Quizás es más que cierto y, evidente: Raquel Arbaje nos trajo de vuelta a la «plenitud del asombro.» Dejó claro que el signo puede cuestionar al logos, al logos lapidario de los ortodoxos.
Raquel se hizo un «Yo», y ese «Yo» un «Nosotras». Ha dejado escrito un hecho en los límites de la letra impresa. Levantó la polémica y, las protestas machistas (de hombres y mujeres) contra ella.
¿Ha sido un desafío o fue un desafío a quienes —aun insisten— en querer amordazar las voces disidentes de las mujeres?
¿Fue una auténtica liberación/libertad del aparato ideológico estatal patriarcal que se sostiene en el reino de lo simbólico masculino?
¿Fue la expresión de toma de conciencia de las Arbaje (madre e hijas) que sí se proyectaron hacia el porvenir sabiendo de qué lado de la acera de la Historia tenían que colocarse. No silenciaron ni dejaron que quedaran silenciadas las VOCES de las mujeres —firmantes de la «Carta Abierta» al Presidente de la República— por la metaforicidad de los significados de control que traen las normas jurídicas erigidas en preceptos que vulneran a la «otra» parte de la humanidad; esa «otra» parte sometida a no tener derecho a la búsqueda de su identidad propia ni con derecho a su cuerpo?
El «Efecto Arbaje» ha sido una acción que, en este siglo XXI, no puede perderse de vista en las discusiones, reflexiones, estudios de género y del feminismo-de-la-diferencia.
El movimiento feminista, de la República Dominicana, no ha sido derrotado, hoy 3 de agosto, día en que se promulga el Código Penal de espaldas a las demandas reivindicativas de las ciudadanas que han realizado manifestaciones públicas para exigir al Estado, el derecho a existir sin la agonía de la amenza de la violencia lacerante ejercida contra niñas, adolescentes y mujeres.
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