Vivimos en una era donde la información abunda, pero el pensamiento escasea. Donde la verdad, por incómoda que sea, ha dejado de ser suficiente para transformar una mente. ¿Por qué? Porque para muchos, pensar implica arriesgarse a perder algo más valioso que el conocimiento: su pertenencia.

Hoy, más que nunca, cambiar de opinión no es un acto de razonamiento, sino de coraje. Y ese coraje escasea. No porque falte capacidad cognitiva, sino porque sobra miedo. Miedo a quedar fuera de un grupo, miedo a romper con una narrativa, miedo a mirar de frente una verdad que puede desmantelar toda una identidad social cuidadosamente construida.

Numerosos estudios en psicología social lo confirman. La teoría de la identidad social (Tajfel & Turner, 1979) muestra que nuestras creencias no se sostienen únicamente por su contenido, sino por su función: pertenecer. Cuestionarlas es un acto que amenaza la estructura misma de quienes somos en relación a los demás. De ahí que el debate se haya transformado en trincheras emocionales, no en intercambios racionales.

Un estudio revelador publicado en Nature Human Behaviour (2017) lo dejó claro: cuando se confronta a alguien con evidencia que contradice sus creencias políticas, las zonas del cerebro que se activan no son las del razonamiento lógico, sino las relacionadas con el miedo, la amenaza y la identidad. Se percibe la corrección como un ataque personal, no como una oportunidad de crecimiento.

Lo más alarmante, sin embargo, es cómo este fenómeno ha sido normalizado. Hoy se celebra la “coherencia” entendida como necedad. La gente no cambia de opinión no porque tenga razón, sino porque no tolera el vacío existencial de reconocer que ha vivido equivocada. Esa lealtad ciega al error es lo que yo llamo cobardía intelectual: la incapacidad de desmontar una creencia aun sabiendo que está equivocada, simplemente porque perderla significaría quedar sin tribu, sin bandera, sin eco.

Y lo más triste: estas personas no están defendiendo ideales, están protegiendo pertenencias emocionales. No están pensando, están obedeciendo. Porque en tiempos de ruido masivo, pensar es un acto de rebeldía. Dudar es revolucionario. Cambiar de opinión, hoy, es un acto de libertad.

Esto no significa que toda duda sea evolución, ni que todo es relativo. Al contrario. Lo que intento señalar es que hay una profunda diferencia entre sostener una creencia desde la reflexión, y aferrarse a ella por cobardía. Y esa diferencia es lo que marca a un verdadero pensador del resto.

No se trata de tener siempre la razón. Se trata de tener el valor de perderla. De sostener la mirada frente a lo que incomoda. De poder decir: “estaba equivocada” sin que se te desmorone la identidad.

Hoy, el verdadero lujo no es tener acceso a la información. Es tener la capacidad de procesarla sin necesidad de encajar. Es decir “no pertenezco a nada que me impida pensar”.

La verdad está disponible. Lo que escasea es el coraje de aceptarla.

Karina Rieke

Karina Rieke. Poeta y Terapista Clínica. Practica privada en New York, Florida y Nevada. Sus libros: Semejanza de lo Eterno” Editora Buho, 2002. “Mitología Del Instante” es su segundo libro de poemas editado por la editora Isla Negra, 2009. "Ontología de la Palabra" editora Nacional, Rep. Dom. 2012. “Erótica del Instante” 2024. Tiene un libro inédito que se llama “New York Onírico.

Ver más