Nota: Este texto originalmente fue escrito en francés. Enseguida encontrarán la versión en español, traducida por el mismo autor.
Autoridades de Haití.

Les politichiens de mon pays

«how many times must the cannonballs fly

Before they’re forever banned?

…and how many years can some people exist

Before they’re allowed to be free?

Yes, and how many times can a man turn his head

And pretend that he just doesn’t see?

and how many deaths will it take 'til he knows

That too many people have died?

The answer, my friend, is blowin' in the wind

The answer is blowin' in the wind»

Bod Dylan

Ce matin, je sens que le toit me tombe dessus. Tout ce qui m’entoure me regarde d’un regard abattu. L’image terne et embrumée, que reflète le miroir, n’est qu’une parabole: métaphore du destin ayitien. La vie nous vit depuis des générations. L’histoire nous traverse comme les écumes tout le long d’une rivière. Mon coeur se noie dans mes larmes. Les silences qui circulent dans mes veines m’éttoufent, me crèvent. Dans ma tête résonne le cri d’un peuple. Mon peuple. Mon cri. Complaintes d’esclaves. Nul dieu au seuil du désarroi. Mon coeur palpite de tristesse. Combien de larmes pour attendrir le coeur de mes politichiens ? Combien de souffrance doit-on infliger à ce peuple pour qu’enfin soient rassasiées la rancune et le mépris du continent américain?

Quelle en est la cause ? Est-ce ma peau? Mon origine? Mon histoire?

Ces jours ci, la puanteur de mon pays s’éparpille sur ma peau. Sommes-nous la rature dans la marge de l’Amérique? Sommes-nous un enfant avorté de l’Afrique.

On va à la dérive, laissant nos corps dans les frontières, au gré des vautours. Partout, même dans les rues de Port-au-diable, ce sont les vers qui nous enterrent. On est si longtemps plongé dans une Noirceur sans fin et impitoyable. Nous sommes «seuls dans le bas-fond de la misère. Le dessein du Bon Dieu pour notre île a échoué. Nous sommes lae brouillon d’un peuple mal conçu. Qui rédigera une meilleur version de nous ? Qui nous ébauchera un chemin dans ce désert ? Qui nous exhumera de ces décombres ? Qu’y a-t-il de cette union qui jadis faisait la force ?»

Alors que les ayitiens sont chassés comme des cafards dans plusieurs pays d’Amérique, Ayiti est mis aux enchères sur les marchés aux puces par nos diplomates, qui roulent dans des voitures flambant neuves aux vitres teintées, dorment dans des hôtels cinq étoiles, mangent dans les restaurants les plus chers, couchent avec des jeunes prostituées de luxe, dansent dans des clubs sélects, et se tuent bêtement pour un but de Messi ou de Cristiano Ronaldo. Car pour eux, Ayití ne vaut que les visas qui offrent à leurs familles une vie luxueuse dans le Premier monde. Y’a-t-il un coeur à l’intérieur de ces automates ?

Dans les rues de Saint Domingues, les mouches valent plus qu’un Ayitien. À l’embassade d’Ayiti, on nous traite pire que n’importe quelle autre nation. Ne sont-ils des ayitiens ceux qui y travaillent ? Sang de notre sang, chair de notre chair ? Je me demande. La rage, l’impotence me rongent le coeur. De partout, des rafales d’sms acculent mon portable: «N’écriras-tu rien sur toute cette merde de Saint Domingue envers les ayitiens ?» Ils veulent que je dresse ma plume contre le gouvernement dominicain. Mais qu’en est-il du nôtre ?, leur dis-je, en silence: «si mon père m’abandonne à mon sort et que le voisin qui m’héberge et qui me nourrit me mlatraite, me crache au visage, est-ce la faute à mon père ou à mon voisin ?

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Leslie Voltaire.

