La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca ha sacudido a Canadá. Con declaraciones provocadoras, como su sugerencia de convertir el país en el estado 51 de EE. UU. y la imposición de nuevos aranceles, su Gobierno ha avivado tensiones comerciales y un nacionalismo económico. Más allá de la política, estas medidas ya se sienten en la vida cotidiana: desde el precio de los productos en los supermercados hasta la forma en que los canadienses planifican sus vacaciones. 

"¿Hasta dónde llegará Trump? Prefiero no ver las noticias para no angustiarme". Estas palabras, que resuenan en las calles de Montreal, reflejan la incertidumbre que vive Canadá tras la nueva escalada arancelaria de Estados Unidos. 

Desde el 4 de marzo, Washington impuso aranceles del 25% a productos canadienses y del 10% a las exportaciones de energía, justificándose en razones de seguridad nacional. Días después, la Casa Blanca elevó la presión con un 25% adicional sobre el acero y el aluminio, sectores claves en los que Canadá es su principal proveedor, con más de seis millones de toneladas anuales. 

En respuesta, Ottawa aplicó aranceles que ascienden a 30.000 millones de dólares canadienses (unos 21.000 millones de dólares estadounidenses) a bienes de EE. UU., afectando desde alimentos y bebidas hasta electrodomésticos y prendas de vestir.

Sin embargo, ante la amenaza de Trump de duplicar los aranceles al acero y aluminio, Canadá optó por retirar algunas represalias, como un recargo del 25% a la electricidad que Ontario vende a Nueva York, Michigan y Minnesota, sus tres estados vecinos, una medida que habría afectado a más de 1,5 millones de personas. 

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Nacionalismo comercial: del supermercado a la identidad cultural 

Para Guillaume Lévesque, quebequense, técnico en electrónica y lector apasionado, la estrategia de los supermercados de identificar los productos hechos en Canadá es acertada. “Es una prioridad apoyar lo local”, afirma, aunque reconoce que la línea no siempre es clara.

“Muchos productos vienen de Estados Unidos, pero están hechos con nuestra materia prima o por trabajadores canadienses”.

También observa con asombro cómo la relación con el país vecino, históricamente positiva a pesar de las diferencias culturales, se ve sacudida por una tensión comercial sin precedentes. 

Esta tensión ha desatado un sentimiento particular de nacionalismo comercial. Más allá del impulso por comprar productos locales—una práctica que cobró fuerza durante la pandemia como respuesta a la crisis económica—, se percibe un renovado sentido de pertenencia a Canadá como nación. La diferencia ahora es que este sentimiento no solo responde a una crisis económica, sino a la necesidad de marcar una posición política frente al presidente Donald Trump. Comprar productos nacionales ha dejado de ser solo una decisión de consumo; para muchos, es una declaración de principios, un acto de resistencia frente a las medidas impuestas por el Gobierno estadounidense. 

“Es una prioridad apoyar lo local” – Guillaume Lévesque, ciudadano de Québec. 

En Québec, una provincia históricamente marcada por su identidad regionalista, independentista y de la defensa de su cultura y su lengua francesa, emerge una inusual solidaridad con el país en su conjunto. Si bien el nacionalismo quebequense ha girado tradicionalmente en torno a la preservación de su identidad dentro de Canadá, hoy la defensa del territorio trasciende sus fronteras y se alinea con un sentimiento de unidad nacional. La percepción de una amenaza externa ha logrado lo que parecía improbable: que distintas regiones de Canadá, con sus propias dinámicas culturales y económicas, encuentren un motivo común para cerrar filas. 

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 ¿Un boicot contra sí mismos?

Ante este sentimiento, Guillaume encuentra paradójico que ahora se habla de nacionalismo en Canadá, cuando el ahora ex primer ministro Justin Trudeau defendía la idea de un país posnacional.

Trudeau sostenía que Canadá no tenía una identidad central ni una única corriente dominante”, en gran parte debido a la migración. Un argumento respaldado por la realidad de ciudades donde la mayoría de los habitantes nacieron fuera del país. Sin embargo, en un contexto de presión externa, la noción de identidad parece redefinirse: lo que antes era un país de identidades múltiples, hoy se cohesiona en torno a la defensa de sus intereses frente a Estados Unidos. 

Este sentimiento lo comparte Carol, una docente universitaria retirada y voluntaria en diversos espacios culturales de Montreal, donde trabaja para preservar y visibilizar la cultura y la riqueza del idioma francés. Desde la capital cultural de Canadá, Carol no oculta su asombro ante el regreso de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos. Con un gesto de incredulidad, lamenta que su Administración parezca actuar sin medir las consecuencias ni el impacto que sus decisiones podrían tener, no solo en Canadá, sino en su propio país.

“Para mí, es un enigma que haya sido elegido por segunda vez” – Carol, docente universitaria de Montreal. 

Carol reconoce lo complicado que puede ser tomar decisiones cuando un producto estadounidense se produce en Canadá.

"Un ejemplo claro son las papas fritas. Me llamó la atención ver cómo las estanterías del supermercado promocionan las papas Yum Yum, una marca familiar quebequense que lleva más de 60 años en el mercado. Nunca antes había notado esa promoción. Y luego están las papas Lay’s, que, aunque la marca sea estadounidense, se cultivan también en granjas canadienses. ¿Cómo no apoyar a nuestros propios productores?", reflexiona. 

Por su parte, Logan Bates, un ciudadano estadounidense que hace cinco años dejó su país para cursar una maestría en Ciencias Políticas en Canadá y que hoy avanza en su doctorado en la misma disciplina, confiesa: “No me siento representado por el presidente Trump y sus políticas me avergüenzan”. Desde su experiencia como migrante, observa con admiración cómo los canadienses refuerzan su identidad a través del consumo local, en respuesta a las recientes tensiones comerciales. “Me alegra ver el orgullo que sienten por sus productos y cómo deciden apoyar su mercado interno”, agrega.  

