El presidente de Estados Unidos inició su actual gira por Asia, que comenzó con bailes en la alfombra roja de Malasia, con varios objetivos interrelacionados, tanto económicos como estratégicos. Los intereses comerciales y de inversión son prioritarios. Garantizar el acceso de Estados Unidos a los mercados y recursos de la región y reducir la dependencia de las cadenas de suministro chinas es uno de los principales objetivos. Se firmó un acuerdo crucial sobre minerales con Tailandia. También podría finalizarse un acuerdo comercial con China. Existe un impulso para restablecer o mejorar las relaciones comerciales con la región.
Los intereses de seguridad y geopolíticos no son menos importantes. La reunión con el nuevo primer ministro japonés y el énfasis en la defensa y la inversión demuestran que Estados Unidos busca fortalecer su presencia estratégica; que la gira tiene como objetivo un nuevo entendimiento con China no solo en materia comercial, sino también en la situación militar y estratégica. Es evidente el deseo de mantener y expandir la influencia estadounidense en la región del Indo-Pacífico, un área donde los intereses de Estados Unidos, China, Rusia y, en cierta medida, Corea del Norte, están entrelazados. Para contener eficazmente a China, se busca fortalecer las alianzas con Japón, Corea del Sur, Filipinas y Australia (el marco de la Estrategia del Indo-Pacífico); mejorar la seguridad militar y marítima, especialmente en el Mar de China Meridional y el Estrecho de Taiwán; y, finalmente, fortalecer las alianzas asiáticas de Estados Unidos mediante una mayor participación en el gasto militar y una posición más activa en la seguridad regional. No es casualidad que en Japón el presidente esté discutiendo ejercicios militares conjuntos y la modernización de las bases en Okinawa; en Corea del Sur se haya enfatizado el compromiso con el paraguas nuclear estadounidense y la disuasión conjunta de Corea del Norte; y en Malasia y Filipinas se busque la cooperación en materia de seguridad marítima y el control de las acciones chinas en el Mar de China Meridional.
Por último, pero no menos importante, están los intereses ideológicos y de valores centrados en el deseo de afirmar el modelo estadounidense de gobernanza y la solidaridad aliada frente a los modelos autoritarios de China y Rusia. Por ello, los mensajes clave de la gira son: Estados Unidos defiende una región del Indo-Pacífico libre y abierta; apoya las instituciones democráticas y el estado de derecho en países como Japón, Corea del Sur y Filipinas; Contrarresta la desinformación y el “poder blando” chino.
El Sudeste Asiático se convierte en terreno disputado, mientras Washington y Pekín compiten por influencia sin garantías de compromiso real.
¿Podrán Estados Unidos y China vivir en paz comercial, en lugar de la guerra comercial en la que se encuentran inmersos? Difícilmente. Trump puede lograr una desescalada temporal de las tensiones comerciales, pero no una reducción duradera de las contradicciones entre Estados Unidos y las economías asiáticas, ya que ambas miran en direcciones opuestas. El presidente estadounidense viene a negociar un nuevo acuerdo comercial que beneficie a los fabricantes y agricultores estadounidenses; a restablecer algunos canales comerciales interrumpidos durante las sanciones; y a demostrar una postura “firme pero pragmática” ante el electorado estadounidense. Pero China no tiene incentivos para hacer concesiones a largo plazo mientras Estados Unidos restrinja su acceso a la tecnología y la inversión; incluso un posible acuerdo sería más una concesión táctica que una reconciliación estratégica, porque los principales problemas —subsidios, propiedad intelectual, control de los recursos de tierras raras— siguen sin resolverse.
Por su parte, Japón y Corea del Sur son aliados, pero también competidores de Estados Unidos.
En cuanto al Sudeste Asiático, países como Malasia, Indonesia y Vietnam son de interés para Estados Unidos porque ofrecen una alternativa a la manufactura china. Estados Unidos desea incluirlos en las cadenas de suministro orientadas hacia América. Sin embargo, la región no quiere tomar partido entre Washington y Pekín, ya que las promesas estadounidenses de inversión suelen quedarse en el plano político, sin financiación real, y China sigue siendo el principal socio comercial en casi todo el mundo. En definitiva, Trump puede lograr éxitos simbólicos, pero no cambiar la geografía económica de la región.
