Desde que los seres humanos se expandieran por la tierra, han sido protagonistas de una trayectoria de sobrevivencias, donde cada pueblo ha expresado su manera de ser, respuestas colectivas que le dan una identidad. La suma de estas expresiones recibe el nombre de cultura, razón por lo cual se puede afirmar que todos los pueblos tienen su propia cultura y que la antropología nos enseña que ninguna es inferior o superior a la otra, mejor o peor, porque sencillamente todas son culturas diferentes, resultado de una acción colectiva en la diversidad.
Apareció la propiedad privada, las clases sociales, el Poder asumió intereses particulares y entonces se dividió la sociedad y la cultura entre una minoría y una mayoría. Con el rapto del alfabeto, por la división de las riquezas y el acceso al saber, las personas fueron divididas en “cultas” e “incultas”, con la pretensión de que los primeros eran los hacedores de la cultura.
Sin embargo, el pueblo tenía sus expresiones culturales particulares, expresadas de manera oral, en función de sus ideas, sus creencias, sus leyendas, adivinanzas, gastronomía, espiritualidades, música, cantos, bailes, danzas y tradiciones. Un investigador inglés, William John Thomas, el 22 de agosto de 1846, con el seudónimo de Ambrose Melton, envió una carta al periódico El Atheneun, donde planteaba que estas expresiones debían de recibir el nombre de “folklore”, porque para él esta palabra contenía y sintetizaba las esencias de estas manifestaciones. “Folk” era saber y “lore” popular, lo que significaba que el folklore era el saber popular y que los protagonistas serían conocidos como “folkloristas”.
Esta propuesta fue aprobada a nivel internacional por diversas academias y universidades, los cuales identificaron también como “folkloristas”, a los científicos sociales e intelectuales, los que se dedicaban al estudio del saber popular, entonces “folkloristas” pasaron a ser los hacedores, los creadores del saber popular y los que estudian ese saber popular.
En el espectro del espacio científico-académico, la antropología cultural acogió al folklore como parte integrante de la misma, ganando con esto una categoría dentro de las ciencias sociales, dejando de ser un conocimiento empírico o una narración de oralidad.
Por esas razones, el día 22 de agosto de cada año, por lo menos en Europa, el Caribe y demás países de Americalatina, pasó a celebrarse “el día internacional del folklore”, teniendo la Federación Dominicana de Arte y Cultura, división del Comité Olímpico Dominicano, la responsabilidad de su celebración con presentaciones de grupos originales y reconocimientos a folkloristas originales y todo el que se a consagrado al desarrollo del folklore en el país.
El “folklore” como disciplina científica no se conocía ni siquiera existía la palabra en el país durante años, esta apareció impresa en un periódico por vez primera en 1884, 38 años después de la propuesta de John Thomas en 1846, cuando una lectora o lector residente en Puerto Plata con el seudónimo de “Valle de Gracia” envío una carta al periódico Ecos del Pueblo que dirigía el periodista José Joaquín Hungría en Santiago de los Caballeros.
Valle de Gracia, informaba que ese saber popular, el” folklore”, era muy importante su conocimiento y divulgación, tanto así que ella o él, le había enviado la décima de Juan Antonio Alix “Un Fandango en Dajabón” al profesor e investigador Hugo Schurd a la Universidad de Graz en Austria, recolector y estudioso de estas manifestaciones populares en el área de la filología.
Dos años después, en 1886, en el periódico El Propagador de Puerto Plata, Valle de Gracia alzó de nuevo la voz pidiendo que recogiera en sus páginas todas las manifestaciones populares que contenía el folklore en el país.
Esta vez encontró oído cuando César Nicolas Penson, el autor de “Cosas Añejas”, escribió un artículo sobe la importancia y trascendencia del “Folklore Quisqueyano”, pidiendo que el periódico insertara en sus páginas cantos populares, refranes, coplas de campo, cuentos adivinanzas, proverbios y “todo lo propiamente dominicano”.
Desde entonces el folklore pasó a ser de interés de intelectuales e investigadore dominicanos: En 1927, Ramón Emilio Jiménez publicó el primer tomo de “Amor al Bohío” en Santiago de los Caballeros y Julio Arzeno “Del Folklore Musical Dominicano” en Puerto Plata. Luego investigadores, enviados por organismos internacionales realizaron importantes aportes al conocimiento y difusión del folklore dominicano como Andrade, Coorpersmith y pioneros investigadores nacionales, entre otros, Flérida de Nolasco, Edna Garrido de Boggs, Pancho García, René Carrasco y Fradique Lizardo.
La palabra folklore, como anotamos anteriormente, fue impresa por vez primera en un periódico o revista dominicana en 1884, a solicitud de Dagoberto Tejeda Ortiz, Tony Raful, entonces ministro de Cultura, solicitó al presidente Hipólito Mejía que el 10 de febrero de cada año fuera declarado “Dia Nacional del Folklore Dominicano”.
El presidente Hipólito Mejía, el 31 de enero del 2001, emitió el Decreto Presidencial Núm. 173-01, declarando el 10 de febrero de cada año el “Día Nacional del Folklore Dominicano”, realizando un reconocimiento en el Palacio Nacional a Sixto Minier, símbolo de los Congos de Villa Mella, a “Linda”, expresión de los Guloyas de San P. de Macorís, a Fefita la Grande, al maestro José Castillo Méndez y a los Chuineros de Baní.
En la ponderación sobre el folklore, el decreto del presidente Hipólito Mejía expresa: “El folkore es la base fundamental para la definición y el afianzamiento de la identidad nacional”.
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