“No me siento representado por el presidente Trump y sus políticas me avergüenzan” – Logan Bates, estudiante estadounidense en Canadá. 

Para él, la postura del mandatario estadounidense es motivo de debate constante entre sus colegas, no solo por las implicaciones económicas y comerciales, sino también por su impacto en derechos fundamentales, especialmente para las minorías como los migrantes y la comunidad LGTBIQ+.  

El impacto en el turismo y el consumo de productos extranjeros 

Carol, cuenta que, debido a los largos inviernos en Canadá, es común que muchos viajen a EE. UU. durante los meses fríos e incluso compren propiedades allí. "Sin duda, esta dinámica turística tendrá repercusiones negativas para Estados Unidos", advierte. 

La Asociación de Viajes de EE.UU. estima que una reducción del 10% en los viajes de los canadienses podría significar pérdidas de 2.100 millones de dólares y la eliminación de 14.000 empleos. En 2024, Canadá fue el principal emisor de turistas a EE. UU., con más de 20,4 millones de visitas, lo que generó cerca de 21.000 millones de dólares en gastos.  

Esta crisis ha alcanzado también el consumo de productos extranjeros. En Québec, las bebidas alcohólicas de origen estadounidense han desaparecido de los estantes de la Société des Alcools du Québec (SAQ), la principal distribuidora de licores en la provincia. En su sitio web, un mensaje contundente acompaña cada producto afectado:

"Debido a la nueva normativa arancelaria entre Canadá y EE.UU., este producto ya no está a la venta". 

Redefinir la estrategia: el reto canadiense 

El economista canadiense Albert Berry, profesor de la Universidad de Toronto y nominado al Premio Nobel de Economía, analiza con preocupación la creciente tensión entre Canadá y EE. UU. Para Berry, esta crisis no es solo un enfrentamiento comercial, sino un desafío a la estabilidad de una relación histórica basada en la interdependencia económica. “Durante 150 años, la cooperación ha sido la norma, pero esta situación nos demuestra que no podemos depender de la actual Administración estadounidense”, explicó para France 24. 

Para Berry, el verdadero foco de preocupación no es solo la figura de Donald Trump, sino el respaldo ciudadano que lo lleva al poder.

“El problema no es que existan líderes con tendencias autocráticas, sino que sean elegidos por amplias mayorías. Esto plantea una pregunta inquietante: ¿a quién más podrían elegir en el futuro?”. En su análisis, advierte que este fenómeno mina la confianza en la democracia estadounidense y que tomará décadas recuperar la credibilidad internacional. 

“Durante 150 años, la cooperación ha sido la norma, pero esta situación nos demuestra que no podemos depender de la actual administración estadounidense” – Albert Berry, economista y profesor de la Universidad de Toronto. 

Más allá de los aranceles, la disputa obliga a Canadá a replantear su estrategia comercial. EE. UU. sigue siendo su principal socio, pero la vulnerabilidad ante decisiones unilaterales expone la urgencia de diversificar mercados. Sin embargo, la falta de una estrategia política clara ha retrasado este proceso. Ahora, más que un debate teórico, se ha convertido en una necesidad. 

Berry estima que el impacto sobre el PIB canadiense podría ser hasta diez veces mayor que el de EE. UU., con una contracción de entre 2% y 4%. Sin embargo, advierte que la percepción pública del daño es mucho más alarmante, con estimaciones populares que lo sitúan entre 20% y 30%, sin considerar que algunas industrias podrían adaptarse o incluso beneficiarse a largo plazo. 

 "El problema no es que existan líderes con tendencias autocráticas, sino que sean elegidos por amplias mayorías. Esto plantea una pregunta inquietante: ¿a quién más podrían elegir en el futuro?" – Albert Berry, sobre la estabilidad democrática en EE.UU. 

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Un nuevo liderazgo en Canadá y el desafío electoral 

Ante este panorama, el cambio de liderazgo en Canadá ha traído un aire de esperanza. Mark Carney, economista y exgobernador de los bancos centrales de Canadá y Reino Unido, asumió como primer ministro, tras la renuncia de Justin Trudeau, y confirmó su promesa de restaurar la estabilidad y fortalecer la posición del país en la escena internacional. Su falta de experiencia electoral lo convierte en una figura atípica, pero también en una apuesta pragmática para afrontar la crisis. 

Para Berry, este relevo supone una ventaja estratégica: Trudeau, después de casi una década en el poder, había perdido popularidad y acumulado tensiones con Trump, lo que limitaba su capacidad de maniobra en momentos críticos. Ahora, con un líder que goza de credibilidad y un enfoque más técnico, Canadá puede redefinir su postura y buscar soluciones más allá de la confrontación directa. 

De hecho, Carney convocó ya elecciones anticipadas para el 28 de abril defendiendo que se necesita un mandato fuerte para lidiar con el peligro que representa Trump.

"Quiere quebrarnos para que Estados Unidos pueda dominarnos", reafirmó Carney el domingo 23 de marzo al convocar los comicios anticipados.

Sus declaraciones reiterativas contra Trump reflejan el deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y Canadá, dos aliados de larga data y socios comerciales importantes.

Las próximas elecciones estaban previstas para octubre, pero, según analistas, Carney espera tomar ventaja de la notable recuperación que ha vivido su partido, el Liberal, desde enero, cuando Trump comenzó a amenazar a Canadá y el ex primer ministro Justin Trudeau anunció su renuncia.

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France24

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