Hasta hace muy poco, el mangú (palabra que no figura en las enciclopedias ni en los diccionarios) había sido casi un mal necesario, casi indispensable en la dieta casi diaria de los dominicanos que casi se alimentan para casi irla pasando. Hasta hace muy poco, el mangú (insumo digestivo que no ha estado presente, que se sepa, en ninguna de nuestras gestas) era un hecho exclusivo de nuestra idiosincrasia alimentaria. El mangú se ha convertido en instrumento de nuestra universalización y un día de estos hasta podría figurar en el menú del Maxim’s de París bajo el exquisito nombre de souflé aux plataine.
Soy periodista con licenciatura, maestría y doctorado en unos 17 periódicos de México y Santo Domingo, buen sonero e hijo adoptivo de Toña la Negra. He sido delivery de panadería y farmacia, panadero, vendedor de friquitaquis en el Quisqueya, peón de Obras Públicas, torturador especializado en recitar a Buesa, fabricante clandestino de crema envejeciente y vendedor de libros que nadie compró. Amo a las mujeres de Goya y Cezanne. Cuento granitos de arena sin acelerarme con los espejismos y guardo las vías de un ferrocarril imaginario que siempre está por partir. Soy un soñador incurable.