Muy dolidos ante la nueva tragedia que enluta al país, la del pasado 8 de abril en la discoteca Jet Set, este día quedará marcado en la memoria de los dominicanos. Igualmente quedará la explosión de la fábrica Vidal Plast, el 14 de agosto de 2023, en San Cristóbal y sus 37 muertos, y las inundaciones de noviembre de 2023, que nos dejaron 34 muertos y un sin número de desplazados, además de las pérdidas materiales y de otra naturaleza.

Una serie de acontecimientos fatales ocurridos en intervalos muy próximos entre unos y otros, que nos inundan de quejas, y que al parecer no nos queda otra opción que contemplarlos y olvidarlos sin reflexión, ni aprendizajes.

Estamos ante una gran encrucijada, que presenta la dualidad de responsabilidades siguientes: la ineptitud de nuestros administradores públicos, obligados a ejercer sus funciones bajo el estricto cumplimiento de las normas y a crear políticas públicas cada vez más actualizadas, para dar al país las respuestas adecuadas; y, por otro lado, el pueblo que, desmoralizado, abandona  por cansancio el reclamo de sus legítimos derechos ante los oídos sordos del Estado, y deja que el tiempo haga el trabajo de ayudarle a olvidar sus desgracias.

Desamparados, sí. Vegetamos sin rumbo, sin consecuencias y sin ánimos. Un poco hartos de denunciar y persistir en busca de ese Estado de Derecho que sutilmente nos ha arrebatado el tigueraje político. Las directrices del país se las hemos ido dejando, irresponsablemente, a un grupo de traidores sin escrúpulos. Poco a poco, la población se ha ido quedando huérfana, sin seguridad y sin garantías mínimas de humanidad.

Los acontecimientos acaecidos el pasado 8 de abril en el mencionado centro de diversión, ponen al país una vez más en ascuas, ante la posibilidad de peligros que nos asechan de manera inminente, sin que tomemos ningún tipo de correctivo.

El país se ufana de presentar una cara de ciudad cosmopolita, una metrópolis estilo de los grandes destinos del mundo en la actualidad. Torres de lujo, avenidas, Metro, grandes puentes, un parque vehicular de asombro, centros comerciales de lujo, y un gran etcétera; ni hablar de Santiago de los Caballeros, San Francisco de Macorís, el enclave turístico de Punta Cana, entre otros.

Hemos crecido de manera acelerada y descomunal. Ya no somos esas aldeas sencillas de ciudadanos discretos de hace 30 años. Hoy los dominicanos somos marca país en muchos renglones. Por ejemplo, la discoteca Jet Set, núcleo de nuestra desgracia de proporciones más reciente, cuyo renombre resonaba de viejo más allá del territorio nacional, ahora lo hace mucho más, por lo inmenso, vergonzoso y trágico de la noticia.

Se impone poner el dedo en la llaga, aunque duela. La opulencia, el super lujo, la vida espléndida, la diversión, nada tienen de censurable. Sin embargo, ha llegado la hora de hacer notar que, hoy más que nunca, estamos amenazados. Cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo.

Somos un país tropical. Estamos permanentemente amenazados, año tras año, por ciclones y huracanes. Habitamos una subregión de la geografía americana con abundantes fallas telúricas de importancia.

A esto hay que sumar aun otra gran desgracia: la total falta de institucionalidad de nuestro Estado-Nación, que incluye: crecientes niveles de corrupción, de violaciones a la Constitución y las leyes, soborno y negligencias de todo tipo. En suma, en otras palabras, funcionarios de papel, gobiernos sin credibilidad y negociantes con apariencia de políticos que se renuevan cada 4 años.

En nuestro país, los sistemas de emergencia dejan mucho qué desear. Cada uno de los habitantes de la República se encuentra ante un peligro inminente. Lo acontecido en la mencionada discoteca arroja un amplio cuestionamiento tanto a nivel preventivo, legal, de vulnerabilidad y de responsabilidad civil, como al gobierno de turno.

Nuestra estructura de recursos humanos y de implementos de maquinarias, vehículos, y equipos especializados para eventualidades, es definitivamente despreciable. Contamos con un personal ínfimo e insuficiente. Así ha quedado demostrado en los acontecimientos ocurridos y mencionados en este escrito.

