Aún no salgo de la sensación de plenitud y satisfacción que me produjo el haber dedicado tres días a participar en el festival literario “Mar de palabras”, celebrado el pasado fin de semana en un pintoresco hotel en la Ciudad Colonial de Santo Domingo.
Y es que, más que un festival literario, fue un espacio de provocación intelectual. Una cita sin precedentes que reunió a escritores, politólogos y pensadores de renombre nacional e internacional. Más allá de su valor literario, el evento evidenció como la palabra, la literatura y el pensamiento crítico son pilares fundamentales de las sociedades democráticas y herramientas para el desarrollo colectivo. Un verdadero ejemplo del poder transformador de la cultura como motor de desarrollo y proyección internacional. Este tipo de eventos no sólo enaltecen el alma intelectual de una nación, sino que también posicionan al país como un destino culturalmente vibrante, capaz de atraer a un turismo que busca algo más que sol y playa.
Cada uno de los asistentes disfrutamos de modo particular los temas que surgían y fluían con naturaleza, uno como consecuencia del otro, provocando en más de una ocasión que nos cuestionásemos y nos planteásemos algo más allá que la simple lectura de un nuevo libro recien publicado.
Mi primer reto a pensar de manera profunda lo despertó nuestra escritora y premio nacional de literatura: Soledad Alvárez, en su disertación en el conversatorio: “Cuando el Caribe no es una postal”, quien de manera apasionada resaltó y argumentó que en nuestro país el turismo ha provocado una involución cultural.
Muy a pesar de que evito comentar sobre temas de los que no posea datos estadísticos que sustente mis teorías, me atrevería a cuestionar los argumentos que avalan el enunciado de la poeta, aunque aplaudo su atinada alerta.
Si bien es cierto que el turismo no sólo genera empleos y divisas, sino que también propicia el intercambio cultural y el acercamiento de los pueblos, en algunos destinos, ha resultado una amenaza para la identidad local, provocando una involución cultural, en la que las tradiciones pierden autenticidad, se adaptan al gusto del turista o, en el peor de los casos, desaparecen.
Octavio Paz, reconocido poeta,y ensayista mexicano, analizó la cultura y la política con una perspectiva crítica y exploró la idea de que ciertas tendencias sociales y políticas pueden llevar a una involución cultural, donde la sociedad pierde su capacidad de reflexión y diálogo, y se ve influenciada por dogmas y fanatismos. Paz observó este fenómeno en México, especialmente después de la caída del muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética.
No obstante, la aculturación provocada por el turismo sucede cuando la cultura receptora altera sus conductas, tradiciones y expresiones para satisfacer al turista. Esto generalmente ocurre cuando existen ciertas circunstancias:
- Turismo de masas no regulado, que deja a comunidades en situación de vulnerabilidad expuestas a una demanda incesante de "exotismo", que acaban por distorsionarse.
- Ausencia de planificación cultural, en la que no hay políticas públicas destinadas a salvaguardar y revalorar el patrimonio inmaterial.
- Economías locales altamente dependientes del turismo, en las que las tradiciones se transforman en bienes sin contexto.
- Interacción extendida y directa entre visitantes y comunidades, provocando choque de valores y desbalances sociales.
La experiencia dominicana ha sido que nuestro turismo se ha desarrollado en un 80% en zonas lejanas a las ciudades, más bien aisladas, cercanas a las playas, lo que ha protegido, en cierta medida, el impacto en las costumbres y valores del dominicano. Esta distancia geográfica y simbólica ha limitado el contacto real entre los visitantes y la vida cotidiana de los dominicanos. En ese contexto, aunque se puedan cuestionar los niveles de integración nacional del modelo, es válido sostener que el turismo no ha provocado, en términos generales, una involución cultural en nuestro país.
Estoy consciente de que el turismo puede ser tanto un riesgo como una oportunidad para las culturas locales. La línea entre el intercambio enriquecedor y la aculturación es más fina de lo que parece, pero todo depende de cómo se gestione, el tipo de turista que se atrae y el rol que las comunidades locales juegan en la cadena de valor. De nuestro gobierno y los líderes del sector turístico dependerá que tanto afecte el crecimiento del turismo a nuestra cultura. La advertencia está planteada.
En “Mar de palabras”, se expusieron, además, muchos otros temas que seguirán provocando interesantes conversaciones por mucho tiempo. Se debatió de múltiples maneras y enfoques sobre el presente y el futuro de nuestras democracias. En el panel titulado “El último bastión: cómo defender la democracia antes de que sea demasiado tarde “, el escritor colombiano Juan Gabriel Vázquez lanzó una advertencia que resonó en todos los asistentes: “el poder quiere controlar el relato”. En pocas palabras, la narrativa es territorio en disputa, y la literatura, el pensamiento crítico y el arte son trincheras de resistencia.
Las intervenciones de Denisse Dresser (mexicana) y John Feeley (estadounidense), añadieron profundidad desde el ángulo político y diplomático: la defensa de las libertades comienza en la educación, la palabra y la conciencia ciudadana, no solo en las urnas.
Descubrir autores que no conocía completó mi alegría: Alberto Barrera Tyszka, Benito Taibo, Camilo Hoyos, Gabriela Cabezón, entre muchos otros. Además, haber podido conocer y conversar unos minutos con mi muy admirado escritor mexicano, Juan Villoro, cerró con broche de oro mi experiencia.
“Mar de palabras” demostró que la cultura no sólo entretiene, forma, transforma y activa. Y lo más importante para el turismo dominicano es que eventos como este proyectan al país como un destino culturalmente relevante, donde las ideas también son parte de la experiencia del visitante.
Por eso, apostar por el turismo cultural, fomentar festivales de música, ferias de arte, encuentros intelectuales y expresiones comunitarias auténticas, no sólo diversifica la oferta turística, sino que enriquecen el debate nacional y fortalecen la identidad y el alma de la nación, convirtiéndose en una poderosa vía para proyectar valores, defender libertades y enriquecer el contacto humano. Un país que exporta pensamiento es también un país que se fortalece hacia adentro.
Este evento, en su primer año, logró que las palabras se transformaran y formaran mucho más que un mar de palabras.
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