Estoy seguro de que si Juan Pablo Duarte no hubiera dicho aquello de "…o se hunde la isla" (sin negociar con los reyes de España, sin un acuerdo deshonroso con uno que otro incipiente acreedor de la banca europea y sin negociar la bahía de Samaná con un posible futuro imperio); de no haberse rebelado contra el stablishment (¿cómo vino a ocurrírsele hablar de justicia social, de igualdad, de patria generosa para todos sus hijos?); de no haber sido tan bueno y tan patriota; de haber sido un buen "político" (en el peor sentido de la palabra), seguramente que todos los días del año, y no solo en su nacimiento y muerte, recordaríamos a Juan Pablo Duarte
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.