que tenía mucho más poder. Esto es lo que está pasando con muchos hombres jóvenes en diferentes países o lo que ocurre con la comunidad blanca y pobre en EEUU o parte de la población dominicana con el tema racial.
Esto es lo que ha pasado también con instituciones como la iglesia católica. Incluso en nuestro país, la encuesta Acento-CEC de mayo del 2021 mostraba ya que la gran mayoría (67.8%) de la población no toma en cuenta la opinión de la iglesia católica a la hora de votar y una mayoría aún mayor (71%) está “muy de acuerdo” con tener educación sexual en las escuelas; una política a la que dicha iglesia se opone históricamente.
Es cierto que el pasado nos puede servir de guía, pero eso solo es posible cuando lo usamos para aprender de nuestros errores, no para vivir en él. Las mujeres queremos y merecemos un mundo en el que los hombres (nuestros padres, hermanos, amigos, parejas, compañeros de trabajo) aprendan a no sentirse amenazados sino orgullosos de nuestra independencia y nuestra felicidad como tantas veces nosotras nos sentimos por las de ellos. Las mujeres, las personas LGTBQ+ y todo el mundo merecemos un mundo en el que no haya que contar nuestras muertes sino nuestras sonrisas.