Los aranceles del "Día de la Liberación" del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se han abatido sobre países que dependen en gran medida de la exportación de prendas de vestir y textiles de bajo coste a Estados Unidos. Sin embargo, aunque parece improbable que los gravámenes traigan de vuelta las fábricas textiles a Estados Unidos, podrían ser devastadores para millones de trabajadores de la confección con bajos salarios que ya viven al día.

Si la marca de un buen par de zapatillas es el número de kilómetros que han recorrido, las de Nike deben ser de lo mejor. De las 528 fábricas contratadas por Nike para producir productos acabados en 37 países y regiones de todo el mundo, sólo 28 tienen su sede en Estados Unidos.

Esas fábricas emplean directamente a unos 4.117 trabajadores, una cifra que, presentada en el Mapa de Fabricación interactivo de Nike como porcentaje de la plantilla total de 1.149.901 trabajadores, se redondea al 0%.

El resto, al menos la mayoría, se encuentra en Asia, como parte de una política de décadas de externalización de la producción a países donde los bajos salarios han permitido el tipo de producción en masa de ropa y calzado de bajo coste que se ha convertido en un elemento básico de la vida globalizada.

Son estos países -incluidos grandes productores y exportadores como Bangladesh, Vietnam, China, Camboya e Indonesia- los que suministran a las marcas occidentales ropa, calzado y textiles de bajo coste. Son, a su vez, los que se han visto más afectados por los amplios aranceles del "Día de la Liberación" del presidente estadounidense, Donald Trump.

Nadie sabe qué ocurrirá con esos puestos de trabajo. Aunque Trump ha justificado su régimen arancelario global con la promesa de traer de vuelta a EE.UU. puestos de trabajo en el sector manufacturero, el presidente ha dicho poco sobre su visión de las líneas de producción intensivas en mano de obra construidas en torno al corte y cosido de ropa y calzado de bajo coste.

Sin embargo, no está nada claro si esas industrias podrán sobrevivir en países afectados por aranceles que podrían expulsarlas del lucrativo mercado estadounidense.

Mark Anner, decano y profesor distinguido de la Escuela de Gestión y Relaciones Laborales de Rutgers, dijo que era difícil imaginar que los aranceles de Trump pudieran impulsar la producción textil de vuelta a Estados Unidos.

"De las prendas que se compran en EEUU, el 97% se fabrican fuera del país: solo el 3% de las prendas que vestimos se fabrican dentro de EEUU", afirmó. "Así que la idea de que a través de este régimen arancelario, los puestos de trabajo volverían a los EE.UU. – simplemente lo veo muy improbable por un montón de razones", añadió el experto.

55 centavos la hora

Es probable que uno de los principales retos sea la falta de mano de obra cualificada o dispuesta a trabajar. Mientras que 139.000 personas trabajaban en la fabricación de prendas de vestir en EE.UU. en enero de 2015, según la Oficina de Estadísticas Laborales, ese número se había reducido a poco menos de 85.000 para enero de este año.

Una declaración del Consejo Nacional de Organizaciones Textiles –alabando el régimen arancelario de Trump– decía que el sector textil estadounidense en general empleaba a unos 471.000 trabajadores, una fracción de los 170 millones de trabajadores del país.

La escasa producción textil y de confección que ha permanecido en Estados Unidos ha recurrido de forma desproporcionada a la mano de obra inmigrante indocumentada para mantener bajos los costes, los mismos trabajadores indocumentados que Trump ha prometido reprimir.

El establecimiento de cadenas de suministro nacionales también sería probablemente una gran barrera para traer la producción de vuelta a los EE.UU., dijo Anner.

"Logísticamente, es muy difícil. No estamos hablando sólo de la fábrica que cose las prendas, sino de la necesidad de trasladar toda una cadena de suministro", explicó.

