Existen indicios de que el doctor Henríquez participó en la elaboración del Plan Wilson junto con Tulio M. Cestero y Sumner Welles, de ahí que no resultara casual el respaldo inicial que le dispensara al mismo. Sobre el particular Rafael Damirón escribió una serie de artículos en el Listín Diario en los meses de agosto y septiembre de 1922, titulado “Notas del pasado: inconsecuencias del Dr. Henríquez. Actitud antes y después del Plan Wilson. El rechazo generalizado del pueblo a dicho Plan obligó al Dr. Henríquez también a oponerse al mismo y lo propio hizo con el Plan Harding. (O. Inoa, Alrededor de Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, 2022, p. 116.)

El Plan Harding

Luego de la toma de posesión del presidente Warren Harding en marzo de 1921, el doctor Henríquez y miembros de la Comisión Nacionalista se reunieron con el nuevo secretario de Estado, Charles Evans Hughes, con quien discutieron los puntos esenciales del problema dominicano. Para salvar las dificultades idiomáticas, el presidente Henríquez le presentó un memorial en el cual exponía la inequidad de la intervención, los falsos argumentos utilizados para perpetrarla, su ilegalidad desde el punto de vista del derecho internacional, el carácter esclavizador del Plan Wilson y la determinación del pueblo dominicano de rechazar toda forma de desocupación que vulnerara la soberanía dominicana.

Luego de transcurridas dos semanas del primer encuentro, el depuesto presidente dominicano fue invitado a un segundo encuentro en el que el secretario de Estado Hughes le expuso el contenido del nuevo Plan Harding con los mismos términos del odioso memorando de noviembre de 1915 que incluía la imposición del protectorado con sus instrumentos coercitivos, representados por las fuerzas armadas y el control de la hacienda pública por funcionarios estadounidenses. El doctor Henríquez le replicó a Hughes que el “nuevo” Plan era el mismo que había querido imponer el presidente Wilson que había sido rechazado por el pueblo dominicano.

Sin embargo, los nacionalistas moderados que participaron en las negociaciones consideraban que el nuevo Plan contenía una flexibilización de los Estados Unidos y estaba sujeto a nuevas modificaciones. En tal tesitura, el doctor Henríquez les escribió a varios dominicanos, como a Ulises Espaillat y Rafael Estrella Ureña, que los nacionalistas habían logrado “puntos capitales” susceptibles de predominar en las cuestiones objetables. Mientras Fabio Fiallo, con la finalidad de proteger al doctor Henríquez contra las acusaciones de compromiso o transaccionismo formuladas por los nacionalistas radicales, presenta una perspectiva muy diferente respecto a las negociaciones con Hughes. (B. Calder, El impacto de la intervención, p. 310.)

Al percibir estas vacilaciones en los negociadores con el Departamento de Estado, Américo Lugo explicó cuáles eran las aspiraciones fundamentales del pueblo dominicano, que se resumían en su “ansia” por conocer de manera exacta cuáles eran los medios para hacer valer sus derechos, para lo cual el pueblo estaba dispuesto a contribuir con todos los recursos necesarios a la aplicación de esos medios, a sufragar con su peculio cuantas gestiones se realizaran para la restauración de la república:

“[…] una restauración inmediata y sin supresión de ningún atributo de la soberanía, ni cesión de parcela ninguna del territorio nacional. Con esta condición, ayudará al Dr. Henríquez y Carvajal, en sus gestiones restauradora; con esta condición, ayudará a la ex Junta Consultiva; con esta condición, a todo individuo o agrupación que trabaje o trabajare por le reintegración de la nación en el goce de su independencia”. (J. J. Julia, Antología de Américo Lugo, t. I, Santo Domingo, 1976, p. 28.)

La presentación del Plan Harding provocó “una reacción negativa, inmediata y considerable” del pueblo, definida por el ministro Russell como “una oleada caliente de protesta”. El 14 de junio de 1921 una multitud compuesta por más de 3,000 personas protestó frente a la residencia del gobernador militar. La opinión nacional se manifestó de forma unánime y soberbia, con “su máxima elocuencia de indignación”, como la llama Fiallo, contra los intentos de los Estados Unidos de imponer un protectorado.

