Jamás un jugador no asiático y no europeo había ganado la Copa del Mundo. Para hacerlo, Hugo Calderano dejó en el camino al número uno, dos y tres del ranking mundial, remontó un punto para juego en contra y se aprovechó del remezón que sufre su deporte tras un cambio en las normas de clasificación. Esta es la historia de cómo llegó a la cima el joven que pudo ser campeón en cualquier terreno, pero escogió una raqueta y una mesa.
Niño genio, prodigio de los deportes, políglota, tan enamorado de la raqueta que su pareja, Bruna Takahashi, también jugadora de la selección brasileña de tenis de mesa.
Hugo Calderano consiguió el 20 de abril en la Copa del Mundo de Macao el gran triunfo que anunciaba desde hacía 11 años, cuando se convirtió en el primer y único jugador de su país con una medalla olímpica, el bronce en los Juegos de la Juventud de Nanjing 2014.
Su primer gran momento y el último han tenido lugar precisamente en el país a cuyas figuras ha tratado de conquistar durante más de 20 años. De Nanjing a Macao, el jugador nacido en Río de Janeiro sabía que tenía que transitar su propia Ruta de la Seda para tocar la cúspide en el segundo evento más importante del tenis de mesa después del Mundial.
En el camino incluso fue más allá que Marco Polo y aprendió mandarín, junto a los otros seis idiomas que domina (portugués, inglés, alemán, español, francés e italiano). Además, se convirtió en figura en las ligas de Alemania, Rusia y Japón.
El recorrido le ha servido también para lanzarse en busca del trono imposible de Hugo Hoyama, el hombre récord del tenis de mesa brasileño, que entre Indianapolis ’87 y Santo Domingo 2003 ganó 10 medallas de oro, una de plata y cuatro de bronce en los Juegos Panamericanos. A sus 28 años, Calderano ya tiene seis doradas, una plata y un bronce.
Un prodigio prestado a la raqueta
El camino de Hugo en el tenis de mesa comenzó tan temprano que cuesta creer que le tomara tanto tiempo llegar a su clímax personal. Hijo y nieto de profesores de educación física, sus primeros peloteos fueron, según el relato familiar, a los dos años, cuando el padre lo sostenía de pie sobre la mesa.
A los ocho años comenzó a practicar de forma más seria, pero entre los 10 y los 12 tuvo sus dudas porque en ese lapso entró a la selección estatal de voleibol y se convirtió en campeón de salto largo escolar de Río de Janeiro.
A los 14 años su convicción era tan sólida que decidió mudarse a São Paulo, para unirse a la concentración de la selección nacional de tenis de mesa.
Seis años después, de vuelta en casa para disputar los Juegos Olímpicos de Río 2016, igualaba el mejor resultado histórico de Brasil en el tenis de mesa al llegar hasta octavos de final, tal como Hugo Hoyama lo había hecho en Atlanta ’96.
Cinco años después, en Tokio 2020, ya consolidado entre los grandes del circuito, era sexto y así conseguía el primer diploma olímpico, pero seguía evolucionando a un ritmo deportivo más lento que su prodigiosa mente.
Porque hablamos de un niño que aprendió a leer y escribir solo a los cuatro años, que resolvía operaciones matemáticas mentales a esa edad, sin usar papel y lápiz, que tiene un récord personal de 5,3 segundos para armar un cubo Rubik regular de 3×3, que toca violín y ya de adulto pasó el confinamiento por la pandemia aprendiendo a tocar ukelele y guitarra.
“Me ayuda seguir trabajando mi cerebro y no solo pensar en tenis de mesa. Usamos nuestro cuerpo tan intensamente en los deportes que a veces nuestro cerebro se vuelve perezoso. Es importante no permitir que eso suceda”, declaró Calderano en 2023 a la revista ‘Estadão’.
Convencido de que la armonía entre mente y cuerpo es clave para su rendimiento, trabajó con un entrenador mental y sigue una dieta vegetariana como parte de ese mismo compromiso.
Ese refuerzo pagó sus dividendos en la Copa del Mundo de Macao, porque las batallas decisivas fueron mentales.
En semifinales, Calderano iba en desventaja de 1-3 ante el número dos del mundo y campeón olímpico de dobles mixtos Wang Chuqin, con punto para partido en contra, pero conjuró el peligro y se recuperó para ganar 4-3. En la final también comenzó perdiendo el primer set ante el número uno del mundo, Lin Shidong, pero reaccionó pronto y dominó 4-1.
Las grietas de una catástrofe
Desde su creación en 1980, 27 de las 43 ediciones de la Copa del Mundo han coronado a jugadores chinos. 11 de sus últimos 12 títulos habían sido para raquetas de ese país, con la única excepción del ucraniano nacionalizado alemán Dmitry Ovtcharov, ganador en 2017.
Dos chinos, Fan Zhendong y Ma Long, se repartieron seis de esas 11 coronas. Fan fue campeón olímpico en París 2024 y es el dueño de un récord que demuestra su dominio: 11 años seguidos entre los cinco mejores del mundo.
Ma, campeón vigente de la Copa del Mundo, es considerado el mejor de todos los tiempos, con seis oros olímpicos. Los dos se retiraron este año del circuito.
El terremoto de la salida de los dos mejores del planeta, así como de la monarca olímpica femenina, Chen Meng, tuvo su epicentro en una disposición de la federación internacional, que en diciembre ratificó la norma de imponer multas de 5.000 dólares a los jugadores ubicados entre los 10 primeros del mundo que se retiren de torneos importantes.
La norma buscaba garantizar que los eventos conservaran el atractivo tanto para los aficionados como para los socios comerciales, pero para Fan, Ma y Chen fue el detonante de una drástica decisión, que los tres anunciaron en comunicaciones separadas en sus perfiles de la red social Weibo.
Eso no significaba que China no siguiera siendo la gran potencia del tenis de mesa universal. Tres de los cinco primeros del escalafón masculino son de ese país, incluyendo a dos que fueron derrotados por Calderano en camino a su título en Macao.
Además, las cinco mejores del mundo en femenino también son chinas, entre ellas Sun Yingsha, campeona femenina en la Copa del Mundo.
Pero el brasileño aprovechó mejor los espacios que cualquier otro jugador de la élite.
Eso incluye a los dos hombres que frustraron su paso por los Juegos Olímpicos: el sueco Truls Moregard, que lo derrotó en semifinales una ronda después de dar la gran sorpresa eliminando al número uno del momento, Wang Chuqin, y el prodigio francés Felix Lebrun, que lo venció en la lucha por la medalla de bronce.
Las decisiones personales de Fan, Ma y Cheng no son garantía de que se esté reconfigurando el escenario mundial del tenis de mesa, por la profundidad que ofrece la riquísima escuela china, pero al menos ya Calderano ha aprendido a distinguir a los guerreros de terracota.
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