El experto explicó también que "en términos de costes, uno de los principales exportadores de ropa a Estados Unidos es Bangladesh. El salario mínimo en EE.UU. es de 7,25 dólares (el salario mínimo federal, pero muchos estados tienen salarios mínimos más elevados). Y estamos hablando de cuatro millones de trabajadores en Bangladesh que confeccionan prendas a 55 céntimos la hora. No sé cómo se reproduce eso en Estados Unidos o se traslada a Estados Unidos".

Y, aunque los partidarios de reconstruir la base manufacturera de Estados Unidos a menudo apuntan a unos mayores niveles de automatización como forma de mantener una ventaja competitiva frente a los países con salarios bajos, el acto físico de cortar y coser tela se ha resistido notoriamente a la automatización. 

A diferencia de materiales rígidos como el metal y el plástico, el tejido se mueve y fluye como un ser vivo, y aunque las máquinas de coser eléctricas son un elemento básico de las fábricas de ropa desde hace más de un siglo, los fabricantes aún no han encontrado una forma fiable de prescindir de un par de manos humanas.

Incertidumbre

El problema más inmediato al que se enfrentan las empresas es hasta qué punto deben tomarse en serio los aranceles de gran alcance de Trump. Los líderes de Vietnam y Bangladesh, ambos países muy dependientes de las exportaciones a EE.UU., han suplicado al presidente estadounidense que suspenda la ejecución. 

El secretario general del Partido Comunista de Vietnam, To Lam, ha pedido a Trump un aplazamiento de 45 días para que los dos países puedan llegar a un acuerdo, insistiendo en que su país está dispuesto a comprar más productos estadounidenses a cambio de una tasa arancelaria más baja.

En cuanto al líder interino de Bangladesh, Muhammad Yunus, también ha afirmado que su Gobierno está dispuesto a importar más productos agrícolas estadounidenses a cambio de clemencia. Si Trump acepta o no su oferta es algo que el sector de la confección sigue de cerca.

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"La pregunta es: ¿a dónde vas si estás comprando aranceles? Y esta es la otra parte de la historia: la incertidumbre. Si hay algo que preocupa a las empresas tanto como el coste, es la incertidumbre", afirma Anner. "¿Cómo empiezas a pensar en invertir en otro sitio si esto puede cambiar de un momento a otro?".

Sin saber cuáles serán probablemente los aranceles de los respectivos países a largo plazo, dijo, es difícil imaginar que las empresas inviertan el tiempo y el capital necesarios para trasladar la producción a otro lugar del mundo. 

"Nos enfrentamos a un arancel del 37% para Bangladesh, pero del 26% para India, del 29% para Pakistán y del 46% para Vietnam, aunque Vietnam está intentando ahora tender la mano y negociar a la baja", explicó.

En ese sentido, el analista enfatizó: "pero, ¿a dónde iríamos? Si fuera más móvil, quizá te fijaras en Bangladesh, te pasarías a India porque es algo menos del 10%, o a Pakistán, pero no sabes quién va a renegociar y dónde acabará esto. No está muy claro quién puede estar perdiendo trabajo ahora".

Exprimir a la mano de obra

Ante un futuro incierto, es probable que los fabricantes de ropa hagan lo que siempre han hecho en tiempos de crisis: exprimir. Dina Sidiqqi, antropóloga de la Universidad de Nueva York, afirma que los costes de los aranceles recaerán inevitablemente sobre los trabajadores de la cadena de producción.

"Los costes adicionales se absorberán como siempre: repercutiéndolos en los trabajadores", afirma. "Los fabricantes no quieren que se reduzcan sus beneficios. Lo compensarán reduciendo el número de trabajadores y aumentando los objetivos de producción de los que se queden", explica la antropóloga. 

No está claro cuánto más pueden recortar los costes de producción las empresas de ropa y calzado, ya que gran parte del sector mundial de la confección se basa en la producción en masa con salarios bajos. Sólo en el sector de la confección de Bangladesh trabajan más de cuatro millones de personas, en su inmensa mayoría mujeres. Siddiqi afirmó que 40 años de actividad económica apenas han influido en los salarios que los trabajadores se llevan a casa.