Dicha protesta tuvo tan elevada intensidad y fuerza que provocó hasta una alerta militar y sorprendió a funcionarios de alta categoría en Washington. Al mismo tiempo, al percibir el poderío del movimiento nacionalista que encabezaba Américo Lugo y los nacionalistas radicales, el presidente Henríquez se vio conminado a entrar en un plano de mayor confrontación con los Estados Unidos, tal como se evidencia en un memorando contra el Plan Harding que presentó al Departamento de Estado el 14 de julio de 1921. Cinco días más tarde, el Listín Diario publicó un editorial en el que demandaba reemplazar al doctor Henríquez como representante principal del movimiento nacionalista por no haber condenado inicialmente el Plan Harding.

El doctor Henríquez valoró la protesta del pueblo dominicano contra el Plan Harding como “unánime, formidable y vehemente”, no obstante los esfuerzos que dice haber realizado para evitar su carácter “impetuoso”. Expuso que la evacuación del territorio de la república no requería ningún tratado y que él no estaba dispuesto a prestar su consentimiento a ninguna Convención que limitara o restringiera el ejercicio pleno de la soberanía. Que el pueblo dominicano prefería ser aniquilado antes que aceptar un plan que implicara la idea de subordinación pues poseía los medios naturales y legales para proceder a la reorganización de su Gobierno mediante su propia ley electoral en forma plebiscitaria o por medio de referéndum, conforme lo establece la Constitución.

Por consiguiente, consideraba factible la restauración del Gobierno civil nacional en Santo Domingo y prescindible el plan de evacuación. Solo veía viable la firma de un tratado comercial entre los Estados Unidos y la República Dominicana, así como un protocolo de evacuación, diferente en su método y modus operandi, al contenido en la Proclama del almirante Robinson del 14 de junio, que produjo la enérgica protesta del pueblo. Estimaba que el pueblo nunca aceptaría la entrega de la fuerza pública a oficiales extranjeros. Tampoco veía como esencial la concertación de un empréstito de $2,500,000 para concluir algunas obras públicas, cuyo rechazo no debía ser utilizado como pretexto para restaurar la soberanía del Estado.

Asimismo, rechazó la cláusula del Plan Harding que obligaba a reconocer los actos del Gobierno militar. “El pueblo dominicano no puede aceptar ninguna cláusula, convención o entendido que lo despoje del derecho de mantener su protesta contra la intervención llevada a cabo en su territorio por el Gobierno de los Estados Unidos” como los actos de “represión sangrienta”, los “actos de violencia” y los que “por propia voluntad dictó y ejecutó” dicho Gobierno sin el consentimiento del pueblo. Por tanto, el protocolo de evacuación debía limitarse a un intercambio de notas entre la legación de los Estados Unidos y el Gobierno elegido por el pueblo y la entrega del sistema administrativo, civil y militar de la república. (En: F. Fiallo, Comisión Nacionalista, pp. 106-115.)

Por asumir una posición moderada frente a los Estados Unidos, el derrocado presidente Henríquez se convirtió en el punto de enfoque de los nacionalistas radicales quienes lo consideraba como una amenaza superior a la de los líderes políticos conservadores. Sin embargo, a fines de 1921 con la renuencia del Departamento a modificar el Plan Harding y la necesidad de los nacionalistas de preservar la unidad del movimiento, la situación se revirtió y el doctor Henríquez se hallaba más cerca de los radicales y el mayor peligro para estos lo representaban los líderes de los partidos políticos que operaban antes de la ocupación.

El Pacto de Puerto Planta

Como un medio de buscar una salida a la ocupación militar a fines de 1921 el Senado de los Estados Unidos decidió enviar al país una comisión investigadora. En noviembre de este año el doctor Henríquez realizó un periplo por los pueblos del Cibao. En Santiago pronunció un discurso en el teatro Colón, se entrevistó en Tamboril con el caudillo Horacio Vásquez y en los primeros días de diciembre participó en la Convención de Puerto Plata en la cual participaron Horacio Vásquez del Partido Nacional, Enrique Jimenes como representante del jimenismo y Luis Felipe Vidal del legalismo, además de los miembros de la Comisión Nacionalista.

El pacto firmado en Puerto Plata, el 7 de diciembre de 1921, obligaba a los líderes a honrar nueve artículos: la elaboración de un plan de acción hasta que se lograra el retiro, el rechazo a los principales puntos del Plan Harding, la formación de un Comité Restaurador, presidido por el doctor Henríquez, que representara al pueblo hasta que se instalara un nuevo gobierno, entre otros puntos.

