En la caja del supermercado, en la página del banco y en la mesa del crédito, todos sentimos lo mismo: nerviosismo. Cuando el tipo de cambio se vuelve inestable, el margen de compra-venta del dólar se ensancha y el comerciante “se cubre” subiendo precios para proteger su costo de reposición. Si a eso le sumamos un diferencial de tasas históricamente bajo frente a la Reserva Federal, un crecimiento económico que se desacelera y un gobierno que reacciona tarde y mal, tenemos un cóctel clásico que antecede a las crisis.
A continuación explico cómo se arma ese cóctel, cómo se transmite al bolsillo y a la inversión, y qué habría que hacer ya para evitar que detone.
Cuando la tasa de cambio “salta” o zigzaguea, los agentes económicos (importadores, comerciantes, hogares) se dolarizan defensivamente:
- Empresas elevan precios hoy por la incertidumbre de reposición mañana.
- Bancos y casas de cambio abren el spread (compra-venta) para cubrirse de vaivenes intradía.
- Aumenta la demanda de dólares y se retroalimenta la presión cambiaria.
El resultado es inflación por expectativas, aun sin un traspaso total del tipo de cambio.
La tasa de política monetaria (TPM) del Banco Central se mantiene en 5.75%. Al mismo tiempo, la Reserva Federal conserva un rango objetivo de 4.25%–4.50%, todavía restrictivo en términos históricos. Para un país emergente como República Dominicana, lo crucial no es la tasa en sí, sino el diferencial con la Fed. Y hoy ese diferencial está en uno de los niveles más bajos de nuestra historia. Eso significa que el “premio” por mantener ahorros en pesos frente al dólar es mínimo. En este contexto, si la Fed tarda en recortar o si el riesgo local continúa aumentando, el BCRD no puede abaratar demasiado el crédito en pesos sin exponerse a una mayor fuga hacia el dólar.
Las consecuencias se sienten de inmediato: los bancos deben subir tasas pasivas para retener depósitos en pesos, encarecen aún más las tasas activas al trasladar el mayor costo de captación y la prima por riesgo cambiario, y terminan restringiendo el financiamiento. Para las empresas, esto implica un capital de trabajo más caro y decisiones de inversión postergadas; para las familias, cuotas más elevadas en préstamos de consumo duradero, lo que obliga a recortar gastos y debilita la demanda interna. El resultado es un círculo de presiones cambiarias persistentes y menor crecimiento económico.
El sistema entra en modo defensivo: menos crédito nuevo, más refinanciación y mayores provisiones. Eso enfría la economía. De hecho, ya la actividad muestra señales de desaceleración: el IMAE acumulado enero–mayo 2025 creció 2.6% interanual, por debajo de los ritmos que permiten absorber empleo informal y sostener la inversión.
Las señales de una pre-crisis se acumulan en tres pasos claros. Primero, un tipo de cambio nervioso que se traduce en dolarización parcial de carteras, spreads más anchos y precios de reposición al alza. Segundo, un diferencial de tasas con la Reserva Federal en niveles históricamente bajos, que obliga al Banco Central a caminar en la cuerda floja: si abarata demasiado el crédito, arriesga fuga al dólar; si lo mantiene caro, asfixia consumo e inversión. Y tercero, la consecuencia inevitable: una desaceleración que se refleja en menos empleo, menor recaudación tributaria y una creciente fragilidad fiscal y financiera.
Si a todo esto se suma una respuesta oficial improvisada —anuncios contradictorios, medidas parciales, comunicación errática—, se erosiona la confianza, el activo más importante para estabilizar expectativas. Ese es el preludio típico: una crisis cambiaria que, si no se corrige el rumbo, puede escalar hacia una crisis financiera.
¿Qué haría un gobierno serio para desactivar la mecha?
Anclar expectativas no es un eslogan: es un paquete coherente de acciones monetarias, fiscales y de comunicación. Un gobierno serio tendría que mover varias piezas al mismo tiempo, con reglas claras y sin improvisación. Propongo ocho medidas concretas:
- Guía de política (forward guidance) creíble del BCRD: explicar con transparencia qué variables determinan la trayectoria de la TPM.
- Coordinación BCRD–Hacienda con responsabilidad: hoy buena parte del aumento de reservas internacionales proviene de emisiones de bonos soberanos realizadas por Hacienda. En la práctica, son reservas prestadas, no generadas por el aparato productivo ni por exportaciones. Eso no fortalece la sostenibilidad externa, solo incrementa deuda e intereses futuros. La verdadera coordinación debe basarse en programación financiera conjunta y transparente.
- Reglas claras en el mercado cambiario: cronogramas públicos de subastas y metodologías definidas.
- Defensa prudente de reservas: suavizar picos de volatilidad sin pretender fijar un tipo de cambio ficticio.
- Reperfilamiento del gasto público: reorientar recursos hacia sectores productivos, eliminando gastos clientelares.
- Líneas de liquidez focalizadas y temporales: especialmente para pymes importadoras y productoras de bienes esenciales, con garantías parciales y plazos limitados.
- Competencia y transparencia en márgenes: publicar márgenes de compra-venta del dólar y tasas activas/pasivas promedio.
- Comunicación pedagógica semanal: explicar medidas con datos, reconocer riesgos y rendir cuentas sobre resultados.
Tres errores que empujan al abismo
- Negar la realidad con frases como “todo está bajo control” mientras el mercado marca otra cosa.
- Adoptar medidas aisladas, sin un marco coherente.
- Confundir reservas con chequera: gastarlas para sostener un precio artificial es pan para hoy y hambre para mañana.
Como recordó Andrés Dauhajre en su reciente artículo: “Y, sin embargo, erramos”, gran parte del aumento de reservas internacionales no proviene de superávit comercial ni de mayores exportaciones, sino de endeudamiento externo. En otras palabras, nuestras reservas son en buena medida pasivos diferidos y no un colchón genuino de fortaleza económica. Confundir deuda con solidez externa es un error que puede salir muy caro.
Las crisis no estallan por un número, estallan por la pérdida de confianza. Y hoy ya tenemos los ingredientes: incertidumbre cambiaria, diferencial de tasas estrecho, crecimiento tibio y una conducción económica errática. Aún estamos a tiempo de cambiar el guion, pero eso exige reglas, coordinación y verdad. Sin ello, el mercado seguirá escribiendo la historia… y rara vez la escribe a nuestro favor.
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