La reciente tragedia ocurrida en el Jet Set, donde el derrumbe del techo provocó la muerte de personas y dejó heridas físicas y emocionales aún imposibles de cuantificar, ha sacudido profundamente la sensibilidad nacional. El suceso, marcado por lo inesperado y su contexto simbólico, ha activado una respuesta emocional y social de gran magnitud: un duelo colectivo que se extiende más allá de las víctimas directas, convirtiéndose en un hecho traumático de resonancia nacional.
En la República Dominicana, donde la vida comunitaria y los vínculos afectivos se articulan estrechamente con los espacios públicos y privados, el dolor se comparte, se vive en voz alta y se transforma en expresión colectiva. El Jet Set no era simplemente una discoteca: era un referente intergeneracional, un emblema de la vida nocturna, un punto de encuentro entre clases sociales, géneros, generaciones y culturas urbanas. Ver ese lugar —tan cargado de recuerdos, celebraciones y vínculos— convertirse en escenario de muerte e incertidumbre ha provocado una ruptura emocional que no se limita al círculo íntimo de las víctimas.
El derrumbe del techo no solo expone fallas estructurales físicas, sino también profundas grietas en nuestra estructura social. La precariedad de las condiciones de seguridad, la permisividad institucional, la negligencia y el abandono regulatorio emergen como causas latentes de una tragedia que, aunque aparentemente accidental, es también socialmente producida. La indignación no tarda en aflorar: ¿cómo es posible que un establecimiento tan reconocido haya operado en condiciones capaces de provocar tal colapso? ¿Qué responsabilidades existen —y quién las asumirá— ante una pérdida que pudo evitarse?
La ciudadanía no solo llora: también interpela, exige y propone.
El duelo colectivo es más que una suma de duelos individuales. Es una energía psicosocial que atraviesa a comunidades enteras y que se activa cuando el dolor se instala en símbolos compartidos. Las redes sociales se inundaron de mensajes, imágenes, videos, homenajes. Se recordaron a las víctimas no solo con tristeza, sino con rabia y exigencia. La indignación se convirtió en consuelo mutuo, y la memoria comenzó a forjarse en comunidad. Este duelo se configura así como una forma de resistencia cultural ante el olvido, y como una herramienta para exigir reparación y transformación.
Desde la psicología social y cultural, el duelo compartido tiene una función reparadora: permite nombrar el dolor, legitimar la tristeza, expresar el trauma y buscar sentido en lo que ha ocurrido. Pero también puede ser catalizador de cambio, un punto de inflexión a partir del cual se gestan nuevas narrativas sobre la responsabilidad institucional, la cultura de la prevención, la vida nocturna y el derecho a la seguridad. El caso Jet Set, por su simbolismo y magnitud, puede convertirse en eso: una llamada colectiva a repensar cómo se construyen y gestionan los espacios de ocio en nuestro país.
Este tipo de duelo no termina con las ceremonias fúnebres. Permanece en los homenajes que siguen, en los recuerdos compartidos, en la transformación de un espacio que ya no podrá ser visto con los mismos ojos. La memoria colectiva lo conservará como un hito doloroso: una noche que cambió para siempre la historia de un lugar y de las vidas que allí se encontraron. El Jet Set no volverá a ser solo una discoteca; será también una marca de la fragilidad humana y de la urgencia de proteger la vida con responsabilidad estructural.
La tragedia también ha puesto en evidencia la necesidad de acciones institucionales integrales. Más allá del cierre temporal o de las investigaciones legales, se requiere una respuesta ética y pública de mayor alcance: acompañamiento psicológico a las familias, políticas de reparación simbólica, y sobre todo, una reforma real en los protocolos de seguridad y en la supervisión de espacios masivos. La ciudadanía no solo llora: también interpela, exige y propone.
En sociedades con una memoria tan oral, tan ritual y tan corporal como la dominicana, el duelo colectivo no se silencia. Se expresa con flores, con pancartas, con conciertos en memoria de los caídos, con publicaciones virales, con oraciones masivas y con marchas. Esta movilización del afecto y del reclamo es también un acto de ciudadanía. Es un llamado a que el dolor no se normalice, a que la negligencia no se repita, y a que la memoria no se borre.
Porque en última instancia, cuando el dolor se comparte, se humaniza. Y cuando la memoria se transforma en compromiso, se convierte en semilla de justicia. La tragedia del Jet Set, con todo su dolor puede ser también un punto de partida: para la reflexión, para la solidaridad y para la acción.
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