"La 'ventaja comparativa' de Bangladesh en el mercado mundial depende de su capacidad para ofrecer el coste de mano de obra más bajo posible", afirmó la entrevistada.

"Tras cuatro décadas de florecimiento del sector, los trabajadores de la confección bangladeshíes siguen teniendo uno de los salarios más bajos del mundo: el salario mínimo mensual actual es de 12.500 takas (113 dólares estadounidenses), muy por debajo del salario vital estimado. No hay ningún incentivo para que el capital o el Estado aumenten los salarios mínimos en la actual cadena mundial de suministro de la confección".

Anner afirma que, sin comprometerse a trasladar la producción, competir en costes es la única opción que les queda a las empresas.

"Históricamente, en el sector de la confección, hay dos formas de hacerlo: reducir los salarios y reducir las cuotas de productividad, es decir, la velocidad a la que hay que trabajar, el número de operaciones que hay que hacer, el número de cuellos que hay que coser por hora", explicó. "Y eso puede ir de 80 a 85, 90, 92 (cuellos), etc".

Trasladar la subida de precios

Aunque las grandes empresas tienen más margen de maniobra para presionar a los proveedores y reducir los costes de producción, las marcas y los minoristas ya han advertido de que están dispuestos a trasladar los costes añadidos de los aranceles a los consumidores.

La organización Footwear Distributors and Retailers of America, a la que pertenece Nike, ha declarado que una zapatilla de correr de 155 dólares fabricada en Vietnam tendría que aumentar su precio a 220 dólares en las tiendas estadounidenses para compensar el arancel del 46%. Aproximadamente la mitad del calzado de Nike se fabrica en Vietnam.

"No tengo claro qué porcentaje de los márgenes de las marcas se reducirá y qué porcentaje se repercutirá a los consumidores", dijo Anner. "Pero algo se trasladará a los consumidores, y sabemos que eso provocaría un descenso de la demanda, lo que llevaría a un descenso del tamaño de los pedidos de producción, lo que significaría que se necesitarían menos trabajadores, por lo que podríamos ver despidos o recortes de horas como resultado".

El resultado, según Siddiqi, bien podría ser el tipo de caos económico que no se veía en el sector desde el apogeo de la pandemia mundial de Covid-19.

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"La pandemia dejó claro que la cadena mundial de suministro de prendas de vestir privilegia a las marcas y a los minoristas, recordando antiguas relaciones coloniales", afirmó.

"Las marcas europeas y estadounidenses pudieron liberarse legalmente de sus obligaciones contractuales una vez que se desplomó la demanda de ropa en sus mercados, dejando en la estacada a los fabricantes del Sur. Las fábricas cerraron y cientos de miles de trabajadores perdieron su empleo". 

"La lección, en otras palabras, es que el modelo de fabricación orientada a la exportación con salarios bajos -en un orden económico mundial desigual- deja a países como Bangladesh profundamente vulnerables a los caprichos del mercado. El sistema distribuye los riesgos implícitos en las cadenas de suministro de forma desigual y hacia abajo".

En caso de que estos aranceles se conviertan en un elemento permanente de la economía mundial, afirmó, la división global del trabajo que ha atraído a millones de trabajadores a las cadenas de producción del sur y el sudeste asiáticos podría verse dañada hasta quedar irreconocible. 

"Las consecuencias para los trabajadores y sus familias serían devastadoras si las marcas retiraran sus pedidos de Bangladesh y los enviaran a otros lugares", subrayó. "Los efectos dominó incluyen tener que retirar a los niños de las escuelas y ponerlos a trabajar, y renunciar a la atención sanitaria básica".

"Como ocurrió con los boicots de los años 90 y durante la pandemia, en ausencia de cualquier seguro [o] seguridad social, los trabajadores se enfrentarán a un futuro inmediato sombrío".

Artículo adaptado de su versión original en inglés

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