En su bien documentado texto el historiador Orlando Inoa pone en evidencia la estratagema del doctor Henríquez quien tenía un as bajo la manga y el 3 de noviembre de 1921 le explicaba a su hijo Max: “Si el país no me apoya y cree debe seguir a sus caudillos, entonces yo pondré condiciones y se organizará de un modo definitivo la defensa del país”.

Y el 25 de febrero de 1922 le escribió de nuevo a este y le reveló cuáles eran sus reales y malsanas intenciones:

“Son demasiado imbéciles los políticos dominicanos para que uno se sacrifique a sus caprichos. Yo he escrito una circular diciendo que no abandono la causa nacional, que estoy preparándome para reemprender la campaña; pero esperaré a que el país entero, amigos y enemigos sientan la necesidad de que yo vuelva al frente de la campaña. Y para eso que reúnan fondos suficientes”. (Citada por O. Inoa, Alrededor de Pedro Henríquez Ureña, p. 118.)

La mayoría de los firmantes del acuerdo de Puerto Plata, entre ellos los nacionalistas moderados, se orientaron hacia la búsqueda de un entendido para la desocupación militar para lo cual se reunieron con el contralmirante Robinson, mientras el doctor Henríquez permanecía prácticamente inactivo.

El presidente Henríquez y el Plan Hughes Peynado

A principios de 1922 se produjo un declive del ímpetu que había mostrado el movimiento nacionalista. Por el fracaso en las campañas para la recolección de fondos, los nacionalistas se vieron afectados por una grave crisis financiera que los obligó a cerrar las oficinas de la Comisión Nacionalista en Washington. El propio doctor Henríquez y Carvajal se hallaba frustrado por los continuos fracasos en lograr un entendido con el Departamento de Estado además de que confrontaba problemas económicos y de salud, razón por la cual disminuyó su influencia en Santo Domingo, además de que se había resquebrajado la unidad de los nacionalistas dominicanos frente a los Estados Unidos.

Asimismo, surgieron desavenencias entre los líderes políticos, quienes se consideraban autorizados a negociar directamente con el Departamento de Estado. Calder destaca algunos factores que a su entender condujeron al compromiso de los políticos, tales como las esperanzas de un rápido retiro que despertaron las proclamas de 1920 y 1921, la comprensión de que la administración Harding no estaba dispuesta a retirarse como lo demandaban los nacionalistas radicales y el control del senado de los Estados Unidos por grupos partidarios de la intervención.

Tanto Horacio Vásquez como Federico Velázquez se convirtieron en voceros del movimiento pro compromiso mientras los nacionalistas radicales condenaban esta postura. Con el respaldo de estos líderes políticos, al que se sumó Elías Brache del Partido Liberal, el abogado Francisco J. Peynado emprendió negociaciones con el Departamento de Estado para la desocupación pues veía poco viable la fórmula de la desocupación “pura y simple” de los nacionalistas. El doctor Henríquez se mantuvo al margen de estas negociaciones, aunque luego se opuso al mismo. Américo Lugo califica de “liberticida” el Plan Hughes-Peynado, y más que de desocupación lo ponderaba de validación de las órdenes ejecutivas y de los empréstitos, destinado a la aceptación pura y simple de la ocupación militar.

La integración a la dictadura de Trujillo

El doctor Henríquez participó en el acto de toma de posesión de Trujillo en agosto 1930, ocasión que aprovechó para gestionar algunos cargos para su familia. El primer beneficiario fue su hermano Federico Henríquez y Carvajal, nombrado rector de la Universidad de Santo Domingo en septiembre de 1930. Su hijo Francisco pasó a desempeñarse como agregado comercial de la Legación de La Habana.

A Max lo designaron como superintendente general de Enseñanza y luego secretario de Relaciones Exteriores en sustitución de Rafael Estrella Ureña. El propio doctor fue favorecido con su designación como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Haití y de ahí pasó a desempeñar esas funciones en Francia, Italia, Bélgica y Suiza, cargo que ocupó hasta mediados de 1932. Falleció en Santiago de Cuba el 6 de febrero de 1935 a consecuencia de una angina de pecho.