Los politiqueros de mi país

Esta mañana, siento encima el peso del techo. Todo lo que me rodea me mira con mirada rancia, abatida. La imagen, deslucida y empañada, que me devuelve el espejo es una parábola: metáfora del destino ayitiano. La vida nos vive desde hace generaciones. La historia nos atraviesa como espumas a lo largo de un río. El corazón se ahoga en mis lágrimas. Los silencios que circulan por mis venas me estrangulan, me revientan. En mi cabeza retumba el grito de un pueblo. Mi pueblo. Mi grito. Lamentos de esclavos. No hay ningún dios en el umbral de la desesperación. Mi corazón late tristeza. ¿Cuántas lágrimas hay que derramar para ablandar el corazón de los politiqueros? ¿Cuánto sufrimiento hay que infligir a este pueblo para que al fin se sacien el rencor y el desprecio del Continente Americano?

¿Qué puede ser la causa? ¿Mi piel? ¿Mi origen? ¿Mi historia?

Estos días, el hedor de mi país se expande por mi piel. ¿Somos acaso una tachadura en los márgenes de América? ¿Somos acaso un aborto de África?

Vamos a la deriva, dejando nuestros cuerpos en las fronteras, a merced de los buitres. Por doquier, incluso por las calles de Puerto-Diablo, son los gusanos quienes nos dan sepultura. Hace tanto que estamos hundidos en una oscuridad interminable y despiadada. Hace tanto que «estamos solos en los suburbios de la miseria. El designio de dios para la isla ha fracasado. Somos el borrador de un pueblo mal soñado. ¿Quién editará una mejor versión de nosotros? ¿Quién nos esbozará un camino en el desierto? ¿Quién nos exhumará de estos escombros? ¿Qué ha pasado con esta unión que antaño hacía la fuera?»

Mientras que los ayitianos están siendo cazados como cucarachas en varios países de América, nuestros diplomáticos subastan Ayiti en los mercados de baratijas, ruedan en vehículos del año de cristal ahumado, duermen en hoteles de cinco estrellas, comen en los restaurantes más caros, se acuestan con prostitutas de lujo, bailan en clubes de élite y se matan estúpidamente por un gol de Messi o de Cristiano Ronaldo. Pues para ellos, Ayití no vale más que las visas que brinden a sus familias una vida cómoda en el primer mundo. ¿Acaso hay un corazón dentro de estos autómatas?

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Edgard Leblanc Fils.

En las calles de la República Dominicana, las moscas valen más que un ayitiano. En la embajada ayitiana, nos tratan peor que a cualquier otra nación. ¿Son ayitianos los que trabajan allí? ¿Sangre de nuestra sangre? ¿Carne de nuestra carne? me pregunto. La rabia, la impotencia me carcomen el alma. De todos lados, ráfagas de mensajes acometen mi celular, «No escribirás nada de toda esa mierda de la República Dominicana hacia los ayitianos». Quieren que alce mi pluma en contra del gobierno dominicano. Pero ¿qué hay del nuestro?, les digo, "si mi padre me abandona a mi suerte, y el vecino que me cobija, que me alimenta, me maltrata y me escupe a la cara, ¿es la culpa de mi padre o de mi vecino?"

EN ESTA NOTA

Jhak Valcourt

Artista visual y poeta

Jhak Valcourt (Ayití). Escritor, traductor, artista plástico y docente. Autor de la novela “El vaivén de las horas” (Santo Domingo, 2021, 1ra edición; Sultana de Lagos Editores, Venezuela, 2023, 2da edición); y el libro de cuentos “Grietas” (Santo Domingo: Luna Insomne Editores, 2022) del cual se han escogido dos cuentos para la sección “Conexión Derek Walcott” de la Revista Trasdemar. Dos veces segundo finalista del Poxeo Literario (concurso poético), organizado por Anticanon y el Centro cultural España (2018 y 2019). Ganador del tercer lugar del Premio de Cuentos Juan Bosch 2019, organizado por la Fundación Global, Democracia y Desarrollo con el cuento «Quiero vender este reloj», publicado en Malas palabras y otros cuentos (Santo Domingo: Editorial Funglode, 2020). Mención de honor en el XX Concurso Literario de la Alianza Cibaeña, Renglón Cuento, (2023). Textos suyos han sido publicados en las revistas ¿Cómo así? (República Dominicana) y Trasdemar (Islas Canarias, España).

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