Cinco décadas de activismo en el colectivo LGBTIQ+ le han permitido a Ramón Linaza adquirir y disfrutar de los derechos reconocidos en España desde la caída de la dictadura. El madrileño de 68 años fue el organizador de la primera marcha del Orgullo en la capital en 1978 y uno de los primeros homosexuales en contraer matrimonio, tras la ley que lo permitió en 2005. Durante una visita de France 24 a su apartamento en Madrid, Ramón ha evocado los años más representativos de su lucha y su boda con Carlos Patiño.
Aunque nunca quiso casarse, Ramón comenzó a replanteárselo después de que España se convirtiera en el tercer país del mundo en aprobar el matrimonio igualitario en 2005, luego de Países Bajos y Bélgica, con una ley de la que se han beneficiado hasta ahora 75.000 parejas, según cifras oficiales.
“En los inicios del movimiento LGBTIQ+ éramos muy críticos con la familia y con el matrimonio, pero como activistas sabíamos que cuando se conquistan los derechos hay que reivindicarlos, hay que usarlos cada día porque si no volvemos para atrás, que es el riesgo que tenemos ahora”, recuerda haber pensado en la víspera de lo que sería una de las bodas más memorables y documentadas de la comunidad.
Entonces, Carlos Patiño y Ramón Linaza decidieron casarse, tras décadas de convivencia y sociedad artística, tanto en las artes escénicas, como en el activismo. El primero, “monógamo y muy celoso"; el segundo, “poliamoroso, sin ninguna intención de renunciar a serlo”, en sus propias palabras.
La boda fue oficiada por Pedro Zerolo, el legendario militante LGBTIQ+ y diputado socialista que impulsó la ley de matrimonio igualitario, hoy inmortalizado en una plaza que lleva su nombre en el barrio Chueca, epicentro del Orgullo.
“Le dije a Pedro: mira, a mí me gustaría que nos casaras, haciendo un acto de visibilidad del VIH”, relata Ramón, recordando que “en aquella época no había muchos referentes” de personas con el virus que él y su pareja habían contraído en los años 90.
Así fue: Zerolo los casó el 30 de noviembre de 2005, en la víspera del Día Mundial del Sida, refiriéndose a los contrayentes como “dos hombres comprometidos con la lucha contra la enfermedad”. La ceremonia atrajo a notables figuras del activismo LGBTIQ+ a la oficina de Registro Civil del Ayuntamiento situado en la pintoresca e histórica Plaza Mayor.
Las fotografías que inmortalizaron el momento muestran a Ramón con un ramo de girasoles y el acta que legitimó ante la ley su unión matrimonial. “Tuve la oportunidad de hablar en radio, en televisión, en prensa, entonces fue un momento de visibilidad del VIH muy necesario”, comenta Ramón.
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No hubo banquete, pero sí festejo. “La luna de miel fue cenar e ir al acto in memoriam en la Puerta de Alcalá”, una tradición que aún se mantiene vigente para recordar a las víctimas del VIH en la efeméride mundial. Desde ese día hasta hoy, cerca de 70.000 personas han sido diagnosticadas con el virus en España, según cifras del ministerio de Sanidad, el 86,1% hombres de un promedio de edad de 36 años.
El paso del activismo a la legalidad de miles de parejas homosexuales tras la aprobación de la ley en el Congreso ayudó la sociedad “a normalizar que dos hombres o dos mujeres pudieran estar juntos”, sostiene Ramón. Sin embargo, detrás de esa transformación, hubo un periodo de años de lucha por visibilizar al colectivo, tras décadas de ocultamiento en la clandestinidad durante la dictadura franquista.
Ramón y Carlos se conocieron en 1978, durante la preparación de la primera marcha por el Orgullo LGBTIQ+ en Madrid.“Sentíamos que estábamos haciendo historia”, recuerda, mientras pasa el índice por una foto de aquel día en la que se le ve en la cabecera del desfile, detrás de la pancarta del “Frente de Liberación Homosexual de Castilla”. Solo habían pasado dos años desde de la muerte del dictador, la homosexualidad estuvo penalizada mediante la Ley de Peligrosidad hasta 1979.
El tiempo convirtió ese primer contacto, en una sociedad artística y amorosa: “Abrimos una sala teatral que se llamaba Candilejas en 1981 y constituimos una pareja artística: Nineto y Absurdino”. Juntos hicieron de candilejas un oasis para la comunidad gay en plena efervescencia cultural de la Movida Madrileña.
“Fue un poco la década prodigiosa, también con sus sombras por la heroína y por el sida, pero una época en la que había mucha más libertad de expresión de la que tenemos actualmente. Por las cosas que nosotros hacíamos, hoy en día nos meterían en la cárcel o nos pondrían una demanda”. Hoy, varios retratos en blanco y negro de Nineto (Ramón) y Absurdino (Carlos), caracterizado de payaso sobre el escenario, adornan las paredes de la casa de Ramón.
Los años 90 fueron una época difícil para el movimiento LGBTIQ+. Mientras el sida se expandía como una epidemia mundial, la sociedad en España avanzaba poco a poco hacia la igualdad. Por ejemplo, comenzaron a considerar la homofobia como un agravante en delitos y se aprobaron leyes en algunas regiones que permitían a personas del mismo sexo formar parejas de hecho.
