La educación dominicana a nivel preuniversitario atraviesa una inquietante crisis; tanto en el sector público como en el privado, lo cual empezó evidenciarse en la década de l990 cuando se realizaron las primeras evaluaciones estandarizadas y comparativas entre países, como las pruebas Pisa. Estas revelaron el poco nivel de nuestros estudiantes en lectura y escritura, en matemáticas y ciencia; y han colocado al país en muy bajos lugares pesar de la tanda extendida y del aumento del 4% del presupuesto para la educación.
Esta crisis tiene múltiples causas, algunas de las cuales son: la poca motivación del estudiante, la deficiente formación del docente; la carencia de los programas de estudio; las desigualdades regionales y socioeconómicas; la pérdida de tiempo que afecta la relación entre estudiantes y maestros. Este último es un factor tan importante que países como China, han establecido que ese contacto entre aprendiz y docente, debe implicar cerca de nueve horas diarias, seis días a la semana.
Ahora le pondré un ejemplo. El doctor y humanista Pedro Henríquez Ureña, según sus biógrafos, desarrolló su cerebro temprano y aprendió las letras desde la cuna mientras su madre la maestra Salomé Ureña de Henríquez enseñaba a otros niños en su Instituto de Señoritas. En 1931, el dictador Trujillo, lo trajo al país, para aprovechar su experiencia académica en México, Argentina y Estados Unidos, y para que organizara el sistema educativo dominicano; lo designó Superintendente de Educación, cargo en la actualidad equivalente a ministro.
Henríquez Ureña comenzó a realizar las innovaciones que, según el, podían emprenderse sin dinero o con mínimos fondos, como proponer leyes, normas y reglamentos, y diseñar planes de estudios y métodos de enseñanzas. Igualmente, impartió charlas y talleres, promovió el uso de métodos objetivos para estudiar la energía, materia y vida; fomentó el hábito de la lectura y el buen uso del español mediante el acceso a buenos libros; introdujo la enseñanza moral y cívica y los símbolos patrios, de la urbanidad y la higiene, y facilitó la participación de la mujer en la enseñanza, entre otros aportes.
Pero apenas al año y medio de labores, surgieron conflictos con el dictador, por los asesinatos y cancelaciones de maestros por razones políticas; por la presión que ejercía para que él se uniera al Partido de gobierno. A esto se añadió la cancelación y prisión a su discípula y seguidora, la maestra Ercilia Pepín. Y el colmo fue el acoso del tirano a su bella y culta esposa, por lo que, para salvar su vida y su familia, tuvo que abandonar clandestinamente el país; y nunca regresó. Murió corriendo, tratando de montarse en un tren, para impartir clases de un pueblo a otro, en Argentina, en 1946, a los 62 años.
Lamentablemente aquellas innovaciones de Pedro Henríquez Ureña y de Ercilia Pepín, o sea, las que requerían poco dinero, se han descuidado permanentemente en la educación dominicana, porque los administradores del sistema educativo, con honrosas excepciones, lo han convertido en una herramienta al servicio del poder político y del bienestar personal, priorizando la inversión en edificaciones, remodelaciones, compras de equipos y otros componentes. A tal nivel que, antes de la década de los 70, los profesores de la escuelas y liceos públicos eran más calificados que los de los colegios. Desgraciadamente, esta situación ha cambiado para mal. Ahora pocos padres de clase media inscriben a sus hijos en centros públicos; lo que ha aumentado la diferencia económico social en la educación. ¿A que atribuirle esta problemática? ¿Al fortalecimiento de la democracia? ¿Al exceso de politiqueros en el ámbito educativo? ¿Al auge de los gremios estudiantiles y profesorales? Y usted, ¿qué cree?
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