Entusiasmado. Ahora se está delante de un bosque y ese bosque se encuentra en la estación en la que los árboles pierden las hojas, pero a la vez arrastra todas las demás estaciones. De pronto sopla el viento y envuelve al hombre sorprendido entre los árboles y las hojas caídas, maduras y verdes, pero más madura que verdes. El hombre empieza a caminar sobre las hojas y en el ruido provocado por las pisadas, las hojas cuentan al hombre como se desprendieron de los árboles y el drama de las ramas secas.
Todo lo anterior puede servir como alegoría para la creación de un poema malo o denunciar la realidad a partir de las palabras escritas. Escribir un poema es dado por pequeños empujones de la “realidad”; por el viento que, espíritu o alma, en el momento menos esperado sopla a lo interior, y esos empujones se convierten en meditación o arrebatos líricos y lo que ha de llamarse poema surge cual luz encendida al plasmarse como escritura. Verso a verso, hasta constituir esa forma sin fondo o ese fondo sin forma medible, que estremece; que tanto se puede explicar con el cuerpo como con el alma, el alma de la belleza interior que es lo que termina siendo un poema.
Pero hay otro asunto, fruto de la especulación, de méritos o sin ellos, lo suficientemente válido para la realidad verbal que se hace llamar poema y las olas por la luz solar, lunar que lo mueve, en crecimiento constante, dentro para que se refleje afuera, llamado poética. Luego abruma la palabra “comprender” lo que hace que se abra paso a cualquier juicio de las manos de la experiencia, donde el manejo de esa sensibilidad, que tiene sus medios y sus fines rodando en círculos a veces de tiza, otra de arena, de la contemplación del ser en su vacío, o de las estrellas del universo que al compenetrase con el movimiento se erigen como toda una osadía que tiene que ver con una denominación mayor llamada: Odisea.
Escribir poesía pertenece a esas zonas de riesgos repletas de gestos no verbales, de colores, de oír sin oír y oyendo se empieza a sentir y ver lo que solo se ve y se siente compenetrándose con las paredes invisibles de la vida que tiene un nombre: naturaleza del ser de las cosas, tanto dentro de sí mismo como al universo de percepción al que se pertenece, y he ahí el poema y el asombro palpable del que ve su nacimiento cual gota de agua desprenderse de la hoja del árbol de la vida, en todas sus reminiscencias evocativas.
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