La genealogía de Jesús, tal como aparece en el Evangelio según Mateo, lejos de ser una simple lista de nombres destinada a legitimar un linaje real, introduce deliberadamente a cinco mujeres cuyas vidas rompen con las expectativas religiosas, morales y culturales del judaísmo antiguo. No son figuras ornamentales ni ejemplos de virtud idealizada. Al contrario, son mujeres cuyas historias están marcadas por la ambigüedad moral, la extranjería, el escándalo social y la vulnerabilidad.
En esa lista genealógica aparecen una prostituta, dos mujeres gentiles, una mujer asociada a una relación de traición y una mujer en la que la promesa alcanza un punto decisivo. Que estas mujeres estén en el origen narrativo de Jesús no es un accidente teológico, sino una afirmación profunda sobre el modo en que Dios actúa en la historia.
Desde el punto de vista histórico, la presencia de mujeres en una genealogía resulta significativa dentro del mundo judío antiguo. Las genealogías se organizaban a partir de la descendencia masculina y cumplían la función de articular el linaje, la herencia y la identidad del pueblo. Al incorporar mujeres en esta cadena genealógica, Mateo introduce una ampliación del modo en que se entiende la transmisión de la promesa. La genealogía conserva su anclaje en la tradición de Israel, pero incorpora una lectura más rica de la descendencia, donde las trayectorias femeninas forman parte activa de la historia a través de la cual Dios conduce a su pueblo.
La propia genealogía muestra que esa historia se abre desde dentro a otras culturas y a otros pueblos. En la línea de la descendencia aparecen mujeres vinculadas a contextos distintos, a trayectorias humanas complejas y a situaciones socialmente estigmatizadas
Mateo no recurre a las grandes figuras femeninas tradicionales de la historia patriarcal de Israel, como Sara, Rebeca o Lea, sino a mujeres cuyas trayectorias están atravesadas por situaciones de tensiones morales y cruces culturales. Tamar, Rahab, Rut, Betsabé y María no representan una genealogía ideal, sino una genealogía real, donde la continuidad del linaje mesiánico se da en medio de conflictos, quiebres y decisiones arriesgadas. Su presencia no introduce una lógica de poder alternativa, sino una lectura más profunda del modo en que la promesa se transmite y se encarna.
Tamar, la primera mujer mencionada, aparece en el Génesis como una viuda a quien se le niega el derecho a la descendencia dentro de la familia de Judá. Tras la muerte de su esposo y de su cuñado, Judá retiene al tercer hijo y no cumple la obligación de integrarla nuevamente al linaje, dejándola sin posibilidad de tener hijos y sin salida legal. Ante esta situación, Tamar actúa para garantizar la continuidad del linaje que le había sido prometido. El relato bíblico respalda su acción cuando Judá reconoce públicamente su falta y declara que Tamar ha actuado con justicia. Su historia muestra que la continuidad de la descendencia no avanza solo por la autoridad de quienes detentan el poder familiar, sino también cuando se corrige una injusticia que impide la transmisión del linaje.
Rahab, la segunda mujer, es identificada explícitamente como prostituta y además es cananea, es decir, extranjera. Vive en Jericó, una ciudad enemiga de Israel, y sin embargo desempeña un papel decisivo en la supervivencia del pueblo hebreo. Protege a los espías y actúa con lucidez y valentía. Su fe no nace del culto ni de la ley, sino de una lectura atenta de la realidad. En Rahab, la genealogía introduce una apertura que no niega la elección de Israel, pero sí muestra que la acción de Dios no está limitada por el origen étnico ni por la reputación social.
Rut, la tercera mujer, también es gentil, una moabita, perteneciente a un pueblo históricamente marginado en la memoria de Israel. Su historia no está marcada por el escándalo, sino por la lealtad y la fidelidad concreta hacia Noemí. Rut se integra al pueblo no por la sangre ni por una norma jurídica, sino por una decisión vital. Su presencia en la genealogía subraya que la pertenencia al linaje mesiánico no se define únicamente por la transmisión masculina, sino también por una adhesión existencial que reconfigura la descendencia desde dentro.
Betsabé, mencionada como “la mujer de Urías”, introduce la dimensión de la asimetría entre poder político y vulnerabilidad personal. Su historia está atravesada por la iniciativa de un rey que actúa desde una posición de dominio. El relato bíblico sitúa la responsabilidad moral en David, pero la memoria posterior ha tendido a desplazar el peso del estigma hacia la mujer. Al evocarla en la genealogía, Mateo no reabre el juicio moral, sino que la reinscribe en la línea de la promesa, recordando que incluso las historias marcadas por el abuso de poder no quedan fuera del horizonte de Dios.
Finalmente, María aparece como el punto de convergencia de esta genealogía singular. En ella se recoge toda la historia anterior y se abre, a la vez, un horizonte nuevo. María no es presentada como una ruptura con la tradición, sino como su continuidad más profunda. En su figura, la descendencia deja de ser solo una transmisión biológica o jurídica y se convierte en disponibilidad, escucha y respuesta libre a la acción de Dios. La promesa se transmite ahora a través de la fe, no del poder. María de manera decisiva asume los riesgos morales y políticos de su embarazo, al grado de convertirse posteriormente en una exiliada.
Desde una perspectiva ética, la presencia de estas cinco mujeres no redefine objetivamente la estructura social de su tiempo, pero sí amplía de manera decisiva y simbólica el concepto de santidad. La genealogía de Jesús no es una línea de perfección moral ascendente, sino una trama histórica donde la promesa se abre paso en medio de la fragilidad humana. Dios no espera genealogías impecables para cumplir su plan. Actúa en la historia concreta, con sus ambigüedades y heridas.
Leída con atención, la genealogía de Jesús se revela como una proclamación silenciosa y coherente. Afirma que la promesa se enraíza en la historia concreta de Israel y se cumple en el Mesías nacido de ese linaje. Jesús aparece plenamente inserto en la tradición, la memoria y la esperanza de su pueblo, sin rupturas artificiales ni negación de su origen histórico.
Al mismo tiempo, la propia genealogía muestra que esa historia se abre desde dentro a otras culturas y a otros pueblos. En la línea de la descendencia aparecen mujeres vinculadas a contextos distintos, a trayectorias humanas complejas y a situaciones socialmente estigmatizadas, integradas sin exclusiones en la transmisión de la promesa.
El plan de salvación se presenta así como un proyecto con vocación multicultural, que no se sostiene en un moralismo excluyente, sino en la capacidad de Dios de asumir la diversidad humana y convertirla en espacio de cumplimiento de la promesa para todos los pueblos y culturas.
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