El Estado asegura estar preparado para recibirlos, con programas como "México te abraza", que promete apoyos económicos, capacitaciones laborales y becas. Sin embargo, en un país con 1,5 millones de personas desempleadas, ¿existen las condiciones para reinsertar dignamente a quienes regresan? France 24 conoció a dos mexicanos deportados que, pese a todo, han decidido volver a empezar en su tierra. Y apostar por ella.

"Regresé en enero de este año. Bueno, me regresaron más bien", corrige Javier con una sonrisa.

Francisco Javier García Reyes nació, creció y empezó su vida en el municipio de Esperanza, Puebla. Tal vez porque la perdió, esa esperanza, o tal vez porque decidió buscarla en otro lugar, Javier partió en octubre de 2023 rumbo a Estados Unidos: "Sin mucho pasado y con mucho futuro, me fui".

En el Estado de Arizona, se dedicaba al "framing", es decir el armado de paredes, techos y pisos.

"Estábamos en una zona aislada, por lo que nos sentíamos seguros, lejos de las ciudades y de sus redadas", cuenta el mexicano a France 24.

Sin embargo, esa figura temida que ronda como un fantasma entre los trabajadores irregulares, terminó por alcanzarle: "Creemos que los jefes confabularon para detenernos en grandes números y evitar pagar nuestros sueldos, ya que la redada ocurrió a finales de mes. Y pues, ya no pudimos reclamar nada".

Entre el momento en que lo detienen los agentes del ICE, -el servicio de migración estadounidense-, y su regreso a México, Javier estuvo detenido en seis centros distintos.

Todavía se acuerda con amargura de la severidad de los horarios: "Nos daban el desayuno a las 4 de la mañana. Y nuestra cena, por llamarla de alguna manera, era a las 5 de la tarde. A la medianoche nos levantaban para hacer limpieza. A las 10 de la mañana y 7 de la tarde otra vez limpieza".

"Jamás en mi vida me habían tratado con tanto racismo. Nosotros como mexicanos, como latinos, nos tratan de una forma despreciable, como si no tuviéramos sentimientos. Es triste saber que un ser humano puede hacerle un daño de esa magnitud a otro ser humano".

Francisco Javier García Reyes, mexicano deportado de Estados Unidos y hoy tamalero

"Aunque los agentes del ICE tengan conocimiento del español, no cruzan palabra con nosotros. De esta forma evaden nuestras preguntas de cuándo vamos a salir, de si podemos hacer una llamada, o de cómo nos podemos comunicar con el consulado mexicano", relata Javier.

Varios migrantes deportados entrevistados por este medio coinciden en que durante los días que pasan detenidos, sus familiares desconocen su paradero y no reciben información sobre su situación.

De su vida en Estados Unidos, a Javier no le quedó nada. Las autoridades le dieron un número telefónico para reclamar sus pertenencias, pero nunca hubo nadie que respondiera. Perdió su anillo de compromiso, retratos de su madre…

"El día que te deportan, te quitan el cinturón, las agujetas, cualquier pertenencia. Lo único que te entregan es la hoja de repatriación", cuenta.

En la frontera, los exiliados del sueño americano se vuelven un blanco fácil para el crimen organizado: "Lo que tratamos de evitar es que se note que somos foráneos porque corremos el riesgo de ser secuestrados. Saben que tenemos familia en Estados Unidos que podrían extorsionar", remata Javier. 

Empezar de cero en tierra propia 

A sus familiares, Josué Lovato Mendoza los tuvo que dejar a casi todos atrás. Sus dos hijas, la madre de estas, sus padres, sus hermanos: todos se quedaron del otro lado de la frontera mientras él se despedía del país donde vivió durante 21 años.

"Al principio, sí se me hizo duro. Además, literalmente empiezas de cero. Llegas sin nada, porque el ICE te quita todo; no más lo que traes puesto", confiesa a France 24 desde el municipio poblano de Atzitzintla.

Josué también fue deportado de Estados Unidos en enero. Se fue de su pueblo a los 8 años, y ahora, a los 29 años, vuelve a un lugar que aún le cuesta reconocer. "Si no fuera por la iglesia y el parque, me hubiera perdido", se ríe. Nos cuenta que donde antes había casas de lámina y palo, ahora ve construcciones más sólidas e imponentes.

Josué lleva unos meses en el área de turismo del ayuntamiento de Atzitzintla. Aprovechando el excelente inglés que le dejaron dos décadas en Estados Unidos, se ofrece también como traductor para turistas que visitan el Gran Telescopio Milimétrico.

