La creación literaria tiene géneros diversos, y en esas especialidades expresivas giran autores que las cultivan de manera particular. Otras veces, y son casos muy connotados, distintos países cuentan con intelectuales en condición de abordar más de un género literario.

En esa especial fusión estética que implica el abordaje funcional de más de un género literario, cuenta en gran medida la formación integral de quien asume por norma habitual la multiplicidad expresiva.

En nuestro entorno insular contamos con intelectuales de sólida formación literaria que durante el desarrollo de sus respectivas carreras profesionales han demostrado poseer cualidades cognitivas extraordinarias para desenvolverse de manera exitosa en los insondables caminos de la expresión literaria.

En los últimos cuarenta y cinco años como miembro activo del Movimiento Cultural Generación 80, he tenido la oportunidad de ver, compartir y hacer muy buenas amistades con viejos y jóvenes talentos de la actividad cultural nacional. Entre tantos, destaca la regia figura del Poeta Mateo Morrison, que aunque lo separan unos años de existencia biológica de estos contertulios, no ha usado nunca su bien ganada trayectoria intelectual para imponer criterios y metodologías sin contar con el consenso de sus interlocutores.

Como señale en una de mis entregas anteriores, compartí con el Poeta en el fecundo ambiente de la Universidad Autónoma de Ssnto Domingo (UASD) cuando inicie mis estudios universitarios en el año 1979. Nuestra amistad siempre ha sido cordial, horizontal y sincera.

En este momento me ha impactado la lectura de su novela UN SILENCIO QUE CAMINA. Acabo de leerla recién el 30 del mes de junio, y deseo compartir con ustedes mis impresiones a partir de la historia narrada creativamente por el poeta.

El poeta apela a la nostalgia de sus años juveniles para presentar a sus lectores una historia romántica que por las características de su intimidad narrativa se convierte en un tríptico amoroso, a través del cual fluyen acontecimientos, personajes y ambientes que nos remiten a una época de grandes y extraordinarios contrastes sociales, políticos y culturales en la sociedad dominicana de final de la primera mitad del siglo XX.

La inspiración surge de manera sencilla, pero con alto rigor literario en cada capítulo. Su puesta en escena va constantemente al pasado, regresa al presente, vuelve al pasado, dotando la historia de un exquisito montaje alterno-interno que atrae de manera determinante la atención del lector.

Religión, fantasía, costumbres y tradiciones se mezclan de manera profundamente lírica para conducir al lector de este tiempo, de otros tiempos, y de cualquier sociedad, por un extraordinario trayecto de infinitas fusiones humanas.

Para nada agota el autor la paciencia lectora ante la dinámica de su esencia narrativa. En el hilo conductor de la historia, además de los personajes principales y secundarios, llena de un amplio colorido existencial las descripciones lúdicas que sobre los espacios naturales del escenario de la trama trae al presente de manera magistral. Sin duda alguna, cada descripción sustrae al lector de su cotidianidad para transportarlo al centro mismo de la ruralidad de esos tiempos.

Aunque la novela “Un silencio que camina” del poeta Mateo Morrison, parte, se desarrolla y concluye en torno a tres personajes principales, recrea una atmósfera dramática de diversas aristas, confiriéndole un sentido plástico, fluido y lírico, apropiándose de la sensibilidad cognitiva de los lectores para hacerles partícipes de un mundo que de manera colateral transforma y proyecta los símbolos y signos del todo literario en una plácida contextualizacion histórica.

Vivir al borde dramático de la narrativa profunda, plástica y sugerente que nos transmite el autor en la novela, es pasar a formar parte del elenco actoral y el escenario natural donde se desarrollan las acciones. es asumir en todas sus partes la calidez de aquellos seres humanos que durante más de medio siglo han permanecido en el subconsciente nostálgico del narrante.

La nostalgia va y viene llena de detalles pletóricos, cargada de emoción y altivez en el submundo estético del reconocido poeta y escritor. Nos hace partícipes de un momento en que su vida cambia diametralmente ante los hechos sociales y políticos que pasan a formar parte de su adultez intelectual.

En la novela “Un Silencio que Camina” no solo la sociedad dominicana tendría una historia para educar y edificar el germen social de mayor abundancia en toda Nación. Ella es y puede ser un apasionado documento que se adapte a las realidades particulares de un mundo en constante transformación.

La puesta en abismo que nos propone plasticamente el poeta Morrison, nos permite asimilar con absoluta facilidad cada giro dramático de su obra, acusando un dominio magistral y depurado de técnicas y sentidos literarios que sólo la praxis constante del escritor consumado, pueden otorgar.

La gran sensibilidad poética del escritor se ve una vez más reflejada en la concepción estética del novelista que trasciende los contornos de la territorialidad insular para llevarnos al refugio infinito de lo sensual y divino.

La poesía circula con total libertad creadora en la novela, pero no por ello se impone al discurso dramático de la misma.

Ella es un impulso fecundo que el autor conoce de sobradas maneras, y dosifica de forma equilibrada en su maravillosa historia, invitando al lector a las profundidades de sus elucubraciones nostálgicas.

Definitivamente, cada lector queda expuesto a los placeres estéticos del narrante que con sobrada maestría socava sus debilidades sentimentales, abstrayéndolo de manera sutil de su realidad cotidiana para invitarlos a pasear por ese oasis de virtudes prodigiosas que surcan los cielos del escenario donde una vez la chica de sus sueños le confesó que amaba con la misma intensidad a dos grandes amigos, pero a ninguno podía darle su amor.

Hasta una próxima entrega, estimados amigos.

Agustín Cortés

Cineasta

Agustín Cortés Robles, nace en Santo Domingo, Capital de la República Dominicana el 23 de julio de 1957. Se graduó de Cineasta el 28 de octubre de 1983 en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, formando parte de la primera promoción universitaria de cineastas del país. Posee una maestría y una especialidad en Educación Superior (2003-2005) de la misma Alma Mater. Es miembro fundador del Colectivo Cultural ¨Generación 80¨ del país. Ocupó la Dirección de la Escuela de Cine, Televisión y Fotografía de la Facultad de Artes (UASD), durante dos periodos: 2008-2011 y 2011-2014. En esa unidad docente, además de Director, fue coordinador de las cátedras Teoría e Investigación Cinematográfica y Técnica Cinematográfica. Actualmente es profesor jubilado de la indicada Institución de Educación Superior.

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