A Padres, madres y personas adultas responsables del cuidado de la población infantil se les otorga la función de la crianza de la niñez y adolescencia según parámetros de conducta socialmente aceptados como correctos.

El cumplimiento de esa función implica que adquieren el derecho—y la responsabilidad—de aplicar castigos sobre la niñez y adolescencia en su proceso de formación, para sancionar y corregir las acciones que violan las normas establecidas. Es decir, adquieren derechos de administración de la violencia sobre sus hijas/os, nietos/as, sobrinos/as, entre otros… Ese derecho a la violencia correctiva encuentra su expresión en las denominadas pelas.

“Dar pelas” no se percibe como una acción violenta siempre y cuando sea ofrecida por padres/madres, tíos/as y abuelos/as, tutores responsables de la crianza de niños, niñas y adolescentes y no tenga consecuencias de heridas graves que visibilicen la ejecución de la pela. Los significados culturales expresos en las pelas pueden ser enumerados como los siguientes:

  • Las pelas son correcciones necesarias para la “educación” de los/las infantes. Corrección es un término que legitima la violencia, en la medida de que los/las infantes son "educados”   “corregidos” para que asuman una conducta en dirección a las pautas culturales que la familia espera que respondan.
  • Las pelas permiten enseñarle a las/los niños disciplina necesaria para su formación. Las imágenes, símbolos que justifican la represión y el uso del castigo, como medida coercitiva, se reflejan en expresiones como “hijos(as) malcriados(as)”, “mal hijo(a)”, “niño(a) mal educado(a)”. Estas expresiones connotan la represión a la resistencia que la/el niño opone al modelo cultural.
  • Las pelas son el ejercicio de la autoridad y el poder y su necesaria reproducción. Ejercicio de poder presente en las relaciones padres/madres—hijos e hijas.

A esa violencia se le confiere un carácter preventivo de la conducta desviada o no deseada socialmente. Vista así, la violencia de madres,  padres y familiares sobre niños y niñas no sólo es socialmente aceptada sino considerada como necesaria para su adecuada integración para contribuir a una socialización efectiva.

Estas prácticas de coerción social que se transfieren aprenden, moldean y norman nuestra vida cotidiana pasando por “dadas” y supuestas”, legitimadas y aceptadas, y casi nunca cuestionadas, porque implican revisar las tramas culturales que estructuran las relaciones de poder en nuestra sociedad.

La legitimación de las pelas entra en la esfera de lo implícito en nuestro contexto social, los mecanismos públicos solo interfieren cuando se presentan consecuencias graves de heridas, quemaduras, no así en las “pelitas” que forjan la cotidianidad. El maltrato infantil presente en las pelas que pautan las prácticas de crianza no cuenta aún con un régimen de consecuencias efectivo y una campaña educativa que promueva el empoderamiento de la población infantil y adolescente de sus derechos y  a la denuncia de los casos que son víctimas de maltrato.

El cuestionamiento a la legitimación de las pelas como manifestación de violencia supone cuestionar el modo de relacionarnos, el tipo de rol que asumimos como padres/madres, e incluso a la significación cultural de la familia y de los hijos e hijas. Las pelas forjan un estilo de relación que combina lo afectivo con la violencia, “le doy pela porque lo quiero” , “uno le da su pelita porque quiere lo mejor para sus hijos” lo que se extiende a otro tipo de relaciones como las relaciones de pareja y sociales.

Este articulo fue publicado originalmente en el periódico HOY