Con orgullo, nos lo enseña con el dedo, en la cima del Volcán Sierra Negra.

Las videollamadas con sus hijas son lo que le ayudan a sobrellevar la distancia y a encontrar cierta paz en su regreso a México.

"En Estados Unidos hay muchas oportunidades; que en México a veces no se te dan. Pero aquí, han cambiado bastante las cosas y ahora te tratan de dar muchos apoyos"

Efectivamente, tanto Javier como Josué cuentan con el acompañamiento del gobierno de Puebla a través del programa Migrante Emprende, que apoya a migrantes poblanos en retorno para que puedan autoemplearse mediante la puesta en marcha de un pequeño negocio.

Pero, como suele suceder en México, Javier contó ante todo con su red cercana para arrancar su emprendimiento: "Mis hermanos, mis amigos, mis familiares, me apoyaron sin dudarlo. Algunos económicamente, otros moralmente, y la gran mayoría ofreciéndome lo que tenían; desde un plato hasta la unidad para poder moverme".

Cinco meses después de su regreso, su negocio de tamales La Chata se ha convertido en un referente en Ciudad Serdán, Puebla. Ya genera empleos y está por abrir dos nuevos puestos.

¿El secreto de su éxito? Javier reinventó el platillo prehispánico con sabores inesperados: piña, avellana, e incluso… galleta Oreo. No cabe duda: algo del espíritu innovador de Estados Unidos lo acompañó de regreso.

No fue fácil irse. Volver tampoco lo es…

El Instituto Poblano de Asistencia al Migrante (IPAM) también ofrece apoyo para certificar habilidades adquiridas durante la estancia en Estados Unidos, de modo que los migrantes puedan formalizar sus conocimientos y encontrar nuevas oportunidades laborales.

En entrevista con France 24, Julio César Cárdenas Mercado, subdirector de protección al migrante en el IPAM, explicó: "Un mexicano que regresa, lo primero que espera es sentirse como en casa. Después de tantos años viviendo en una cultura extranjera, lo que espera es también ese cobijo que caracteriza a los mexicanos".

"En el IPAM, tratamos de apoyarlos con nuestros programas, pero también sensibilizarnos con ellos, porque no es fácil irse ni tampoco regresar a un país que prácticamente cambió en su totalidad".

Julio César Cárdenas Mercado, subdirector de protección al migrante en el Instituto Poblano de Asistencia al Migrante

Julio César, hijo de migrantes, sabe bien lo que significa dejar el hogar: "Creo que la labor más importante que tenemos, no solo como gobierno, sino como seres humanos, es entender que no salimos por gusto. Hay una necesidad detrás. Ser tratados como delincuentes en un país que en algún momento les dio tantas oportunidades, tiene un impacto psicológico muy fuerte. Porque además de repatriar al trabajador irregular, están rompiendo familias".

Sin embargo, a juicio de muchos mexicanos deportados, estas iniciativas se quedan cortas. 

El Gobierno de México ha acogido a 56.298 connacionales deportados por Estados Unidos desde que Donald Trump asumió la presidencia el pasado 20 de enero, según cifras de junio de la Secretaría de Gobernación. Pero de esas personas, no todas han tomado la decisión de reintegrarse a la sociedad mexicana.

Una noche de abril, a las tres de la mañana, Lay Coello se despertó de la peor manera. En el autobús que lo llevaba de Chicago a California subieron agentes del ICE.

"Ya no pude hacer nada. Me preguntaron si tenía algún documento legal; al decirles que no, luego luego me bajaron y me esposaron", relató a France 24 por mensaje.

Lay, originario de Puebla, cuenta que a su regreso a México recibió apoyo de las autoridades: comida, hospedaje y transporte. Pasó varias semanas debatiéndose entre quedarse o regresar.

Una amenaza se cernía sobre su decisión: antes de ser deportado, las autoridades estadounidenses lo obligaron a firmar un documento en el que reconoce que, si lo vuelven a detener, podría enfrentar de seis meses a cinco años de prisión.

Sin embargo, un mes después, mientras intercambiamos mensajes, Lay ya está de vuelta en el país del norte: "Por la necesidad. Y porque no cumplí mis sueños. Me prometí un día, y tengo que lograrlos. Por eso me regresé".

Lay aclara que no desprecia las oportunidades en México: "No estoy diciendo que no hay oportunidades aquí, claro que sí, hay muchas". En su balanza, el anhelo de concretar un proyecto en California pesó más que el miedo a enfrentar las consecuencias de las políticas migratorias de Trump.

France24

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