Es una llave, un horizonte con luces al fondo, un momento de paz, sea con lo conocido o con lo que descubres. Pedro Henríquez Ureña no te deja. Se comprende entonces por qué tantos autores le dedicaron casi sus vidas: Alfredo Roggiano, quien escribió dos libros fundamentales sobre la estancia del Maestro en los Estados Unidos y México, y se proponía otro sobre su vida argentina; Emilio Carilla, otro argentino, escribiendo bajo la tutela del dominicano y siempre publicando algo sobre él; Rafael Gutiérrez Girardot, escribiendo durante cuarenta cada decenio un gran ensayo sobre él; Jorge Luis Borges, citándolo con frecuencia, como testimonia el “Borges” publicado por Adolfo Bioy Casares; Juan Jacobo de Lara, a quien se le ocurrió la idea de compilar su obra ya en los años 40, acicateado por colegas en la Universidad de Columbia que al parecer sabían más de su paisano que él mismo, y a quien luego le agradeceríamos la primera versión de las "Obras completas" del maestro, en aquellos diez tomos históricos (1980-1984). Si bien hay autores que se contentan con despacharlo con una tesis, hay una legión de pedristas que hacen del diálogo con el Maestro un hábito.
Si la compilación de las “Obras completas” (2013-2014) me llevó como diez años de lectura, investigación, en los más de diez años que han seguido me he mantenido igualmente en “forma pedrista”: investigándolo, armando una red de estudiosos, y lo más importante, editando la “Biblioteca PHU”, que aparte de más de una docena de títulos de su puño y letra, ha publicado ya doce (12) volúmenes de “Archivos de Pedro Henríquez Ureña”, monográficos dedicados a su obra.
Y siempre hay sorpresas, alegrías, después de un momento extraño. Así el contacto con Sonia Henríquez Hlito, nuestra querida amiga, por lo demás digna hija, cuyo centenario celebraremos en el 2026, quien tuvo a bien abrirnos su casa y sus últimos papeles. También la relación tan fructífera con Gabriela Hlito Henríquez, hija de doña Sonia, quien nos cedió los archivos de su madre, entre otras cosas, material que ya integraremos en la edición revisada de la obra el maestro en la que estamos trabajando. En abril del 2024 conocimos en México a Pablo González Casanova Henríquez, otro nieto del maestro, quien igualmente nos abrió sus puertas en Cuernavaca, donde vive. Pablo igualmente tuvo a bien donar los papeles y libros dominicanos al Archivo General de la Nación, gestión realizada gracias a la mediación de la Embajada Dominicana en México y a su embajadora, María Isabel Castillo Báez.
Mi último hallazgo lo hice por una vieja costumbre: escribir “Pedro Henríquez Ureña” en los motores de búsqueda de cualquier página académica. Así lo hice con europeana.eu, plataforma que siempre utilizo en mis investigaciones europeas. Ahí encontré una carta a José Ferrater Mora, el célebre autor del monumental “Diccionario de Filosofía”, donde el maestro dominicano dejó su impronta.
Colaborador, motivador, a Henríquez Ureña se acudía en el espacio cultural hispanoamericano para conectar, investigar, dialogar. Aunque no tuvo la costumbre de un Alfonso Reyes -quien copiaba todas sus respuestas a sus correspondientes-, a veces tenemos la suerte de encontrar alguno de sus papeles por ahí.
En abril de 1941 Henríquez Ureña está ofreciendo sus lecciones en el Seminario Charles Elliot Norton, en el Frogg Museum, de Harvard. Entre sus alumnos tiene al cubano José Rodríguez Feo y a Alan Ansen, quien luego será asistente de W. H. Auden y se vinculará con los Beatniks, llegando a ser personaje en obras de Jack Kerouac y William Burroughs. Allí recibirá y responderá una carta de Ferrater Mora, y de paso, le soltará el nombre de George Santayana, un autor que ya viene leyendo desde sus años en Nueva York, en 1915. El mismo nombre ya se lo había enviado a su discípulo cubano Félix Lizaso, quien a su vez se lo comunica a Jorge Mañach, quien luego haría la segunda traducción al español de Santaya, reservándose el primer lugar el mismo Henríquez Ureña.
El epistolario de Pedro Henríquez Ureña será tan envolvente como los hijos que tejerá Ariadna. En carta se iluminarán capítulos de cientos de momentos particulares de la historia cultural de nuestros pueblos, porque al parecer el dominicano asumía el diálogo más como parte de su "obra" o su "obrar intelectual.
Pero no sigo abundando, porque tampoco es muy saludable escribir de memoria, por ahora…
Aquí les comparto la carta de Pedro Henríquez Ureña, que por lo demás el lector podrá descargar en la siguiente dirección: https://www.europeana.eu/es/item/1150/https___catalonica_bnc_cat_catalonicahub_lod_oai_dugifonsespecials_udg_edu_10256_2____3433_ent0

Cambridge, 15 de abril, 1941
Muy estimado amigo:
Después de mucho esperar, he conseguido que me den los datos sobre Whitehead y sobre Perry. Espero que todavía le sean útiles. ¿Tiene usted datos suficientes sobre Santayana? Le pregunto, pero me doy cuenta de que es inútil, porque dentro de diez días debo salir de este país, y no habrá tiempo de que usted me contestara.
De todos modos, estoy a sus órdenes en Buenos aires, desde el 20 de mayo, en el Instituto de Filología, Florida 691, y en la Editorial Losada.
Suyo
Pedro Henríquez Ureña
Compartir esta nota