Ola reaccionaria
Las normativas autonómicas fueron el precedente del matrimonio igualitario, aunque más simbólico que práctico, ya que en realidad no otorgaba derechos homologables a los de un matrimonio, como la posibilidad de adoptar o de heredar.
Tales garantías solo fueron introducidas hasta 2005. Ramón, por ejemplo, obtuvo una pensión de viudedad, tras la muerte de Carlos en 2015, y heredó la mitad del local que habían comprado para la galería Candilejas. El proceso “fue muy sencillo”, recuerda: “Porque al estar casados no teníamos que pagar un montón de impuestos”.
A Ramón le preocupa “el riesgo que tenemos de volver para atrás” en materia de derechos para el colectivo. “No están asegurados”, repite.
Un ejemplo que ha vivido de cerca ha sido el recorte de derechos promovido por el Gobierno regional de Madrid, dirigido por el Partido Popular, que en 2005 recurrió la Ley de matrimonio igualitario frente al Tribunal Constitucional.
El ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Comunidad de Madrid, ha impulsado leyes autonómicas contra las comunidades LGBTIQ+, como una contramedida a la Ley trans impulsada por el Gobierno central, de corte progresista.
Mientras la legislación nacional prohibió las terapias de conversión, autorizó la autodeterminación de género a partir de los 16 años y permitió a ONG apersonarse en causas judiciales de este tipo; la ley de Madrid volvió a exigir informes médicos para la hormonación, impuso barreras a la autodeterminación y prohibió la presencia de organizaciones en juzgados como parte interesada.
El Tribunal Constitucional ha anulado al menos cinco artículos de la ley madrileña, como los que exigían acompañamiento psicológico e informes médicos para iniciar la transición de género. El órgano de control constitucional ha actuado tras un recurso presentado por el Gobierno central contra ambas leyes, al considerar que vulneraban derechos fundamentales y competencias estatales. El Defensor del Pueblo también apoyó uno de los recursos.
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Ramón enmarca lo que ocurre en Madrid, dentro de una ola reaccionaria global, cuyos protagonistas no duda en señalar: "de Donald Trump al nicaragüense Daniel Ortega, pasando por Netanyahu o, sin ir muy lejos, Viktor Orban, el primer ministro húngaro, que intentó sin éxito prohibir el desfile del orgullo LGBTIQ+ este año"
“Cuando los discursos de odio se impulsan desde tribunas con tanta audiencia, como es un parlamento, o un medio de comunicación, los homófobos, los racistas, los xenófobos y los machistas se ven legitimados”, reflexiona Ramón y hace hincapié en la presencia creciente de jóvenes en las marchas de la ultraderecha, como la manifestación por la “Remigración” del pasado marzo en Madrid.
“Los más jóvenes pueden pensar que el hecho de que la gente tenga derechos ya hace parte del sistema, que lo revolucionario es que no haya democracia, que haya un autoritarismo, eso es más rompedor”, reflexiona.
Ramón viste camisetas holgadas, pantalones cortos y chanclas que enmarcan unos pies a los que aún le quedan unos trozos de esmalte. Es de palabra fluida y de gesticulación muy activa: usa las manos y las cejas para enfatizar alguna idea. Cuando habla de política, una vena comienza a hincharse desde la frente hasta al entrecejo. Durante casi 20 años estuvo en la política institucional.
En 2019 fue candidato al senado por el partido de izquierda Más Madrid, pero no logró los votos necesarios. Fue un varapalo fuerte, seguido de la pandemia. “Tuve un periodo de depresión porque había perdido un trabajo que para mí era muy interesante”. Volvió “a recuperar la ilusión poco a poco”. Regresó al escenario. Hoy trabaja en un proyecto teatral titulado Homodrama.
Aún vive en el mismo apartamento en Madrid que compartió con Carlos, atestado de la decoración que quedó tras el cierre de Candilejas y retratos que recuerdan los hitos de su vida. Lo acompañan el perro Leo —un mestizo de cinco años que le pide caricias con la trompa— su gata Lola —siempre ausente cuando hay visita— y la tortuga Paloma —que merodea la terraza con un trozo de lechuga entre la boca—.
El sábado, 5 de julio, Ramón sale a marchar por el centro de Madrid en un desfile que se ha convertido en uno de los Orgullos más reivindicativos de Europa. Ha pasado toda una vida desde aquel primer encuentro en 1978, pero la amenaza del retroceso aún persiste, “así mucha gente siga preguntando ‘¿pero si ya os podéis casar que más queréis?”
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Cuando le pregunto qué mas quiere, me responde "que las personas que no queremos casarnos también tengamos derechos, porque hay personas que no viven en pareja, sino que a lo mejor son tres personas conviviendo o más. Sí, ya nos podemos casar, pero ¿Eso a mí de qué me sirve cuando veo que viene una mujer trans de Colombia y es marginada sin posibilidad alguna de tener una vida digna? ¿Qué más quiero? Quiero mucho más".
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