Nuestra triste realidad es que no estamos listos para responder de manera adecuada a una eventualidad a gran escala, a causa accidentes o inclemencias de la naturaleza. De las declaraciones de los supervivientes de esta última desgracia emerge la percepción de que el peligro nos coloca a todos en la misma situación: ricos, medios y pobres. El riesgo es inminente minuto a minuto.

Santo Domingo, por ejemplo, es una ciudad de alrededor de cuatro millones de habitantes. ¿En qué capítulo están las políticas públicas destinadas a emergencias ante desastres? ¿Cuál es el presupuesto asignado al socorro de afectados y víctimas? ¿Dónde están las inversiones en nómina y entrenamiento para bomberos, médicos emergencistas, rescatistas, patólogos… y pare de contar?

No hay relación entre el crecimiento poblacional y de infraestructuras y la logística ni los protocolos a seguir, en caso de emergencias, imprevistos y siniestros.

Ojalá no dejemos pasar este otro lamentable desastre sin extraer las lecciones pertinentes. Ojalá que aprendamos de él aunque sea a velar, a protestar, a exigir a los administradores temporales elegidos, el cumplimiento puntual de su rol ante nosotros, puesto que “todos estamos en el mismo saco”.

Ante los siniestros naturales o de otra naturaleza, todos somos iguales. ¿Quién nos garantiza la seguridad de nuestros hijos en las escuelas, en las universidades? ¿Qué nos garantiza que estamos seguros en ésta o aquélla plaza comercial, ¿Y en mi centro de trabajo, en la vivienda que alquilo o compro? ¿En los teatros, en los cines, en la calles y autopistas, en los puentes? Cualquiera de estos escenarios puede ser nuestro potencial cementerio.

¿Hay alguien que me garantice que no es así, en un país en el que la inmensa mayoría está exenta o se empeña en no cumplir la ley?

Sí, desamparados. Pues bien podría acontecernos que nuestros restos no puedan ser dignamente recuperados e identificados y sean tirados, podridos ya, en algún vertedero, porque el Estado, simple e irresponsablemente, no tiene suficientes morgues y profesionales a cargo. ¡Claro que sí… estamos desamparados!

Ha llegado el momento de decir ¡Basta!, y de unirnos para pedir cuentas. Para exigir que nos administren como merecemos. Como hijos de esta tierra: nuestra, rica y próspera. A nuestros gobernantes los colocamos allí con nuestro voto para hacer una mejor república, no para ser dioses y vengadores de los dominicanos.

Será un abril de rosas negras

 (a las víctimas del Jet Set del 8 de abril de 2025)

 Hay una atmósfera

un pesar.

La queja viaja del que sufre

transfigura a los ya alejados del modo vida

divaga e invade la tierra y el cielo

son muertos que caminan allá

muy infinitamente

pero no quieren irse

no

no queremos que se vayan.

Forzados sus sueños, serán los grandes truncos

son alaridos, hechos de apegos

vivos sin querer morir.

Obligados están por las circunstancias divinas

los tedios de la tierra que violentaron

anhelos y alegrías

¿y cómo está la ciudad?

De qué males pudieran estos vivos asentir

si están más que muertos.

Nadie podrá impedir que las rosas no sean negras

en este abril

y el sepelio de las almas colgadas

pendan de las bravas injusticias.

La sucia cara de la queja inadvertida

implorando justeza

hoy son grandes muertos, pero con más vidas

todos obligados a llorar la gran sorpresa

de no verles jamás.

El espanto de la afrenta inminente

con la inútil muerte, viste a cualquier ánima

desolados los que fueron abandonados

con tu falta.

Por supuesto serán hoy, negras las rosas

y secas también

esta primavera.

Temblaron los nardos que ya no perfuman

y mudas quedaron también las margaritas.

Gritó el corazón desde el mismo centro de la tierra

será este abril, solamente, para rosas negras.

Ninoska Velasquez Matos

Bailarina

Ninoska Velázquez. Prima bailarina, Coreógrafa y Maestra de Ballet Clásico Directora de Ballet Clásico Nacional (1991), Directora de la Escuela Nacional de Danza (2004-2013), Directora Ballet Metropolitano de Santo Domingo (2013-2016), Directora de la Escuela Superior de Ballet (1992-2003).

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