La reunión entre Trump y el líder chino Xi despierta, por supuesto, el mayor interés. No me atrevería a hacer predicciones, pero sí plantearía dos escenarios. Si la reunión es exitosa, se alcanzará un acuerdo marco entre Estados Unidos y China que congelará (o pospondrá) aranceles estadounidenses adicionales y restricciones chinas a las exportaciones de tierras raras. Un acuerdo exitoso aumentaría la confianza en los mercados financieros, reduciría la incertidumbre del comercio mundial y demostraría que Estados Unidos puede actuar con China. Esto conduciría a una estabilización temporal de las tensiones y mejoraría la imagen del presidente estadounidense en la política interna. Si la reunión fracasa y obtiene resultados desfavorables, cabe esperar un aumento de las presiones comerciales y tecnológicas. Si China no hace concesiones significativas, Estados Unidos podría imponer los aranceles del 100% previstos o adoptar medidas adicionales. Además, el fracaso podría aumentar las dudas entre los socios asiáticos sobre la capacidad de Estados Unidos para comprometerse con China, lo que debilitaría a Estados Unidos. La postura rusa. En este caso, nos enfrentamos a una continuación o escalada de la confrontación económica; sin un marco para la desescalada, ambas partes mantendrán o retomarán medidas más severas, lo que incrementa los riesgos de inestabilidad económica global. En vista de lo anterior, estimo la probabilidad de un acuerdo en torno al 60-70%, es decir, es más probable que se alcance un marco a que no. Sin embargo, la probabilidad de un acuerdo que resuelva todos los problemas es mucho menor, quizás entre el 20 y el 30%, si es que cabe hacer estimaciones.
Es improbable que el tema de Ucrania sea el principal en las conversaciones con China. China podría brindar cierta asistencia para una resolución pacífica del conflicto en Ucrania, pero esto dista mucho de estar garantizado. La participación podría reportarle beneficios estratégicos: presentarse como un actor global capaz de mediar y fortalecer su imagen diplomática ante Occidente y el Sur Global. Pero China siempre se ha negado a asumir el papel de participante directo; nunca ha reconocido oficialmente su apoyo a Ucrania ni su disposición a imponer condiciones por completo a Rusia. Además, es improbable que desee provocar tensiones con su alianza con Rusia, dado que tiene intereses en ese país. Su plan de paz no contempla claramente la retirada de las tropas rusas ni la restauración de la soberanía ucraniana respetando las líneas rojas, lo que genera escepticismo tanto en Ucrania como en Occidente. Incluso si China se compromete formalmente, su capacidad real para influir en Rusia lo suficiente como para detener la guerra o forzar un compromiso es limitada. Mi conclusión es que el tema de Ucrania se abordará en la reunión entre ambos líderes, y China dará una confirmación simbólica de su deseo de una solución pacífica. Sin embargo, es mucho menos probable que China se comprometa a tomar medidas concretas que conduzcan a un fin inmediato a la guerra, especialmente si ello implica poner en riesgo sus intereses bilaterales con Rusia.
¿Se reunirá Donald Trump de nuevo con el presidente de Corea del Norte? Quizás, pero es improbable que el impacto sea mayor que la primera vez. No obstante, de ocurrir, simbolizará un retorno a la diplomacia personal: Trump pretende demostrar que solo él puede negociar con líderes autoritarios y obtener resultados mediante el contacto personal, no a través de la diplomacia tradicional. El mensaje a China es más que claro: una reunión de este tipo demostrará que Washington puede influir en Pyongyang sin la mediación de Pekín. Esto supone un golpe estratégico al papel de China como único mediador con Corea del Norte. Además, el impacto mediático global devolvería a Trump al centro de la atención internacional como una figura capaz de romper el hielo y convertir diálogos imposibles en eventos espectaculares. En otras palabras: dicha reunión sería más un teatro de símbolos que un acto de verdadera diplomacia, pero su efecto sería contundente. Si se produjera, ¿qué temas podrían abordarse? En primer lugar, la congelación de las pruebas nucleares; es posible que Trump proponga una nueva forma de moratoria no oficial (como la que Pyongyang violó después de 2019). Podrían ofrecerse incentivos a cambio de concesiones limitadas: Estados Unidos podría ofrecer ayuda humanitaria, cierto alivio de las sanciones o un nuevo programa económico si Corea del Norte se abstiene de realizar provocaciones militares. Cabe mencionar que incluso una breve conversación entre ambos se presentaría como un nuevo paso hacia la paz en la península coreana. Pero la reunión también conlleva ciertos riesgos políticos: el riesgo de legitimación del régimen (la comunidad internacional podría interpretarla como un reconocimiento a Kim Jong-un sin que este haya hecho concesiones reales); irritación entre los aliados (Corea del Sur y Japón), quienes procurarán no dar la impresión de que Washington sigue una política independiente, obviando sus intereses; y una reacción negativa de China, ya que Pekín podría ver la reunión como un intento de Estados Unidos por alejar a Corea del Norte de su órbita.
Sin embargo, estas son solo suposiciones. Seguramente sabremos más en los próximos días.
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